sábado, septiembre 30, 2006

Lecturas de Septiembre

I Lecturas Sobresalientes.

1.- Tolstoi, L. N., “Ana Karenina”. He leído este monumento por segunda vez y me ha transmitido la misma intensidad que en la lectura precedente. Dos parejas antagónicas son confrontadas magistralmente: Levin – Kitty, Vronsky – Ana. Las ideas defendidas no han perdido vigencia en estos 130 años, únicamente las convenciones sociales parecen algo trasnochadas.

II Lecturas Interesantes.

2.- Skármeta, A., “El Cartero de Neruda”. Del libro, la cuasihomónima película. Cambiando Isla Negra por Sicilia. Pero la misma magia, la misma belleza, el mismo amor apasionado por la poesía, por la vida, por la vida poética, por la vida de los poetas, del Poeta Neruda. Inolvidable lectura.
3.- Barea, A., “La Forja de un Rebelde I, La Forja”. Primera parte de la autobiografía novelada del republicano exiliado en Londres. Su mayor acierto: aunque la escribe un adulto recordando su infancia no se permite la reflexión, sólo narra los hechos, lo que hace que el lector sea juez y parte, amén de disfrutar así de una narración más amena.
4.- Barea, A., “La Forja de un Rebelde II, La Ruta”. En esta segunda entrega el nivel literario decae, sin embargo, el componente documental y el valor histórico de lo narrado – la guerra de África – compensa con creces el esfuerzo.
5.- Asimov, I., “Soplo Mortal”. Una sorprendente historia policíaca: un asesinato en el departamento de Química Orgánica, contada con la genial sencillez del maestro rusoamericano, sencillez por la que es denostado en algún barrio, admirado en otros.

III Pasaron Desapercibidas.

6.- Barea, A., “La Forja de Un Rebelde III, La Llama”. Aunque la crítica no suele estar de acuerdo, me parece la más floja de las tres partes. La guerra civil no es el marco de la acción, sino la razón de la escritura, y eso la hace personaje, dificultando la identificación del lector con los verdaderos participantes. El valor documental sigue siendo innegable.
7.- Dickens, C., “Novela de Vacaciones”. Una novela que intenta educar a los niños contándoles una historia en que los niños intentan educar a los mayores. Maravillosa idea. Pero no funciona, literariamente.
8.- Blasco Ibáñez, V., “Oriente”. Inusitado libro de viajes del escritor valenciano, desde Suiza hasta Estambul, donde pasa unos meses inolvidables. Las demasiadas referencias a la política del momento, a priori interesantes, llegan a cansar.
9.- Cervantes, M. de, “Novelas Ejemplares VII, El Celoso Extremeño”. A veces, la moralina trasnochada del siglo de oro tiene el sabor de un vino viejo y la simpatía de lo extraño. Pero siento que la temática de las Ejemplares está lejos de mis actuales necesidades literarias.
10.- Tolstoi, L. N., “La Sonata a Kreutzer”. La narración de un crimen pasional por el mismo asesino mientras viaja con su interlocutor en una noche de tren interminable. Sobra el “comentario”, donde el gran Tolstoi se ve empujado a justificar la obra desde un punto de vista excesivamente reaccionario para poder evitar la censura.

IV Tiempo Perdido.

11.- Clarín, L. A., “Su Único Hijo”. La otra novela de Clarín junto con La Regenta, no le llega a ésta ni a la suela de los zapatos. ¿Cómo un autor capaz de apasionarnos en las calles de Vetusta puede repetir “prurito” veinte veces en dos capítulos, como un colegial que acaba de aprender el vocablo?
12.- Laffitte, S., “Estudio Preliminar a las Obras Completas de Chéjov”. Y es que no aprendo. ¿Te emborrachas acaso oyendo hablar del vino? Hay que beberlo, no hay otra manera. Menos estudios preliminares y más Chéjov.

V Lecturas Parciales

  • Dovstoievski, F., “Los Hermanos Karamazov”, Segunda y Tercera partes. ¿Eran necesarias las pesadísimas digresiones de la segunda parte para crear la atmósfera para la magistral tercera?
  • Homero, “La Ilíada”, Cantos XVIII y XIX. Aquiles, desesperado por la muerte de su querido Patroclo, decide vengarlo en la persona de Héctor. Hefesto, el Dios Herrero le prepara nuevas armas. En el canto XIX el Pelida se reconcilia con el Atrida y se dispone a la batalla. He leído este canto de una sentada: la carga épica es insuperable.
  • Proust, M., “En Busca del Tiempo Perdido II, A la Sombra de las Muchachas en Flor”, páginas 1-50. Emprendemos la relectura de esta obra cumbre, empeñados en la realización de un utilísimo índice onomástico de toda la obra.
  • Cervantes, M. de, “Don Quijote”, II Parte, capítulos 23 al 26. Al salir de la cueva de Montesinos, caballero y escudero vuelven a encontrarse con el galeoto liberado Ginés de Pasamonte.
  • Martin, G. R. R., “Song Of Fire And Ice, IV, A Feast For Crows”, Prologue. Mientras esperamos la traducción de este cuarto tomo, le iremos metiendo mano a la versión inglesa, aunque – con el corazón en la mano – leo más páginas del Collins que del libro.

Rojo y Negro - con rayas blancas -

The White Stripes

No se trata de Sthendal (los canónicos de la literatura están exentos). Son los colores que identifican a The White Stripes. Nítidos como su propia música. Música popular (los melómanos clásicos pueden dejar de leer).
En ocasiones la vida concede la gracia de que algo nos guste (mucho) y nos permite explorar esa sencilla pasión sin severos efectos adversos. A veces salimos de la indiferencia y saltamos como depredadores hambrientos sobre los aromas de lo inútil.
Todo un privilegio escapar de la apatía del desfile y poder seguir la carrera de una formación musical que no defrauda tus expectativas, revivir esa fascinación adolescente que te lleva a buscar rarezas en las cajas de las tiendas de discos, recopilaciones de caras B, conciertos piratas... Pasiones adictas a la fidelidad.

Los adictos a la música (los melómanos son otra tribu) podemos seguir en el tiempo la corriente oculta de nuestras preferencias, para descubrir que hay un cordón trasparente que, por ejemplo, une a Sonic Youth con The Pixies y se prolonga a través de los White Stripes hacia algo por venir. Y rastreando en precedentes o precuelas, encontrar a MC5 o a los Stooges. Y perderse un poco en los cruces de caminos.

White Stripes encarna la potencia del rock de garaje, la influencia del blues teñido de blanco, la toxicidad del punk, los requerimientos juguetones de la experimentación musical. Más allá de los hallazgos melódicos, del sabor bourbonico (monárquicos abstenerse), del retro rock de raíces Detroit, además de todo eso, nos encontramos con un duo (guitarra-batería) con la apasionada intención de llevar hasta donde se pueda esta precaria estructura musical y sus recursos expresivos. Más con menos o la nuevamente halagada teoría del despojamiento.

Elephant (2003) es posiblemente su disco más emblemático. Grabado con equipos analógicos y con técnicas de producción propias de los años 70, trasmite una fuerza visceral y elegante. Pero hay otros discos igualmente interesantes que esbozan una obra tan coherente como intensa: The White Stripes (1999), De Stjil (2000), White Blood Cells (2001) o el reciente Get Behind Me Satan (2005), demonizado por cierta crítica cool pureta que lo considera excesivamente producido o experimental.

White Stripes son un grupo con una trayectoria sólida y un estilo propio reconocible. Supongo que ahora toca recibir palos, encajarlos con estoica indiferencia. Ya no se les puede atacar con los argumentos tópicos de la prensa musical: es un grupo pasajero, un bluff transitorio, una creación de la industria. Toca sentirse defraudado, mirar hacia atrás con ira, etc. Aguantarán las tarascadas.
Hay más sofisticación sonora en su último disco, cierto; se aprecia la búsqueda de otras vías, el intento de escapar a las estrictas reglas del duo guitarra / batería, arreglos que demuestran la vitalidad imaginativa de Jack y Megg White (antiguo matrimonio divorciado pero al parecer bien avenido en lo musical). El propio Jack White con su proyecto en los Raconteurs ha buscado desasirse transitoriamente de la rigida estructura de duo para divertirse en el fango pandillero (muy recomendable el Broken Boy Soldier, para todos los públicos).

La música está ahí, nunca antes tan a nuestro alcance, como uno de los más poderosos placeres que le son dados al ser humano

viernes, septiembre 29, 2006

LA FRAGMENTACION DEL AUTOR

COMEDIA ABSURDA
EN UN ACTO



Actores:
Mosquetero 1
Letraherido
Doctor
Mosquetero 2
Una mujer
Una pantalla de ordenador
Dios




Una biblioteca vacía. paredes cubiertas de estanterías. En los anaqueles parpadean pantallas de ordenador. Sólo una enorme mesa en el centro de la estancia.

Mosquetero 1 (entra airado, agitando un sombrero de plumas en la mano; le acompaña Mosquetero 2)
Soy de los libros y pertenezco al futuro electrónico. A mí el cambio me llega demasiado anquilosado, demasiado acomodado en mi sillón.

Letraherido (voz oculta, murmura desde las sombras)
La especie prevalecerá...
Volvamos a las vanguardias...
Las mejores transformaciones son las que se dan en el propio texto....

