Adopción - 7
De accidentes y pesadillas
Pareces rememorar con especial cuidado accidentes y pesadillas.
Recuerdas la mañana en la que un niño se cayó de la pirámide de cuerdas, en el parque. Te encontrabas especialmente cansado. Unas ojeras oscuras enmarcaban tu mirada. Durante toda la noche no dejaron de asaltarte pesadillas en las que una nube de libélulas revoloteaba en torno a tu cabeza, posándose en tu cara, sobre tus labios, mientras permanecías inmóvil, sin poder mover un músculo. En tu sueño, los caballitos del diablo, dragones voladores, dibujaban signos que quedaban suspendidos en el aire como el fulgor de una brasa que se desplaza en la noche. Signos que remotamente te recordaban algo conocido. Un ideograma, quizás el de la caja negra (y que empezaste a utilizar como ex - libris), o un simple garabato del azar.
Las libélulas te producen en los sueños una absoluta atracción junto a un miedo irracional. Buscas en tu vieja enciclopedia la entrada correspondiente a estos insectos, sin hallar nada más que las consabidas e inútiles explicaciones científicas. Ni tu diccionario de símbolos te aporta respuestas.
Viste caer al niño muy despacio, desde las cuerdas rojas más altas, como una ensoñación o un video que pasara en cámara lenta en uno de esos absurdos y crueles programas de televisión que coleccionan pequeñas desgracias cotidianas.
Miras a tu hija. Temeroso siempre de que algo le ocurra. Lucía, en lo alto del tobogán, parecía rodeada de una burbuja de silencio, aislada y quieta, paladeando el momento en que se deslizaría por la pulida superficie metálica.
Los sueños se repiten tozudamente. Insectos metálicos y signos voladores. Trazos que reproduces en las servilletas de los bares o en los márgenes de los libros.
Ahora no estás seguro de haberlo soñado, pero conservas de otro episodio las vagas impresiones de un sueño: paseas junto a un estanque; puedes oler los excrementos de los patos y el agua sucia; Lucía se mueve en torno al borde, echando de comer a las palomas, que emprenden el vuelo cuando se acerca; levantan nubes de polvo y plumas; las palomas rodean a Lucía pero no la tocan, se alejan aleteando asustadas. En el estanque asoma el hocico de un galápago negro que se desliza sin ruido. Junto a la orilla, tras la valla pintada de un verde viejo y desconchado, un enjambre de libélulas rojas sobrevuela el cadáver de lo que podría ser un topo o una rata.
A veces, cada vez con más frecuencia, tomas una pastilla que te ayuda a conciliar un sueño blanco y pesado.
Pareces rememorar con especial cuidado accidentes y pesadillas.
Recuerdas la mañana en la que un niño se cayó de la pirámide de cuerdas, en el parque. Te encontrabas especialmente cansado. Unas ojeras oscuras enmarcaban tu mirada. Durante toda la noche no dejaron de asaltarte pesadillas en las que una nube de libélulas revoloteaba en torno a tu cabeza, posándose en tu cara, sobre tus labios, mientras permanecías inmóvil, sin poder mover un músculo. En tu sueño, los caballitos del diablo, dragones voladores, dibujaban signos que quedaban suspendidos en el aire como el fulgor de una brasa que se desplaza en la noche. Signos que remotamente te recordaban algo conocido. Un ideograma, quizás el de la caja negra (y que empezaste a utilizar como ex - libris), o un simple garabato del azar.
Las libélulas te producen en los sueños una absoluta atracción junto a un miedo irracional. Buscas en tu vieja enciclopedia la entrada correspondiente a estos insectos, sin hallar nada más que las consabidas e inútiles explicaciones científicas. Ni tu diccionario de símbolos te aporta respuestas.
Viste caer al niño muy despacio, desde las cuerdas rojas más altas, como una ensoñación o un video que pasara en cámara lenta en uno de esos absurdos y crueles programas de televisión que coleccionan pequeñas desgracias cotidianas.
Miras a tu hija. Temeroso siempre de que algo le ocurra. Lucía, en lo alto del tobogán, parecía rodeada de una burbuja de silencio, aislada y quieta, paladeando el momento en que se deslizaría por la pulida superficie metálica.
Los sueños se repiten tozudamente. Insectos metálicos y signos voladores. Trazos que reproduces en las servilletas de los bares o en los márgenes de los libros.
Ahora no estás seguro de haberlo soñado, pero conservas de otro episodio las vagas impresiones de un sueño: paseas junto a un estanque; puedes oler los excrementos de los patos y el agua sucia; Lucía se mueve en torno al borde, echando de comer a las palomas, que emprenden el vuelo cuando se acerca; levantan nubes de polvo y plumas; las palomas rodean a Lucía pero no la tocan, se alejan aleteando asustadas. En el estanque asoma el hocico de un galápago negro que se desliza sin ruido. Junto a la orilla, tras la valla pintada de un verde viejo y desconchado, un enjambre de libélulas rojas sobrevuela el cadáver de lo que podría ser un topo o una rata.
A veces, cada vez con más frecuencia, tomas una pastilla que te ayuda a conciliar un sueño blanco y pesado.
5 Comentarios:
El protagonista parece sumirse cada vez más en cualquiera que sea su problema real o fícticeo... Interesante, recuerda escenas confusas que no sabe muy bien a qué pertenecen, si a lo vivido o a lo soñado. Se hace más visible su deterioro. Prácticamente parece que lo único que recuerda con certeza es que toma alguna que otra pastilla y que a Lucía aún no le ha sucedido nada.
Alucinaciones psicóticas o esquizófrenicas?
Por cierto, has ido a elegir de entre todos uno de mis (pocos) insectos favoritos, la libélula.
La ilustración de esta entrega es chula, parece alguna vidriera de la Casa Lis de Salamanca.
Trema onírica.
Me he acordado del cuadro de espacios geométricos bien remarcados que había en cierta sala de estar de psq -fragmentación en colores vivos-: allí no había libélulas. Moscas para los muertos, mosquitos para los vivos.
Queremos libro de relatos de Doc Leo YA. Y si no disco, y si no videojuego, y si no marca de cereales... Pero por favor, que este hombre contrate a un agente literario y se lance al ruedo de una vez a desfacer entuertos y a hostiarse con molinos de viento con la cara de Bonilla o de Millás...
Algún día la Literatura me lo agradecerá.
Póngame a los pies de su señora.
P.D.: The milkwoman's tale, 2.0... ¿Te imaginas esa portada gris marengo de Anagrama, con tu nombre donde suele figurar, por ejemplo, el de Paul Auster?...
Al entomólogo se le escapan las libélulas
Esto rueda imparable, como el coche de Alonso ¿lo vistéis?. Y animadores entusiasmados -J. Abelenda-: tiene una chispa, que bien prendida, es única.
Tengo a un colega bajando música como loco, discuto con mi jefe cada dos por tres -un ojo divino espía nuestro rendimiento laboral en la oficina- y me apuesto lo que queráis que el personaje de J.L no llegó a estar muerto nunca: necrofilia es el enigma.
Sólo faltaba que una de las féminas se pusiera a escribir....esto se pone interesante
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