jueves, agosto 24, 2006

Descansando, II

Lo primero que hice fue mirar el cuadro que estaba por encima de la cabeza del doctor. Una reproducción, una lámina enmarcada con passe-partou blanco en el que se leían las siglas MOMA. Nunca me interesó el arte, aunque ese día me sirvió de excusa, casi de redención. Miré el dibujo como en mi vida había mirado uno. Pero – debido a los círculos y los espacios en blanco, a los colores intercalados – se trataba de una pintura que hablaba de infinitud, de eternidad, de permanencia. Y yo con estos pelos. Acabé por suspirar, para esconder así el sonido de mis rodillas, muslos y manos. Bajé la mirada hasta los ojos grises del médico, que desmentían la falsa sonrisa de sus dientes blancos. Él estaba tan asustado como yo, o casi. Empecé a odiarlo cuando en su frente se dibujaron las arrugas del alivio, casi esboza una sonrisa, el hijoputa: yo entendía todo perfectamente y me hacía cargo. Vaya si me hacía cargo.