Mosquetero 2 (haciendo ágiles florituras con la esgrima a un enemigo invisible)
Amigo: coincido plenamente con tus palabras. Quizás sea debido a que desde la atalaya de los cuarenta, todo lo que me suene a "cualquier tiempo pasado fue mejor", provoca en mí un preservador rechazo. El tiempo se encargará de poner cada cosa en su sitio: lo que sirva se quedará y lo fútil se desvanecerá. (retumba su risa en la sala vacía)

Mosquetero 1 (se inclina en teatral reverencia hacia mosquetero 2)
Cuentas con mi apoyo: somos pequeños seres que debemos hacer lo que nos venga en gana; al fin y al cabo, de nuestras obras, los verdaderos críticos quizá no hayan nacido. El tiempo es un dios que da y quita razones
(los mosqueteros parecen a punto de ponerse a cantar a coro)

Doctor (entra en la sala, desde una puerta escondida, dando traspies y tropezando con la mesa; parece borracho o aturdido)
Estimados amigos (voz engolada). Me llama la atención vuestra confianza en el tiempo como juez supremo. El tiempo no es una zona de objetividad absoluta, es un presente continuo donde actúan los determinantes socio económicos y culturales de cada época. Siempre cargado de subjetividad.
(miradas hostiles y gestos de burla a su alrededor, Mosquetero 1 se atusa incómodo las guías de su bigote; continua tras una pausa)
No siempre "lo bueno" o "lo que sirva" prevalece..., no siempre "lo malo" pasa. No creo en el dios cronos de los mosqueteros, ni creo en la justicia de las generaciones futuras.
(largo trago de una petaca forrada en gastado cuero)

Mosquetero 1 (girando en torno al tambaleante Doctor, con los dedos engarfiados en la empuñadura)
Si es cuestión de creencias, apañados vamos, compañeros; yo solo me baso en hechos objetivos. El día que no se trasmita lo mejor, el hombre, como especie, tenderá a desaparecer.
(subiéndose de un brinco a la mesa, con los brazos abiertos)
Hagamos lo que nos apetezca, lo que creamos que es lo mejor, lo más útil, lo más hedónico, porque no tenemos control alguno sobre lo que el tiempo puede hacer. El tiempo es Dios, pero está ciego. Azar, no causalidad.

Mosquetero 2 (tambien sube a la mesa, aun con el florete silbando en su mano, apuntando al Doctor que busca inútilmente una silla)
Entre dejar que el tiempo ponga las cosas en su sitio y que los "gurús" poseedores de saberes "trascendentes" y exclusivos nos dicten qué es lo que merece la pena quedarse y qué no, me quedo con el tiempo.
(los mosqueteros se abrazan alborozados)
Aquellos que se autoproclaman "guías" y se colocan en lo alto de la montaña bien por saber, por cultura, por espiritualidad, por experiencia o por lo que sea..., a esos prefiero dejarlos allá en la cima predicando.
(apunta a un lugar indeterminado en la oscuridad)

Doctor (inclinado pesadamente sobre el borde de la mesa)
Disculpen señores. Solo pretendía relativizar un poco sus contundentes opiniones: cada tiempo trae aparejados sus gurús, cada opinión lleva implícito el signo de los tiempos...
(inicia una lenta y torpe marcha hacia el fondo)

Mosquetero 2 (se sienta gracilmente sobre la mesa tras envainar el estoque con un elegante gesto)
Al autor no deber preocuparle estas diatribas dialécticas. Cada uno podrá quejarse de los malos tiempos que se avecinan, de lo mal que está la industria editorial, la intromisión de advenedizos y demás letanías victimistas. El autor, ¡a crear!
(con gesto firme, golpea la palma de la mano con el puño cerrado)
De nada vale decir que "este tiempo no está preparado para recibir mi obra". ¡Adáptate y escribe! Escribir, crear, vomitar... y dejar que los hados cumplan con su deber.
(mirando al cielo; tras un silencio, en el que todos permanecen inmóviles y solo parece oírse el rumor del Letraherido en las sombras, el Mosquetero 2 retoma su energico discurso)
El escritor a escribir... Señores autores ¡a crear!

Doctor (sentado en el suelo)
¡Bravo!

Letraherido (letanía desde las sombras)
A mí me dan miedo todos los procesos de despersonalización y pérdida de la individualidad... Puedo verme reducido a un giro del lenguaje en la mente de otro que me sueña, y hasta disfrutar con ello...
Pero ese giro del lenguaje tendrá nombre propio...

Doctor (mientaras abandona la escena, murmurando para si mismo)
...un giro del lenguaje en la mente de otro...ummm...
...mestizaje, globalización, universalidad esconden un oscuro sabor a mediocridad y aborregamiento, y sobre todo, un escaso interés por las minorías... Una biblioteca universal de fragmentos intercambiables tampoco termina de convencerme.... No me gustaría prescindir de esa tenue complicidad que me une al escritor a medida que leo su obra, ni de la satisfacción de enfrentarme -cuando abro un libro- al esfuerzo creativo de un individuo singular...
Adios

Una mujer (eterea y radiante, se sitúa en el centro de la escena; los mosqueteros saltan de la mesa entre reverencias) (mira a los anaqueles parpadeantes con desconfianza)
Tuve la impresión de que esta fuente nodriza se está alimentando vorazmente de fragmentos individuales que se suman, mezclan, modifican, borran, diluyendo vestigios de una impresión genuina, primaria. Hipertrofia de la asimilación, maraña de signos que distorsionan la forma original.
(Los mosqueteros se miran incrédulos)
Indiscutible magma creativo que incorpora insaciable y devuelve una forma homologada por la comunidad. Elemento disolvente?
(los mosqueteros parecen temblar desenfocados)
Si el usuario, autor o deglutor, es inconsistente y sólo contacta con una forma volátil en la pantalla, sin gravedad, se verá condenado a vagar sin rumbo por una atmósfera digitalizada.
(los mosqueteros se disuelven como volátiles fantasmas en las fosforescencias de la matriz y la mujer abandona la escena)

Una pantalla de ordenador: (murmullo creciente hasta que es interrumpido por Dios)
Sigan el enlace, sigan el enlace, sigan el enlace....

Dios (simultáneamente, desde todas las pantallas, un Dios barbudo de ojos claros emite un discurso con voz metálica)
La informática es el único camino, es un cambio acojonante, ...la mayor revolución de la historia de la humanidad. En verdad os digo: Ordenadores para todos!
(tras un silencio de Apocalipsis)
A ver si nos enteramos de una vez.
Tanto tiquismiquis me tiene hasta los huevos.

Telón

jueves, septiembre 28, 2006

Enemigo Invisible, I

-¿Qué hace ahora?
-Me mira desde detrás de ti y sonríe.

Veinte años de profesión y estuve en un tris de volver la cabeza. Conseguí dominarme a pesar de sentir el escalofrío casi como una caricia que empezó en la nuca y bajó por toda la espalda. Contemplé con detenimiento la cara de mi paciente de siete años y pensé: joder, habla totalmente en serio. Acabé, con infinita dificultad, por sonreír. Enseguida empecé a balancear el sillón giratorio de cuero negro, primero a la izquierda, luego a la derecha. Mientras, el paciente dejó de mirar la pared que estaba a mi espalda para contemplar, de nuevo, la lámpara del techo.

-Qué, ¿se ha subido a la lámpara?
-No, doctor, se ha ido. Sí. A esperarme en casa.
-¿Cómo lo sabes?
-Me lo ha dicho.
-Yo no lo he oído.
-Pero lo ha dicho.
-Sí, pero… ¿cómo explicas tú que yo no lo haya oído?
-No sé, doctor, ¿estabas escuchando?
-Ya sabes que yo siempre te escucho.
-A mi sí, a él no.

El niño se llamaba Alberto Gómez; mi nombre es Abel Cortaira. Por entonces era psiquiatra en el hospital de la ciudad. Ahora, me dispongo a escribir todo lo que recuerdo sobre aquello.

miércoles, septiembre 27, 2006

TUCAN


Un tucán sobre el alfeizar de la ventana. Quizás extraviado de un zoológico, una tienda de animales, un camión accidentado, jaulas abiertas, la jungla en la calle. Mirándome fijamente dos perlas negras. Me levanto, giro la cabeza, aturdido, hacia el televisor. Algo familiar. Vuelvo la mirada y ahí sigue. Su pico grande y brillante, rojo / azafrán. Cuchillo coloreado, enorme machete selvático. Una mancha anaranjada en el pecho. Mal viaje. A la cocina, nevera, lata helada de cerveza. Trago la espuma, el líquido amargo me mancha la camisa.
Recién llegado del trabajo y, como esperándome, el tucán en el alfeizar. Más sosegado, vuelvo al salón. Todo sigue igual. Igual de extraño. Le grito o hago aspavientos con los brazos o muecas. Inútilmente. No emprende el vuelo, no se marcha. Como disecado. Fijo. Las plumas aterciopeladas, lustroso el cuerpo, alimentado de carne y frutas rojas.
¿Por qué no habla, por qué no me dice lo que quiere? Haré lo que me pida este tucán de colores, escultura arco iris en la ventana, busto animal. Sudando, estúpidamente empapado en el líquido del miedo. Bastaría el palo de una escoba, lanzar el cenicero y sus cenizas, prender fuego a las cortinas, dejar el gas abierto. Como el tucán, yo, inmóvil. Estatua de sal gorda. Inútil, asustado. Patético, retrocedo, busco la puerta. Cojo, al azar, mi cartera, huele a cuero nuevo, un paraguas. Desciendo las escaleras. A oscuras. Un abismo en penumbra. El portal, cruzo la calle, asfaltado Rubicón. Frente a la casa un breve parque, un banco de hierro forjado. Me siento. Miro arriba, segundo piso, mi ventana. Un leve movimiento del visillo, ala de ángel. Y el brillo afilado, la navaja abierta en la espesura, el plumón quieto, los ojos de alfiler. Ha tomado mi casa.
Con la cartera abrazada al pecho, un escudo, pienso,
nevermore
.

martes, septiembre 26, 2006

Semillas en Noviembre

IV.

