jueves, septiembre 07, 2006

Asistente Social, III

Mientras esperaba la media tostada de todos los días – catalana con jamón - intenté leer el Marca. Pero mis compañeros no me dejaron.

- Vamos, cuéntanos – dijo Mario, el documentalista, el marido de Concha, mi amante.
- Contaros, ¿el qué? – repuse, a la defensiva.
- Venga, coño, cuenta. Que hemos visto al concejal entrar en tu despacho con el folio rosa.
- No jodas, ¿qué más da el color?
- El color es muy importante, lo sabes de sobra – dijo Concha, con esa mirada de gata que me daba algo más que miedo –. El rosa significa que el jefe ha hecho dos copias de tus instrucciones. Debe de ser algo serio.

Sin embargo yo sabía que no se habían realizado muchos informes de color rosa este mes, y que el jefe sólo buscaba cuadrar las cuentas de los contribuyentes, justificar el dinero de las subvenciones. Tanto dinero, tantas investigaciones. En fin. No encontré ningún mal en compartir durante el desayuno los datos que había tomado. Nunca volví a hablar del caso con nadie, salvo con el jefe, y a ningún compañero se le ocurrió recordarlo. Otra cosa será cuando lean todo esto. Ya tenía yo ganas de soltar lo de Concha al imbécil de Mario.

- Joder con la familia – dijo Mario cuando acabé de leerle el resumen -. Nunca he visto una cosa igual, muertes, sodomías, prisión, drogas…
- Pues recuerdo un caso aún peor – le dije -. Un asistente social de Sevilla visitó una familia para investigar la desaparición de tres de los cuatro hijos de un matrimonio de la ciudad. Al cuarto hijo lo sirvieron caliente en la sopa. Cuando le preguntaron al padre porque se había comido sus hijos, contestó que comerse los de los demás estaría feo.

Concha y Mario empezaron a reírse a carcajadas. Y yo que lo había contado completamente en serio. Los dejé en la puerta del Ayuntamiento, después fui a por el coche para ir a la primera entrevista.