Canción de Hielo y Fuego
La persona que se atreve a opinar sobre una novela de género suele hacerlo desde dos puntos de vista profundamente antagónicos. El primero consiste en analizar el escrito desde parámetros literarios independientes del género en cuestión, en ocasiones con afán dogmático y canonizador, siempre tendiendo a escrutar los libros desde el punto de vista del escritor, no del lector. En estos casos la opinión suele ser negativa o cuando menos muy exigente. El segundo punto de vista es analizarla desde la óptica del género, con sus reglas, viendo si cumple los clichés establecidos y las expectativas de los friquis de turno. En este caso la opinión suele ser positiva y casi siempre indulgente.
Ninguna de las dos posturas me parece realmente válida, aunque a la primera me siento indudablemente más cercano. Pero pienso que este tipo de crítico comete un error de bulto: considera que el lector de género tiene los mismos objetivos y expectativas que el lector literario, porque – como queda dicho – no distingue lectores. Por otro lado, la visión del aficionado al género suele descartar los aspectos formales y en general literarios, con lo que logra así que el nivel medio de la literatura de género sea algo peor que malo.
Se me hace necesario este preámbulo para hablar de la serie de fantasía épica de G. R. R. Martin, “Canción de Hielo y Fuego”, de la cual se han publicado en España los tres primeros tomos en la editorial Gigamesh. Desde dentro del género, la serie cumple con todos los clichés: grandes héroes, grandes batallas, familias históricamente enfrentadas, la magia… todos los ingredientes están presentes. Pero mezclados de tal manera que la novela, a mi entender, también puede pasar el tamiz de la crítica literaria general.
La magia es algo presente, pero está un poco “más allá”. Es algo que se acerca, que estuvo y puede volver, pero que aún no ha llegado. “Se acerca el Invierno”, dice el lema de los Stark. Uno de las fallas clásicas de la fantasía épica es que, cuando peor están las cosas, cuando el héroe no sale del aprieto ni por equivocación, viene la magia y lo salva. En Martin, esto no ocurre.
La sensación de que la magia es algo que estuvo pero ahora no acaba de estar da una dimensión de profundidad a la historia, como el Silmarillion es el marco de profundidad del Señor de los Anillos. En el caso de Tolkien la profundidad la da la temporalidad: las historias de los Silmarilli son miles de años anteriores a Frodo y a Gandalf. En el caso de Martin, la profundidad la da la realidad-no realidad. Sí, hubo magia en los tiempos antiguos, pero ahora no está, aunque se sienta como una amenaza.
En cuanto a la técnica narrativa, ésta es más que efectiva. Huyendo de las técnicas meramente cinematográficas (otra rémora del género), Martin consigue capturar la atención del lector mediante un artificio literario ingenioso y correcto: cada capítulo es contado por un narrador que es sólo omnisciente para el personaje del título, no para el resto. Con lo cual, la historia que se va acumulando es la visión de la “otra” historia bajo los ojos atentos de los propios protagonistas. Simplemente, una ocurrencia genial.
Pero, como siempre, el único juez válido es uno mismo. Y es que la lectura es el otro placer solitario.
Ninguna de las dos posturas me parece realmente válida, aunque a la primera me siento indudablemente más cercano. Pero pienso que este tipo de crítico comete un error de bulto: considera que el lector de género tiene los mismos objetivos y expectativas que el lector literario, porque – como queda dicho – no distingue lectores. Por otro lado, la visión del aficionado al género suele descartar los aspectos formales y en general literarios, con lo que logra así que el nivel medio de la literatura de género sea algo peor que malo.
Se me hace necesario este preámbulo para hablar de la serie de fantasía épica de G. R. R. Martin, “Canción de Hielo y Fuego”, de la cual se han publicado en España los tres primeros tomos en la editorial Gigamesh. Desde dentro del género, la serie cumple con todos los clichés: grandes héroes, grandes batallas, familias históricamente enfrentadas, la magia… todos los ingredientes están presentes. Pero mezclados de tal manera que la novela, a mi entender, también puede pasar el tamiz de la crítica literaria general.
La magia es algo presente, pero está un poco “más allá”. Es algo que se acerca, que estuvo y puede volver, pero que aún no ha llegado. “Se acerca el Invierno”, dice el lema de los Stark. Uno de las fallas clásicas de la fantasía épica es que, cuando peor están las cosas, cuando el héroe no sale del aprieto ni por equivocación, viene la magia y lo salva. En Martin, esto no ocurre.
La sensación de que la magia es algo que estuvo pero ahora no acaba de estar da una dimensión de profundidad a la historia, como el Silmarillion es el marco de profundidad del Señor de los Anillos. En el caso de Tolkien la profundidad la da la temporalidad: las historias de los Silmarilli son miles de años anteriores a Frodo y a Gandalf. En el caso de Martin, la profundidad la da la realidad-no realidad. Sí, hubo magia en los tiempos antiguos, pero ahora no está, aunque se sienta como una amenaza.
En cuanto a la técnica narrativa, ésta es más que efectiva. Huyendo de las técnicas meramente cinematográficas (otra rémora del género), Martin consigue capturar la atención del lector mediante un artificio literario ingenioso y correcto: cada capítulo es contado por un narrador que es sólo omnisciente para el personaje del título, no para el resto. Con lo cual, la historia que se va acumulando es la visión de la “otra” historia bajo los ojos atentos de los propios protagonistas. Simplemente, una ocurrencia genial.
2 Comentarios:
Como lector de ya más de 2000 páginas de CHyF, que presume de introducir esta saga en el círculo odekatiano, además de conocedor de otras obras de RR Martin, tengo una queja que elevar a la autoridad competente:
En CHyF Martin se gusta demasiado a sí mismo, en algunos momentos peca de prolijo y terminan sobrando algunas páginas; la acumulación de personajes terciarios y cuaternarios lastran la narración en algunos momentos.
Y esa es quizás la única queja razonable que se me ocurre. Por lo demás, de acuerdo con lo dicho por JL y agradecido por los buenos ratos de lectura irresponsable (como la llamaba Pilar) que RRM nos ha regalado.
El invierno se acerca.
El invierno se acerca y mientras Martin no nos proporcione más lectura os propongo una saga elogiada por el propio autor: El Hombre de Roma y sus continuaciones de Colleem McCullough
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