Pasaba el mediodía y Darell ya lo tenía todo resuelto; sus cosas empaquetadas en la puerta de casa a la espera de abandonar su hogar por una buena temporada. Echó un último vistazo y cerró la puerta.

Morgan estaba al corriente de la situación desde hacía tiempo. Una mañana, entre la clase de latín y la de matemáticas, le propuso mudarse a su casa. Eileen estaría de acuerdo, le dijo sonriente mientras los ojos de Darell se debatían entre la expectación y la duda. Desde que era niña nadie había cuidado mejor de ella tras la desaparición de su difunto padre. No se trataba solo de que Morgan se sintiera obligado a hacerse cargo de ella como amigo íntimo que había sido en vida de Eduard, proporcionándole una educación y algo de sustento cuando le era posible. El mutuo afecto y complicidad existente entre ambos crecía por momentos; más que conocerla la intuía, siempre la dejó llevar esos ropajes holgados de chico que su madre detestaba sin poner objeción alguna.

Después de caminar un buen rato llegó a la casa de Morgan, un bonito y amplio piso con vistas al río Liffey. El buzón del Sr. Parnell estaba a rebosar, hacía un par de semanas que pernoctaba en su despacho del Trinity College, rematando la tesis entre clase y clase. Dudó en abrirlo y ojear la correspondencia por si tenía algún mensaje urgente, pero finalmente lo dejó estar, quizás la intrusión le resultara excesiva pese a la confianza.

Abrió la puerta despacio y depositó sus maletas en el hall de entrada. Una ráfaga de viento frío ululaba por el pasillo, Morgan debió haberse olvidado de cerrar alguna ventana. Se dirigió hacia el salón y se recostó un rato en su sillón favorito, meditando despacio acerca de su nueva situación. Algo tenía aquella cálida y acogedora estancia que la invitaba a la reflexión y la llenaba de paz y sosiego. El suelo enmoquetado, las paredes llenas de estanterías con libros, el rincón del gramófono con todos esos discos desparramados espontáneamente por aquí y por allí… Y ella en su sillón, agazapada bajo los amplios ventanales que se adentraban hacia la calle en un pequeño semicírculo, como en las casas inglesas. Como en las casas inglesas…

El cielo se encapotó súbito de hielo. El granizo golpeaba el pavimento y estallaba en raudales sobre los adoquines de la calzada. El iris de Morgan se estampaba con violencia contra el cemento. Sus cuentos, sus historias, huían horrorizadas del cristalino roto. Cascabeles de vidrio fracturados antes de tiempo. Las lágrimas regaban los escombros. Darell suspendida de una cornisa lloraba de rabia e impotencia. Se oyó un aullido y la corriente arrastraba el cuerpo inerte de William.

La esfinge la miraba impávida desde el otro extremo de la calle, aferrada al brazo de otro hombre. Se resquebraja la esfinge y el rostro de la madre se deshace en barro. Los pájaros anidan sobre la débil criatura licuada, y picotean las historias naúfragas que nunca serán contadas.

Despertó sobresaltada y miró hacia la ventana. Los últimos rayos de sol bañaban la fachada del edificio; se había vuelto a quedar dormida. Otra vez aquellos sueños. Oyó la llave en la cerradura y suspiró aliviada. Morgan había vuelto a casa.

Cuarta entrega del relato enviado por Lya

lunes, septiembre 25, 2006

De Anima Bestiarium

(De la fauna y flora de los estados del alma)

XIV El Perro Airado

En la Gran Biblioteca de Alejandría, junto a los rollos de la Anábasis de Jenofonte, se guardaba un papiro atribuido al mismo escriba que rasgó la retirada de los diez mil. En él se recogía la historia de un animal desgraciado que habitaba a las orillas del Tigris. Cuando los griegos se arrimaron al río para hacer la aguada, vieron un pequeño perro atado a un sicomoro por una monstruosa cadena. El can, con el lomo de color canela y los ojos ardiendo como dos lapislázulis, masticaba despacio sus propias tripas, que iban rebrotando en la misma medida que él las devoraba. Los soldados pensaron que el hambre desesperada de muchos días sería la causa de todo aquello y, debido quizás a las maravillas del oriente que saturaban su entendimiento, ninguno pareció sorprendido del crecimiento continuo de los intestinos. Decidieron atajar el sufrimiento del perro. Pero cuando el hoplita más brutal o más piadoso le clavó la larga lanza en el cuello, el bronce se consumió hasta su engaste en la madera, mientras la herida del animal se restañaba con rapidez. Aquel monstruo ni siquiera se quejó, siguió masticando su propia esencia. Sonaron los cuernos de la partida, y el gran ejército se puso en marcha, dejando al perro de la ira seguir mascando eternamente su razón de existir y su condena.

domingo, septiembre 24, 2006

Asistente Social, X y último

Me quedé petrificado. Era muy distinto escuchar aquel alarido desde la mesa camilla del comedor de aquella casa– y ya en verdad fue terrible – que sentirlo hasta en lo más profundo de mí mismo por culpa de la reverberación de las paredes de la cuadra. Me di la vuelta. Ni siquiera me sorprendió descubrir que Manolo se acercaba con un plato lleno de comida en sus manos.

Afectó no verme y, apartando la paja con el pie, dejó la comida en el suelo. En su gesto no había expresión particular; mas yo empecé a temblar, era un hombre en apariencia capaz de devolver la violencia de que estaba hecha su vida, pero centuplicada. Pero su voz retumbó serena y tranquila.

- La Niña no sale. Tiene más miedo que hambre.

Entonces pareció sentirme y me miró. Lentamente, sopesando, midiendo, su indagación era casi un olisqueo. Pero yo ya tenía tomada mi decisión. Lucía lo entendió todo desde el principio, sospecho. Apagó la luz y se puso a mi lado, esperando. Pero demoré la comunicación, las tinieblas de la cuadra me fascinaban y atraían. Era mi cueva de Montesinos. Al cabo, me encogí de hombros y dije, mirando al suelo:

- Lo único que no se me ocurre cómo arreglar es la denuncia del vecino – les dije, mirándolos alternativamente.
- Dígale que los chillidos eran de dos lechones para Navidad – dijo Lucía -. Toda la vida hemos criado cochinillos en esta casa. Colará.

Y coló. Con el señor Méndez y con mi jefe, días más tarde, cuando reuní suficiente valor para hacer el informe “oficial”.

Desde dentro de aquel antro me llegó el sonido de pasos arrastrándose por la paja; sonó después la metálica vibración del plato cuando una mano hambrienta se introdujo con avidez en él. Pedí permiso con la mirada y ambos hermanos me lo concedieron. Accioné de nuevo el interruptor. Ningún recuerdo de las inhumanas formas de la Niña ha permanecido en mi cerebro. Hoy sólo veo unos ojos tan grandes como los de su madre, que expresaban la incomprensión y el rechazo hacia un mundo que condena al ostracismo a los seres más desgraciados.

Prometí ese día nunca volver a hablar de ella. Y lo he cumplido, hasta hoy. Pero la Niña ha muerto, y ya no tendrá que penar en una institución gubernamental – sutil substitutivo de una barraca de feria - por el pecado de sus padres. Un maldito lugar en el que la diseccionarían en cuerpo y alma para acabar desmembrada en varios botes de laboratorio. Es hora de que paguemos los demás, los culpables-víctimas y los encubridores-verdugos. Y sé, pues soy asistente social y funcionario, que para Lucía y para Manolo, y también para mí, hoy llegará el descanso.

FIN

"El mundo es malo, y nosotros le facilitamos la tarea."
Franz Kafka, "El Topo Gigante"

sábado, septiembre 23, 2006

La fragmentación del autor


LA FRAGMENTACIÓN DEL AUTOR
Camino de extinción



Los autores, si es que comprendo las tendencias actuales, pronto serán como madres suplentes, úteros de alquiler en los que una semilla implantada por poderosos asesores podrá madurar y, nueve meses después, ser lanzada entre berridos al mercado.
John Updike. Babelia 773.

En lugar de vender copias de sus trabajos, escritores y artistas podrán ganarse la vida vendiendo "actuaciones, acceso al creador, personalización, información complementaria..., patrocinio o suscripciones periódicas; en resumen, todos los pródigos valores que no se pueden copiar. La copia barata se convierte en la 'herramienta de descubrimiento' que comercializa estos otros valores intangibles".
Kevin Kelly. The New York Times Magazine.

Los lectores y escritores de libros se están acercando a la condición de renegados, hoscos ermitaños que se niegan a salir a jugar bajo el sol electrónico de la aldea pos-Gutenberg.
John Updike. Babelia 773.

Cuando se digitalicen los libros la lectura se convertirá en una actividad comunitaria... La biblioteca universal se convertirá en un único texto extremadamente largo: el único libro del mundo.
Kevin Kelly. The New York Times Magazine.

Los libros normalmente tienen lomos: algunos rugosos, otros lisos, y unos cuantos, al menos en mi extravagante editorial, incluso están manchados por encima. En el hormiguero electrónico, ¿dónde están los lomos? La revolución de los libros, que desde el Renacimiento en adelante enseñó a hombres y mujeres a valorar y cultivar su individualidad, amenaza con acabar en una centelleante nube de fragmentos.
John Updike. Babelia 773.

Una vez digitalizados, los libros pueden desenmarañarse en una sola página, o reducirse todavía más, en fragmentos de una página. Estos fragmentos se mezclarán de nuevo en libros reordenados y estanterías virtuales. ...la biblioteca universal alentará la creación de estanterías virtuales, una colección de textos, algunos de tan sólo un párrafo, y otros con la extensión de un libro entero, que formarán una estantería de biblioteca con información especializada. ... una vez creadas estas estanterías se editarán e intercambiarán en espacios públicos comunes. De hecho, algunos autores empezarán a escribir libros para que se lean como fragmentos, o para que se remezclen en forma de páginas.
Kevin Kelly. The New York Times Magazine.

En cualquier caso, mientras los libros sigan teniendo rugosos o lisos lomos, habrá vida en la playa y seguiremos buscando cínicamente, lejos de nuestros privados delitos contra la autoría, ese estilo que llega al fondo de las cosas, ese estilo que contiene las desdichadas formas de la individualidad, de la libertad, de la independencia, acaso también de la maestría
Vila-Matas. Babelia 773.

Eso, sin embargo, no debería hacernos caer en la nostalgia de que todo tiempo pasado fue mejor. Durante muchos siglos vivimos sin libros y sin la idea moderna, individualista de autor; de una manera algo irónica, quizá los cambios tecnológicos hagan que las sociedades del siglo XXI vuelvan a vivir sin libros y sin autores (o con un concepto muy diferente del autor). Eso no significa necesariamente que se esperen años terribles para la literatura; lo que nos esperan son años de redefinición de lo que entendemos por literatura.
José Edmundo Paz Soldán, profesor de literatura en la Universidad de Cornell. Citado en Babelia 773.

Los momentos más destacados de los comentarios merecerán una flamante entrada (comments highlights) que de muestra de la bien conocida pero nunca suficientemente ponderada perspicacia y aguda inteligencia de los participantes.

jueves, septiembre 21, 2006

Asistente Social, IX

Su cuerpo. Esa era la única forma de poder, de violencia, de la que Lucía pudiera ser ejecutora. Me siguió resignada y silenciosa cuando la rodeé para abrir la puerta del patio. Era estrecho y largo, lleno de viejas macetas – ficus, geranios y pitas - regadas únicamente por la lluvia. Sus propias hojas, caídas sobre los arriates, cerraban una especie de ciclo mortal y deprimente. Al fondo, una puerta doble como de caballeriza. El batiente de arriba estaba abierto, pero la verticalidad de los rayos de sol mantenía la cuadra en la más completa oscuridad.

A medida que me acercaba, mis pasos fueron más y más lentos. No era miedo, ahora lo sé . Era… algo que no existe, algo que sólo sé llamar presentimiento. Sentí… cómo mi corazón fue capaz de conectar y correlacionar muchos más datos de los que mi cerebro simple consignaba. Ya en aquella puerta, sin columbrar nada en la tal boca del averno, oí una respiración fatigosa, casi asmática. Miré a Lucía, y me extrañé de la ambivalencia en su expresión. Una parte de su gesto me apuntaba: continúa, acaba con esto; en la otra sólo se leían súplicas silenciosas.

Entonces localicé un viejo interruptor en la puerta de la cuadra. Lo accioné, sin dudar. Sólo entreví una sombra que se escabulló tras un pesebre. Todo estaba sucio y roto, lleno de paja vieja. Justo a mis pies, rosadas manchas de sangre en el suelo. Me volví para mirar de nuevo a Lucía.

- No es lo que se piensa. No le pasa nada. No le hemos hecho nada. Sólo que la Niña ya es mujer, desde hace un mes. Es mujer y no lo entiende.

La Niña volvió a gritar.

miércoles, septiembre 20, 2006

ORYX Y CRAKE



















ORYX Y CRAKE
El futuro ya no es lo que era

Margaret Atwood, autora de 67 años que mereció el Broker Prize de 2000 por El asesino ciego, ha urdido en Oryx y Crake una sombría novela de anticipación con tintes distópicos, situada en un futuro (demasiado) cercano. Con Oryx y Crake el registro de Atwood se dirige hacia preocupaciones y supuestos frecuentados por la ciencia ficción clásica: la ficción especulativa.
Es Oryx y Crake unos de esos libros que dejan un innegable amargo sabor de boca. Su planteamiento coincidirá con el de aquellos lectores de visión poco optimista sobre el ser humano y su capacidad de trasformar el futuro. Añadirá leña al fuego de un porvenir imperfecto. El malestar persiste días después de haber terminado su lectura. No es fácil sustraerse a sus efectos.

Consumada estilista, la novela de Atwood está construida con una escritura implacable. Sin resquicios para respirar. El protagonista (junto al lector) vive desde la primera página la sórdida pesadilla que consiste en asegurar su propia supervivencia; entre desdicha y desdicha rememorará el camino por el que ha llegado a ser el patético Robinson Crusoe de una civilización naufragada. Podríamos encontrar en Dafoe y Swift la materia prima de la obra, aunque las consabidas referencias de Huxley, Bradbury, Orwell, etc. serán inevitables.
El Proyecto Paraíso permite programar genéticamente a la que constituirá una nueva raza de seres humanos despojados de toda fuente de conflicto. Modulados sus instintos hostiles, extirpada la culpa y el pecado, controlado cíclicamente su deseo sexual, son seres constituidos sin tendencias simbólicas debilitantes ni creencias teológicas, una nueva raza armónica y pacífica. Hermosos como dioses, puros como eternos niños deshumanizados.

De fondo, los crujidos de una sociedad que se desmorona, perfectamente reconocible y cercana. Nada queda fuera de la visión corrosiva de Atwood. La tecnología está al servicio de los mismos miedos, de las mismas brutales pulsiones de muerte que jalonan la historia del hombre; al auxilio de su degradación violenta. El comercio de la longevidad, la perpetuación de la propia vida a cualquier precio, es una de las grandes fijaciones sociales. La propaganda modula el lenguaje. Las relaciones humanas se reducen a formas de explotación. Quizás todo esto pueda resultar familiar.

No encontraremos en Oryx y Crake naves interestelares, portales teletrasportadores, engominados héroes del espacio.
El futuro descrito por Atwood está absolutamente inscrito en el presente. Es visible a nuestro alrededor, y esta circunstancia confiere a la novela una crudeza brutal; genera en el lector una constante sensación de inquietud. Como en nuestro mundo cotidiano, la tecnología acuña neologismos, modifica nuestra visión de lo real y la forma de nombrarlo. Nuevos Adanes forjando un lenguaje vacío.
La realidad es virtual. Todo está en venta. Todo es visible y a la vez incomprensible. En Internet podemos asistir a una ejecución, un suicidio, una violación en directo. Vouyeristas despojados de responsabilidad moral. Y la seguridad, como diría El Roto, consiste en saberse constantemente vigilados.
La ficción especulativa de Atwood no cae en la tentación de adoptar una estructura ensayística ni aleccionadora. Puede leerse como una novela de aventuras, de cifi o incluso como una desdichada historia de amor. En algunos momentos parece en exceso esclava de la anécdota, del detalle, pero discurre de forma armónica y legible. Y concluye, afortunadamente, con un final abierto que ofrece al lector la oportunidad de construir posibles futuros alternativos. Pero es difícil ser optimista.
El Jardín de las Delicias nos espera pasado mañana. Y el Apocalipsis podría empuñar la espada del terrorismo biológico (en este caso, teñido de oscura utopía).
Bienvenidos al Paraíso.

Esta crítica podría integrar el primer capítulo de un Manual de autoayuda para contraportadistas, edición electrónica, coordinado desde el prestigioso blog Saint-Gervais.

martes, septiembre 19, 2006

Semillas en Noviembre

III.

Aún no era ni media mañana cuando volvía de regreso de Portmarnock. Diana la había estado siguiendo melosa durante un buen trecho, hasta que se topó con aquel chucho viejo y gordo y corrió tras él con todo el lomo erizado, bufando como si se preparase para uno de sus muchos ataques bélicos. No era por nada que le hubiese puesto aquel nombre. Su afán de lucha superaba con creces al del resto de gatos que había conocido en su vida, y que se pasaban la mayor parte del tiempo lampuzeando cabezas de pescado en la lonja.

Iba sumida en tales pensamientos cuando volvió a verle al doblar la esquina. Gorra calada hasta los ojos, liándose un cigarrillo como si la cosa no fuera con él. Darell le lanzó una mirada desafiante, pero aun así no logró que el otro apartara la vista. Le molestaba que la miraran de aquella forma, y no conseguía acostumbrarse a ello aunque William ya le había advertido en más de una ocasión. Ya no era una niña, y resultaba difícil hacerse el indiferente cuando te cruzas con esos ojos inmensos azul índigo enmarcados en aquel corte de pelo tan masculino, cabellos negros como el carbón. Tampoco conseguía disimular sus formas aunque vistiese camisa de lino y pantalones grises con tirantes, y calzara las botas de cuero más rudimentarias que pudiese encontrar. Su esbelto y fibroso cuerpo la delataban a cada paso que daba.

Relato enviado por Lya

lunes, septiembre 18, 2006

De Anima Bestiarium

(De la fauna y flora de los estados del alma)

XIII La Termita de la Identidad

En las grandes llanuras de Nubia – leemos en anónimos papiros alejandrinos – las termitas construyen magnas aglomeraciones de barro masticado, son sus ciudades, con sus templos, foros y basílicas. Estos insectos son pequeños y muy parecidos a las hormigas, de las que son parientes muy mal avenidos. El cuerpo es rechoncho, anillado como lombriz, poseen seis patas fuertes a modo de langosta y una recia cabeza, con trompa de elefante y antenas de araña. Tienen un funcionamiento social muy desarrollado: el individuo de cada casta desempeña con absoluta precisión el papel que ha de representar, ora en la paz, ora en la defensa de la ciudad, ora en el ataque a otros termiteros en las épocas de escasez. En todas sus actividades las termitas se mueven en gran grupo y se mantienen cerca unas de otras olisqueándose con las antenas. Cuando una de ellas queda aislada de sus compañeras, comienza a dar vueltas, desorientada, perdida, desesperada, hasta morir de cansancio e inanición. El rastro que persigue es el propio y quiere llegar hasta sí.

domingo, septiembre 17, 2006

Asistente Social, VIII

Empezó la entrevista nerviosa, casi no hablaba, se limitaba a contestar mis preguntas con leves susurros monosilábicos. Más tarde, cuando todo acabó, caí en la cuenta de sus razones: Lucía no sabía con qué palo le iba a dar. Por un lado el horrible fin de sus padres, el asunto de su hermano, el de… de todo había. Y aquella mujer no sabía por donde le iba a soplar el viento. Ni yo tampoco, la verdad. Pero ella estaba indudablemente más asustada que yo.

La visita al señor Méndez había dejado tocado mi sentido profesional: ni yo era capaz de realizar las preguntas adecuadas, ni ella de decir nada que me permitiera hilar la historia. Tras un buen rato de titubeos, de no sacar nada en claro, perdí todo rastro de prudencia y le dije:

- Mire, Lucía. Estoy aquí porque su vecino, el señor Méndez, les ha denunciado.

Pena, más que sorpresa. Dejó de mirar el patio y pude leerle los ojos. Suspiró profundamente, bajó la mirada y se revolvió en la silla. Pero no despegó los labios. Tras unos minutos de inquietante silencio, miré el reloj: las dos y cuarto. Hora de irse, me dije, quería huir de todo aquello a toda prisa. Ella lo notó y casi esbozó una sonrisa de alivio: hoy al menos me libro, creo que pensó.

Hice amago de levantarme pero el movimiento no llegó a completarse. Del patio llegó un alarido quejumbroso con una tesitura fuera de todo lo humano. A medida que crecía en volumen y en agudeza, pasando por todas las notas de todas las escalas, los ojos de Lucía iban agrandándose por el miedo. Caí pesadamente de nuevo en el sillón. No me repuse hasta que el grito acabó por desaparecer. Sin pensar mucho lo que hacía, me levanté con decisión hacia la puerta del patio. Lucía se interpuso en mi camino, suplicándome. Cuando intenté hacerla a un lado, la demanda se deshizo desesperada: quiso quitarse el vestido. Dios santo.

sábado, septiembre 16, 2006

Extracto de los Poemas de la Muerte

II

Amante de los paisajes desdibujados,
de las cortinas de grises lluvias
que impiden la desolada nitidez,
busco lo incierto, lo que no encaja,
para no enfrentar la única certidumbre.

Vivo inmerso en la triste trascendencia
de soñar que sueño sueños reales,
esperando encontrar en los bosques
un tronco negro que me cuente
que sus raíces guardan conciencia de semilla.

No pido una existencia tras el tránsito,
sólo anhelo para después un rastro de memoria,
un sentimiento vago de impresiones pasadas,
para no sentir que con la muerte no se siente,
para no perder la esencia de mi yo.

Miro el fuego que se apaga,
la pila de leña que se agota.

viernes, septiembre 15, 2006

Asistente Social, VII

Me sentí algo más que perdido. Cuando más claro me parecía que todo aquello era un problema trivial, recibí un bofetón: el incesto, el pecado de Mirra. Pero en realidad ninguna opción me parecía realmente plausible. Decidí poner en cuarentena la opinión del señor Méndez, aunque en peores plazas habíamos toreado. No quedaba otra que la visita a los vecinos. Me despedí del viejecito con la mayor cortesía de la que me sentí capaz. Mientras me acompañaba a la puerta, me espetó:

- ¿Qué van a hacer con mi denuncia? – y él mismo se contestó -. Supongo que nada. Nunca hacen nada. Pero era mi deber.

El deber. Dios sabe que quería decir el viejo. Dios sabe qué quiere decir “el deber”. Nunca lo he tenido claro. Ni entonces, ni hoy.

Anduve los pocos metros que separaban de la casa de al lado. Pero no llamé al timbre hasta no comprobar que el señor Méndez había cerrado la puerta. Aunque supongo que se puso a escuchar por detrás de la puerta. Yo, al menos, habría hecho otro tanto en su lugar.

Pocos segundos después de pulsar el botón, Lucía me abrió. Sus ojos. Sólo eso recuerdo, de aquella primera visión, los ojos. Grandes, muy grandes, y más tristes que grandes. Me identifiqué y se asustó muchísimo. Me hizo pasar y sentarme en un salón muy pobre, sucio y destartalado. El hermano, Manolo, no estaba. Recuerdo que en toda nuestra conversación no hizo otra cosa que mirar hacia el patio a través de las persianas verdes. Hasta que se levantó al unísono conmigo, cuando… pero me estoy adelantando… debo contar las cosas más ordenadamente…

jueves, septiembre 14, 2006

Canción de Hielo y Fuego

La persona que se atreve a opinar sobre una novela de género suele hacerlo desde dos puntos de vista profundamente antagónicos. El primero consiste en analizar el escrito desde parámetros literarios independientes del género en cuestión, en ocasiones con afán dogmático y canonizador, siempre tendiendo a escrutar los libros desde el punto de vista del escritor, no del lector. En estos casos la opinión suele ser negativa o cuando menos muy exigente. El segundo punto de vista es analizarla desde la óptica del género, con sus reglas, viendo si cumple los clichés establecidos y las expectativas de los friquis de turno. En este caso la opinión suele ser positiva y casi siempre indulgente.

Ninguna de las dos posturas me parece realmente válida, aunque a la primera me siento indudablemente más cercano. Pero pienso que este tipo de crítico comete un error de bulto: considera que el lector de género tiene los mismos objetivos y expectativas que el lector literario, porque – como queda dicho – no distingue lectores. Por otro lado, la visión del aficionado al género suele descartar los aspectos formales y en general literarios, con lo que logra así que el nivel medio de la literatura de género sea algo peor que malo.

Se me hace necesario este preámbulo para hablar de la serie de fantasía épica de G. R. R. Martin, “Canción de Hielo y Fuego”, de la cual se han publicado en España los tres primeros tomos en la editorial Gigamesh. Desde dentro del género, la serie cumple con todos los clichés: grandes héroes, grandes batallas, familias históricamente enfrentadas, la magia… todos los ingredientes están presentes. Pero mezclados de tal manera que la novela, a mi entender, también puede pasar el tamiz de la crítica literaria general.

Veamos. Para empezar, los héroes sudan, sangran y tienen ampollas, son reales en el sentido literario de la palabra. Mueren cuando les toca, y no según su escalafón dentro del plano de la novela. El malo sobrevive al bueno (o no), y el bueno evoluciona a malo, y el malo a bueno, y el medio malo sigue siéndolo (o no). Y lo mismo para el medio bueno. Como la vida misma. Esto da a la novela una gran credibilidad.

La magia es algo presente, pero está un poco “más allá”. Es algo que se acerca, que estuvo y puede volver, pero que aún no ha llegado. “Se acerca el Invierno”, dice el lema de los Stark. Uno de las fallas clásicas de la fantasía épica es que, cuando peor están las cosas, cuando el héroe no sale del aprieto ni por equivocación, viene la magia y lo salva. En Martin, esto no ocurre.

La sensación de que la magia es algo que estuvo pero ahora no acaba de estar da una dimensión de profundidad a la historia, como el Silmarillion es el marco de profundidad del Señor de los Anillos. En el caso de Tolkien la profundidad la da la temporalidad: las historias de los Silmarilli son miles de años anteriores a Frodo y a Gandalf. En el caso de Martin, la profundidad la da la realidad-no realidad. Sí, hubo magia en los tiempos antiguos, pero ahora no está, aunque se sienta como una amenaza.

En cuanto a la técnica narrativa, ésta es más que efectiva. Huyendo de las técnicas meramente cinematográficas (otra rémora del género), Martin consigue capturar la atención del lector mediante un artificio literario ingenioso y correcto: cada capítulo es contado por un narrador que es sólo omnisciente para el personaje del título, no para el resto. Con lo cual, la historia que se va acumulando es la visión de la “otra” historia bajo los ojos atentos de los propios protagonistas. Simplemente, una ocurrencia genial.

Pero, como siempre, el único juez válido es uno mismo. Y es que la lectura es el otro placer solitario.

miércoles, septiembre 13, 2006

Asistente Social, VI

- Veamos, señor Méndez – continué con el interrogatorio -. Usted dijo en su denuncia que había oído algo… digamos… raro, en casa de sus vecinos, ¿me equivoco?
- No. He oído unos gritos como de niño, o como de animal, no sé decirle.
- ¿En qué condiciones oyó esos ruidos?
- Usted lo que quiere decir es que yo estaba borracho cuando escuché la mierda esa…me está tocando los cojones. O sea, que yo denuncio y me vienen a investigar a mí. Esto es la leche…
- No se enfade, hombre – dije, dándome cuenta de que no iba a ser fácil sacarle lo que quería. Amén de despierto, el viejecito era susceptible. –. Cuando le dije que “en qué condiciones oyó esos ruidos” me refería solamente a detalles ambientales: si era de noche, si está seguro que era en casa de los vecinos, si hay a esas horas mucha gente en la calle, etc.

El señor Méndez me miró detenidamente mientras en su boca se dibujó una mueca en la que yo entendí un “por esta vez pase”. Se quitó las gafas y las puso en su regazo. Luego, levantando bruscamente la mirada, me contestó:

- Suelo oír todas estas cosas por la noche.
- ¿Suele? ¿Cómo “suele”? ¿Es que lo ha escuchado más de una vez?
- No, no me ha entendido… bueno… perdón, no me explicado. El grito ese del animal o del bebé, o de lo que hostias sea, sólo lo he oído una vez. El día anterior a la denuncia. Pero he oído ruidos raros en esa casa desde que se vinieron a vivir sin sus padres, cuando murieron como habían vivido, cada uno por su lado.
- ¿Ruidos raros? – en este momento yo empezaba a vislumbrar que allí había bastante más que unos vecinos mal avenidos.
- Sí. Yo creo que el cabrón del hermano se la tira. Sí, a la Lucía.

Lo peor del asunto es que en la cara del señor Méndez no reconocí otro sentimiento que la envidia.


martes, septiembre 12, 2006

Semillas en Noviembre

II.

La mañana fresca y clara inundó de luz poco a poco las callejas que partían de Doyle’s Corner, hasta colarse por las rendijas de la habitación de Darell. La casa de los Brodie estaba muy bien situada, en una de las zonas más tranquilas de Phibsboro. Más allá, el Canal Real los separaba de los distritos de Glasnevin y Drumcondra, donde Darell contaba con unos pocos buenos amigos. La rivalidad entre bandas nunca los había afectado, al fin y al cabo se criaron todos juntos en las inmediaciones del puerto y pronto se harían compañeros de trabajo. A Darell al menos no le quedó otro remedio, su madre no ganaba lo suficiente para sustentarlas a las dos, y en la fábrica de conservas siempre necesitaban a gente, ya fueran niños o ancianos.

Se levantó de un salto y corrió descalza hasta el aseo. Dejó que el agua fría se deslizara presurosa por el rostro, lamiéndole la pequeña cicatriz de su ceja izquierda. Un recuerdo de la taberna de Burnie. Aquella tarde había estado ayudando a su madre a aclarar la loza en el pilón, cuando resbaló del taburete y cayó al suelo golpeándose contra la esquina de un viejo mueble de madera carcomida. Entonces sólo contaba con cinco años.

Se vistió en un momento y bajó de dos en dos los escalones hasta la cocina; una extraña sensación de alegría la invadió al tiempo que se tomaba una buena taza de café negro como el infierno. Era hora de despedirse del Sr. Sechaill; cogería la bicicleta para llegar a la fábrica antes del primer turno.

Texto enviado por Lya

lunes, septiembre 11, 2006

Asistente Social, V

Desde luego no se correspondía el personaje que entreví cuando se abrió la puerta con la idea que me había hecho de él. Me dije entonces que le debería haber investigado como hice con sus vecinos denunciados. Días después comprobé que no estaba fichado. Sujetando la puerta con una pelosa mano llena de manchas se encontraba un anciano pequeñito, con gafas redondas y una calva prominente. Calzaba unas chanclas de playa y un pantalón de mil rayas bajo la barriga sobresaliente, que - como el viejo no llevaba camiseta - se mostraba en todo su esplendor.

- Buenos días – le dije.
- Buenos.
- Mire, vengo del ayuntamiento, por lo de la denuncia.
- Ah. Pase.

Nos sentamos en una mesa de camilla sobre la que, a pesar de ser casi mediodía, todavía descansaban los restos del desayuno. No había televisión, solo una radio Sanyo que sintonizaba radio-olé. El señor Méndez, que así se llamaba el viejecito, la apagó con brusquedad y me invitó a tomar asiento.

- Perdone el desorden. Pero Fátima sólo viene a limpiar los lunes.
- Soltero, ¿no? – le dije.
- No. Viudo.
- Disculpe. ¿hace mucho de eso?

Es obvio que la pregunta no se relacionaba para nada con el asunto, pero mi objetivo estaba claro: quería indagar acerca de los motivos que le habían llevado a denunciar que algo raro pasaba en casa de sus vecinos. Es información vital todo lo relacionado con las circunstancias personales coadyuvantes de la persona que denuncia. Un breve perfil psicológico del denunciante pone muchas veces sobre aviso al inteligente funcionario acerca de su trabajo, y le da pautas para continuar la indagación. Me contestó:

- ¿Qué coño tiene eso que ver con mi denuncia?

Me estaba bien empleado. Así que fui un poco más directamente al grano.

domingo, septiembre 10, 2006

De Anima Bestiarium

(De la fauna y flora de los estados del alma)

XII La Mariposa de la Libertad

Muchos sabios de la antigüedad dejaron constancia en sus escritos de este insecto; mas es sabido que sus descripciones difieren hasta en los más insignificantes detalles. Marco Tertius Venero estudió todos los fragmentos que pudo reunir en su quinta en los alrededores de Caesaraugusta y resumió lo que de común venía en los filósofos naturales. La larva de esta mariposa nace de sus huevos en las hojas verde pálido del árbol llamado caxa, que crece en todos los países del orbe. Este gusano tiene grandes ojos - que le permiten observar fielmente el mundo que le rodea- y un largo y redondeado cuerpo de colores rojo y negro, de ahí el nombre que recibe de los griegos: melanoerythrias. Pero está sometido a la hoja donde ha nacido: no puede salir de ella y está obligada a comérsela. El deseo de cambiar de lugar es tan violento que decide – con su seda – montar un sistema de hilos para pasar de hoja a hoja. Pero esta oruga siempre queda enredada en su propio huso, y parece morir. Tres meses después, de los verdes hilos retorcidos se escapa una mariposa de sobrenatural hermosura – los colores rojo y negro de la larva se han metamorfoseado en un amarillo intenso moteado en blanco – que con su vuelo errante ensancha sus horizontes y se siente feliz. Pero el árbol caxa forma parte de un bosque que se llama caxón, y los abejarucos impiden a la mariposa la huida a campo abierto, lejos de los árboles. Desesperada, en un vuelo infinito, sube más y más alto, hasta que el sol, como hizo con las alas artificiales de Dédalo, derrite su esencia. Entonces estalla en una miríada de corpúsculos negros que – como una lluvia – caen de nuevo sobre las hojas de los árboles. Son sus huevos.

sábado, septiembre 09, 2006

Asistente Social, IV

Cuando encontré la dirección en el mapa callejero, observé que se encontraba en un arrabal de la ciudad, me iba a llevar media hora de camino, al menos. Deje el mapa en la guantera y arranqué. Fui notando cómo los pisos se hacían cada vez más bajos, se convirtieron progresivamente en casas. La gente ya no andaba ordenadamente por la acera ni cruzaba por los semáforos; las calles se convirtieron en un babel que sería muy peligroso de no ser por la disminución del número de coches. Si no fuera por que la transformación fue gradual, con lo que me dio tiempo a ir cambiando continuamente mis percepciones, diría que la visita se iba a producir en un pueblo.

Aparqué junto a un plátano en una acera cuidada y limpia y me puse a buscar la dirección. Pocos segundos después me encontré con una disposición simétrica apasionante: a ambos lados de un inmenso muro de ladrillo rojo crecían y se separaban dos casas muy parecidas, pero cuya construcción especular invitaba al enfrentamiento. Cosas de la psicología, en ese momento estuve completamente convencido de que el caso no era más que unos vecinos cabreados entre sí. Así que no dudé un instante en cuál casa debía iniciar la investigación: la del denunciante. Suele ser el más enfadado. Consulté el número, era la casa de la izquierda. La única diferencia observable era que la puerta estaba pintada de verde, la otra, era de madera basta y sin barnizar. Me acerqué a la casa del denunciante y llamé decididamente al timbre. Tardaron en abrir.

viernes, septiembre 08, 2006

La Bohemia


Como ejemplo, pongamos las ocho de la tarde de un jueves del mes de febrero de un año cualquiera de hace algunos. Ya es de noche, y hace frío. Entras sin mirar el escaparate, y César te sonríe, tras su mostrador, tranquilo como siempre. Tiene un cigarrillo en la boca y un café en la mano. María revolotea por allí, colocando, descolocando, volviendo a colocar. Javi está pasando albaranes en el ordenador, Julio -Antonio coloca libros en los anaqueles y Maria José – con su sonrisa de siempre – atiende las peticiones baratas de unas jóvenes escolares.

Te sumerges en la búsqueda de ese libro que anhelas. Pero no tienes mucho tiempo. Por la puerta van entrando los compañeros. La fotocopiadora se para y llegan las lecturas de última hora…, los repasos, las preguerras. Se inicia la batalla. Pero los tótems que cuelgan de las paredes no dejan que llegue la sangre al río: Cortázar, Kafka, Borges. Y la presencia silenciosa de miles de libros que esperan, como flores de papel, ser abiertos por tus lúbricos ojos que los desvirguen. El templo está lleno de espíritus y la oración es fructífera y severa como la vida y la muerte.

La coca-cola, las cervezas y las patatas camuflan una atmósfera hecha de literatura. Y las horas pasan como las mejores. Y sueñas como los mejores. Y nacen sueños de folios en blanco y bics por estrenar. Y en medio de todo te has casado, han pasado varios años y has leído todo lo que pasó por tus manos.

Hoy te despiertas en un velador de verano en un bar de decorado abarrocado – casi rococó – con nombre de película y decoraciones africanas. La cerveza, la coca – cola y las patatas continúan. Los compañeros, aproximadamente, también. Pero tú no eres lo mismo. La tertulia tampoco. La Bohemia no está.

jueves, septiembre 07, 2006

Asistente Social, III

Mientras esperaba la media tostada de todos los días – catalana con jamón - intenté leer el Marca. Pero mis compañeros no me dejaron.

- Vamos, cuéntanos – dijo Mario, el documentalista, el marido de Concha, mi amante.
- Contaros, ¿el qué? – repuse, a la defensiva.
- Venga, coño, cuenta. Que hemos visto al concejal entrar en tu despacho con el folio rosa.
- No jodas, ¿qué más da el color?
- El color es muy importante, lo sabes de sobra – dijo Concha, con esa mirada de gata que me daba algo más que miedo –. El rosa significa que el jefe ha hecho dos copias de tus instrucciones. Debe de ser algo serio.

Sin embargo yo sabía que no se habían realizado muchos informes de color rosa este mes, y que el jefe sólo buscaba cuadrar las cuentas de los contribuyentes, justificar el dinero de las subvenciones. Tanto dinero, tantas investigaciones. En fin. No encontré ningún mal en compartir durante el desayuno los datos que había tomado. Nunca volví a hablar del caso con nadie, salvo con el jefe, y a ningún compañero se le ocurrió recordarlo. Otra cosa será cuando lean todo esto. Ya tenía yo ganas de soltar lo de Concha al imbécil de Mario.

- Joder con la familia – dijo Mario cuando acabé de leerle el resumen -. Nunca he visto una cosa igual, muertes, sodomías, prisión, drogas…
- Pues recuerdo un caso aún peor – le dije -. Un asistente social de Sevilla visitó una familia para investigar la desaparición de tres de los cuatro hijos de un matrimonio de la ciudad. Al cuarto hijo lo sirvieron caliente en la sopa. Cuando le preguntaron al padre porque se había comido sus hijos, contestó que comerse los de los demás estaría feo.

Concha y Mario empezaron a reírse a carcajadas. Y yo que lo había contado completamente en serio. Los dejé en la puerta del Ayuntamiento, después fui a por el coche para ir a la primera entrevista.

miércoles, septiembre 06, 2006

Gecko Turner

¿Qué pasaría sí Jay Kay (Jamiroquai) dejara su Gran Bretaña natal, llevando en su maleta todo su funky sound, se diera una vuelta por la eterna isla de cuba, se empapara de todos los ritmos africanos concebibles, aterrizara en el Barrio de San Roque de Badajoz, ciudad ingrata, y – a la sombra de unas murallas ocres y un río de agua rencorosa y escasa – creciera buscando otros sonidos? Que acaso se llamara Gecko Turner e hiciera dos discos como Guapapaseá! o Chandalismo Ilustrado.

Es fácil caer en el localismo desmesurado, positivo o negativo, cuando hablas de un artista de tu ciudad. En estos casos quizá lo mejor sea sólo señalar datos objetivos. En su canción Monosabio Blues, colabora la reconocida voz soul de Eska Mtungwazi. Colabora en tres o cuatro temas de Gecko Turner el batería Brannen Temple, de Chaka Khan, Roy Hargrove y M’Shell Ndengocello. En el terreno patrio, es inconfundible la voz del líder de Los Inlavables en la divertida Toda Mojaíta.

De sus dos discos, destacamos –amén de Monosabio Blues y Toda Mojaíta, ya citadas - Coco Pindá, Te Estás Equivocando, Pal Perú y Niña del Guadiana. Los ritmos africanos parecen fluir para ser escuchados tomando una caña en los veladores del río.

Más allá de gustos y de modas, de calidades discutibles y mercados ciegos, Gecko Turner, algo distinto. Distinto de lo pacense y distinto de lo de más allá. Y en el mundo de hoy, ser distinto es ser algo.

martes, septiembre 05, 2006

Asistente Social, II

Miré el reloj pero era demasiado temprano. Restaban al menos veinte minutos para la exacta hora en que irse a desayunar no parecería indecente. Tomé la decisión de ver primero los archivos.

Cuando accedí con las claves que me proporcionó el jefe, me sorprendió que los habitantes de la casa a investigar ocupaban más de 200 Kb, cuando lo normal es que los informes –redactados los nuevos, escaneados los antiguos - no pasaran de 5 Kb. “Mierda”, me dije, “no sé si me dará tiempo antes de desayunar”. Pero el caso es que empecé a leer, y aquello acabó por interesarme. Este es el resumen que incluí en el dossier del caso:

“En la casa viven dos hermanos, Manuel y Lucía, solteros. Se quedan huérfanos de madre cuando él tiene diecisiete años y ella quince. Según consta, el último trabajo de Manuel es de albañil, Lucía no ha trabajado nunca fuera de casa. Están fichados porque la historia familiar es realmente penosa. Al morir su madre en un accidente de circulación en la misma puerta de su casa –delante de sus hijos, al volver del colegio – hace ya dos años que el padre está en prisión por delitos relacionados con las drogas. Pasan al cargo de la abuela materna. En la prisión, el padre de Manuel y Lucía es sodomizado varias veces en el patio y asesinado por su compañero de celda pocos meses después. En ese tiempo, Manuel ya ha cumplido los dieciocho, trabaja en la obra y se hace cargo de su hermana. Deciden volver a la casa que habitaban con sus padres, seguidamente la abuela sufre un ictus cerebral y ha de ser internada en el asilo de las monjas. No tienen otros parientes conocidos.”

Tras acabar la lectura y revisar las notas, salí a desayunar a la hora justa en que debía hacerlo, por primera y única vez en todos mis años como funcionario.

lunes, septiembre 04, 2006

De Anima Bestiarium

(De la fauna y flora de los estados del alma)

XI El Sapo de la Felicidad

Cuando Ívanos Sandersonios, estilita de la ciudad de Tebas, elegida de Zeus, acabó por abandonar su columna, dedicó el resto de sus días a dar noticia de los seres extraños engendrados en la matriz de natura. En su inmensa “Historia Natural”, en el capítulo XVIII de su libro III, “De los seres que habitan lagos, lagunas, fuentes y charcos”, nos habla de un sapo que mora en las orillas de un lago de la Tesprotia. Sandersonios, amigo de genealogías divinas e historias de alcoba, lo hace hijo del pecado de Mirra, pues fue el fruto del amor incestuoso del dios Océano y su hija Eurínome. El fabuloso animal es conocido por el canto que esparce en las noches de verano. A los que lo escuchan les parece que las estrellas titilan siguiendo las notas de la melodía, una música que indica que el mundo todavía es joven. Este batracio no puede ser capturado: cuando intentas retenerlo, resbala de entre las manos, se deja caer al suelo, abandonando un rastro amargo y viscoso en los dedos. Sólo la melodía que resuena en las almas inquietas permanece después en las tierras de los hombres.

domingo, septiembre 03, 2006

Asistente Social, I

El mundo es malo, y nosotros le facilitamos la tarea.”
Kafka, “El Topo Gigante

Mi nombre es Álvaro Lancharro. Soy asistente social graduado en la lejana ciudad de Salamanca. Saqué las oposiciones al ayuntamiento hace demasiados años como para recordar el esfuerzo invertido o admitir la conexión aceptada. Esto quede dicho con la intención de dejar sentado que no espero ganar nada; no soy escritor ni periodista.

El caso es que ella ha muerto. Ayer por la mañana. He recibido la noticia – desde luego, no por el canal oficial – y me he decidido a contar la historia, aún a sabiendas que prometí no hacerlo. Pero ha muerto, y de sus padres ya no tengo miedo. Y hace ya cuatro años y medio de aquello.

Empezaré por el principio. Aquel día, hace –como digo- cuatro años, mi jefe entró en el despacho – desangelado como todos, desordenado como pocos - mientras yo miraba ensimismado el correo. Me entregó un folio con una dirección escrita en él y unas claves para el fichero electrónico del ayuntamiento.

- Debes ir a esta casa – me dijo con la desagradable voz de los lunes.
- ¿De qué se trata? – le contesté.
- De la denuncia de un vecino, dice que ha oído llorar a un animal o a un bebé, no está seguro, pero que le partió el corazón. La verdad es que todo esto suena muy raro. Creo que lo que quiere realmente el denunciante es que demos un rato por el culo a su vecino. Líos de pared medianera, vaya.
- Pero hay que asegurarse, ¿no?
- Hay que asegurarse, para eso nos pagan. Márchate en cuanto recopiles los datos del archivo.
- A la orden, jefe.

Lo que no le dije es que no pensaba empezar hasta que regresara del desayuno, claro.

sábado, septiembre 02, 2006

Se Desliza

Se desliza entre mis dedos resquebrajados
el tiempo como serpientes o granos de arena,
se pierde en el fondo, se confunde y gira,
se esconde el olvido en el sur de tus labios.

En mis pies la arena que cae
se enreda como la serpiente o la hiedra,
fatigoso mensaje el destino me enseña,
polvo eres y el polvo te espera.

viernes, septiembre 01, 2006

Lecturas de Agosto

I Lecturas Sobresalientes.

1.- Martin, G. R. R., “Canción de Hielo y Fuego III, Tormenta de Espadas”. He tenido en mi mano infinidad de libros de fantasía épica con contraportadas que pregonaban: “esto es lo mejor desde Tolkien”. La contraportada de Martin no dice esto, pero es la única en la que debería estar escrito.
2.- Proust, M., “En Busca del Tiempo Perdido V, La Prisionera”. Poco más que una velada dura la acción de esta novela, en la que el amor y los celos, la homosexualidad, la belle – epoque y la teoría del arte conforman un cuadro magistral capaz de encender todos tus leds literarios: el formal, el intelectual, el artístico, el de la sensibilidad…
3.- Tabucchi, A., “La Cabeza Perdida de Damasceno Monteiro”. Debajo de lo que parece - un librito policiaco, con juicio y todo- se esconde una novela con un trasfondo social penetrante e impecable. Escrita con la difícil sencillez de los genios, las referencias textuales a Pessoa, Kafka, Camus, Cervantes son continuas y embriagadoras.

II Lecturas Interesantes.

4.- Greene, G., “El Tercer Hombre”. Aunque fue concebida sólo como origen literario para el guión de la homónima película de Carol Reed con Orson Welles, resulta ser una novelita negra imprescindible, ambientada en la Viena de posguerra y con el telón de fondo del reparto de poder de los aliados y el contrabando de penicilina.
5.- Dickens, C., “¡Cazado!”. Pequeño relato del maestro inglés, que aborda con una técnica literaria tan clásica como efectiva la urdimbre de una trampa para pillar a un malhechor con las manos en la masa.
6.- Leguineche, M., “Hotel Nirvana”. Prolijo anecdotario de los mejores hoteles de Europa, en el que el autor nos los presenta como escenarios de Alta Política, Baja Cama, Cuna del Buen Gusto o simplemente Santuarios del Esnobismo.
7.- Graves, R., “Yo, Claudio”. Pseudo-memorias del Emperador Claudio, desde su nacimiento hasta su proclamación, con la nunca bien ponderada maestría del clasicómano Graves, una de las cumbres de la novela histórica moderna.

III Pasaron Desapercibidas

8.- Leguineche, M., “Annual 1921”. Un compendio de la guerra de África, muy bien documentado e históricamente muy interesante, el exceso de datos y el extracto final del Informe Picasso conforman una lectura lenta y cansina.
9.- Ordóñez Gallego, A., “Algo Tan Natural”. Ante una temática más que interesante, reflexionar sobre nuestra propia muerte, el pequeño librito cae en dos errores de bulto: el poco cuidado lingüístico y rondar el estilo americano de la auto – ayuda.

IV Tiempo Perdido.

10.- Banville, J., “Copérnico”. Una supuesta recreación de la vida del canónigo polaco conocido por la teoría heliocéntrica, el irlandés Banville inventa mucho y supone demasiado, estilo recargado y fatuo.
11.- Dickens, C., “Un viajante, y no de comercio”. Conjunto de aguafuertes inglesas publicadas por Dickens en revistas de prensa, ha pasado demasiado tiempo por ellas. El medio periodístico es mucho más fugaz que el que reside en los libros. Nos faltan claves.
12.- Sobejano, G., “Estudio Preliminar a las Obras Completas de Clarín”. Un bodrio técnico cuyo único interés, Clarín, pasa desapercibido entre teoría literaria adoctrinadora y filosofías de salón.

V Lecturas Parciales

· Homero, “Ilíada”, Canto XVII. La impresionante lucha entre tirios y troyanos por el cadáver de Patroclo. Y Aquiles, que no aparece.
· Wilde, O., “Cuentos Completos”, “El Crimen de Lord Arthur Saville”. Maravilloso cuento del irlandés. Véase Ironías del Destino, en este mismo blog, 12 de agosto de 2006
· Cervantes, M. de, “Don Quijote”, Segunda Parte, Capítulos 17 al 22. Ahí seguimos con el ilustre manchego, y la eterna duda de preferir a Sancho o a Don Quijote, si las bodas de Camacho o la Cueva de Montesinos.
· Dostoyevski, F., “Los Hermanos Karamazov”, Primera Parte. Un estilo más que definido el del maestro ruso; la tragedia que se masca, hemos de masticar un poco más para emitir opinión.
· Poe, E. A., “Cuentos Completos”. He elegido algunos, como el grandioso “El Gato Negro” o el desasosegante “El Pozo y el Péndulo”. Conexión Conrad-Dante-Kafka: ¿qué ve el protagonista en el fondo del pozo?
· Tolstoi, L. N., “Ana Karenina”, Partes V y VI. Otro bocado a esta relectura, una de las indudables cumbres de la literatura universal.

Adopción - 8, 9 y 10.


Del acuario y otros juegos


Son nudos.
Cuerdas que se cruzan.
Tropiezas y caes, como un niño.
Experiencias que no encajan y permanecen flotando, aisladas unas de otras. Deben tener sentido, un significado que se oculta. Esperas alguna forma de revelación, de conocimiento.

Una noche te despiertas asustado. No es un ruido. Te levantas y en pijama diriges tus pasos al salón. Una claridad azulada ilumina el cuarto. Lucía ha encendido la luz del acuario, que reverbera en su cara como las ondas reflejadas de un estanque. Sentada frente a él, lo observa en una especie de trance, quizás sonámbula. Siguen sus ojos las oscilaciones de un pez en aquel silencio burbujeante. Está despierta, ahora lo sabes, concentrada, absorta en su contemplación. Te sientas junto a ella y le cantas, para serenarte, una canción recién aprendida: zhu ni sheng ri kuai le / zhu ni sheng ri kuai le / zhu ni sheng ri kuai le Lucía / zhu ni sheng ri kuai le.
Lucía tiene puesto un kimono de grullas y bambúes bordados.
Y con Lucía descifras los densos movimientos del luchador de Siam. Sus aletas como velos color violeta lo envuelven. Y le cuentas, en un susurro, sin despertar a mamá: es un betta splendens..., un animal hermoso y violento, por eso está solo en el acuario, -como en un cuento, y una burbuja de palabras os arropa-, míralo, que despacio se mueve, parece moldeado con aceite azul..., en los ríos de Tailandia, donde viven los betta, se alimentan de larvas de insectos…, aquí, en su pecera, mamá le da trozos de carne picada..., - continuas, en la iluminada oscuridad del cuarto, con tus necias explicaciones de documental- …los betta macho, como este, recogen en la boca los huevecitos que pone la hembra y los esconden en un nido de burbujas..., uno a uno..., a veces el pez termina tan cansado que pierde su color, flota como muerto... y si tiene mucha hambre se come a los alevines... – un cuento, te dices, de extraño final-.
Y si os vieran esta madrugada pensarían no sin razón que algo no va del todo bien.

Dos días antes.
Tu mujer os observa desde la puerta de la cocina: estáis jugando, Lucía y tú, a un juego que no entiendes. Sobre un taburete de madera habéis extendido un mantel –cuadritos azules y blancos-; en simétrica formación, colocáis en el mantel unos pedazos de pan, unas piezas de fruta, unas monedas. En los azulejos, con unos pedazos de cinta adhesiva, pegáis un dibujo hecho por Lucía. Aparece, toscamente pintado, un monigote que cabalga sobre una serpiente o un dragón. Es absurdo creer que podríais estar celebrando un rito sagrado, una ceremonia, por qué no, trascendente.
Sus juegos son maniobras mecánicas que se repiten sin aparente sentido. Te dejas llevar por ellos. Y captas en los ojos de tu mujer una preocupación honda y sin palabras a la que solo puedes responder con el silencio.



La Frágil Muralla

Ha llegado bruscamente, como un viscoso tsunami que no te deja respirar.

Ella te dice, en voz alta, te grita, (no puedes equivocarte, los gritos son muy claros), enfadada, asustada quizás, te increpa, incluso finalmente te insulta: desde que llegamos de China –dice- no haces más que estupideces, te comportas como un imbecil, te estás desquiciando y nos vas a volver locas. Y tú piensas, agachando los ojos, hundiéndote un poco más, en las palabras que escondisteis durante aquella ya lejana entrevista; continuan, al fondo, los gritos - ¿es que no quieres a la niña? –; recuerdas los juegos malabares y las mentiras edificadas, sólidas y duraderas como una muralla, para proteger su deseo, su necesidad, de la mirada inquisitiva de un extraño. ¡Lucía no se relaciona con otros niños, apenas habla…, y todo, te grita, puedes ver los empastes de sus muelas, todo por tu culpa!
[Los hijos que llegan e iluminan como arcángeles agujeros negros. Los hijos que llegan desde fuera para ser tallados a nuestra imagen y semejanza. Los misteriosos hijos del oriente. Los hijos que nos hacen buenos y nos bendicen.]
Pero nada de esto dices, no tienes valor, eres cobarde, no estás seguro, ella es tan fuerte - tan buena y las libélulas y los dragones han colonizado tu horizonte.
Miras la casa, ella señala con firme dedo los pedazos de papel, los dibujos de Lucía y tus garabatos, las marcas del sello, los trazos que repiten una y mil veces la mancha roja de la piel de Lucía, desperdigados por el suelo, metidos en carpetas numeradas. Y miras tu caja lacada, donde guardas el sello y un bote de tinta roja; suave al tacto la tapadera agrietada, el río en la bruma.
Has dejado de ir a las reuniones del grupo; sé lo que piensas, no lo digas: [iluminados que se congregan en torno a sus buenas acciones, apóstoles de la bondad que sonríen e intercambian sus agridulces experiencias.] Frente a ellos, tus patéticos silencios, tus dibujos en las manos, insectos zumbando insistentes en tu cabeza.
Has sido invadido, lo sabes, no te resistes. Dejas que el invasor fluya, que un flujo de incomprensibles conexiones te inunde. Encontrará el camino.
Tus palabras caen de la boca como piedras, puedes cogerlas con las manos, sopesarlas, admirarte de su forma y color.
Hombre débil, sobrepasado por nimiedades, estúpido, incapaz de reaccionar y adaptarte. Pero, te dices sin convicción, me han sido revelados signos nuevos, conozco a los dragones voladores de cobre y he visto sus nidos, puedo dibujarlos.
Te van a echar de casa, lo sabes y parece no importarte.
Mírate, los demás te observan, te consideran un idiota, con tu cajita en las manos. Necesitas un profesional que te ayude; tú los desprecias.
Mírate, confuso aprendiz del wu-wei, arrollado por una niña o un ángel.
Solo te queda la inmovilidad de los insectos.



El adoptado

Eras tú el adoptado.
Adoptado por una legión de signos llegados desde muy lejos.
... perdido, adoptado por unos fantasmas que no eran los míos.