Adopción - 4
La gran muralla
La Muralla: el gran acontecimiento turístico de vuestra estancia en China. Viajará el grupo al completo, once parejas y sus recién estrenadas hijas adoptivas.
Preparáis a las niñas con vestidos alegres, ropita coloreada de Benetton, chambergos de plumas y bufandas estampadas. Un autobús desvencijado os trasladará desde Beijing hasta un tramo visitable de la gran muralla. Algunas niñas se quedan dormidas como demacradas princesas, otra vomita sobre la falda de su madre. Al llegar a vuestro destino, un ligero olor ácido impregna el autobús. Lucía se mantuvo quieta y silenciosa durante el viaje. Intentas distraerla con los juguetes traídos desde España. No les presta atención. Se sienta a tu lado, la espalda recta y la mirada clavada en las ventanas polvorientas del autobús. Sólo acepta como compañía a un dragón rojo de peluche de grandes bigotes blancos. Desde ese momento será su mascota preferida.
El día amaneció especialmente frío. Quizás lo recuerdes: se adivinaba el sol como un pálido fulgor en el cielo encapotado y gris. Al bajar del bus tu mujer envuelve a la pequeña en su abrigo de plumas y le ajusta la bufanda. El cuello de Lucía es cerámica quebradiza; delgadas venas azules se trasparentan en la piel vidriosa. El aliento forma volutas en torno a vuestros rostros. Intentas sonreír, contagiarte de un forzado entusiasmo que apenas oculta tu cansancio, el deseo de volver a casa cuanto antes para retomar tus cotidianas y cálidas rutinas.
Estáis sobre la mítica Muralla, el más gigantesco de los tópicos observable desde la luna. Impresionante, te dicen. Una fabulosa serpiente deslizándose por el paisaje hasta perderse en el horizonte, una encrestada cola de dragón sobre las verdes colinas, desafiando el paso del tiempo. Y soportando las aglomeraciones de turistas que hormiguean sobre su espalda.
El ancho corredor almenado conserva en su superficie láminas de hielo: sería fácil resbalar por las pendientes de pulidos adoquines. Con cuidado, le dices a Lucía, esperando que comprenda tus palabras.
Paseáis en silencio, la niña de tu mano, mientras la guía ofrece explicaciones a las que apenas atiendes. Este engendro, te dices, no es más que un muro de dolor y vanidad, convertido en atracción turística, en símbolo intemporal de poder. Hermosa en aquella fría mañana. Una obra de ingeniería monumental e incomprensible. Vuestra guía os cuenta que la argamasa utilizada como cemento se fabricó con pasta de arroz. Sin saber por qué, te parece un insignificante y terrible detalle. La guía, desde que os recibió en el aeropuerto, no os abandonará un solo instante. Sus discursos y movimientos fueron los de un androide sin sexo, programado para actuar con discreción y eficiencia.
Lucía está ausente, mirando entre dos almenas unos arbustos cubiertos de escarcha.
El padre de una de las niñas adoptadas resbaló al entrar en una garita de vigilancia, donde la sombra mantenía firme la capa de hielo. Fue necesario suspender la excursión y retornar a Beijín para que recibiese atención médica. Una fractura de muñeca.
Más tarde, con la intención de darle ánimos, firmaríais sobre la blanca escayola de su brazo. Los trazos se interrumpían en el yeso aun blando.
Tú le estampaste el indescifrado sello, impregnado en tinta roja.
Preparáis a las niñas con vestidos alegres, ropita coloreada de Benetton, chambergos de plumas y bufandas estampadas. Un autobús desvencijado os trasladará desde Beijing hasta un tramo visitable de la gran muralla. Algunas niñas se quedan dormidas como demacradas princesas, otra vomita sobre la falda de su madre. Al llegar a vuestro destino, un ligero olor ácido impregna el autobús. Lucía se mantuvo quieta y silenciosa durante el viaje. Intentas distraerla con los juguetes traídos desde España. No les presta atención. Se sienta a tu lado, la espalda recta y la mirada clavada en las ventanas polvorientas del autobús. Sólo acepta como compañía a un dragón rojo de peluche de grandes bigotes blancos. Desde ese momento será su mascota preferida.
El día amaneció especialmente frío. Quizás lo recuerdes: se adivinaba el sol como un pálido fulgor en el cielo encapotado y gris. Al bajar del bus tu mujer envuelve a la pequeña en su abrigo de plumas y le ajusta la bufanda. El cuello de Lucía es cerámica quebradiza; delgadas venas azules se trasparentan en la piel vidriosa. El aliento forma volutas en torno a vuestros rostros. Intentas sonreír, contagiarte de un forzado entusiasmo que apenas oculta tu cansancio, el deseo de volver a casa cuanto antes para retomar tus cotidianas y cálidas rutinas.
Estáis sobre la mítica Muralla, el más gigantesco de los tópicos observable desde la luna. Impresionante, te dicen. Una fabulosa serpiente deslizándose por el paisaje hasta perderse en el horizonte, una encrestada cola de dragón sobre las verdes colinas, desafiando el paso del tiempo. Y soportando las aglomeraciones de turistas que hormiguean sobre su espalda.
El ancho corredor almenado conserva en su superficie láminas de hielo: sería fácil resbalar por las pendientes de pulidos adoquines. Con cuidado, le dices a Lucía, esperando que comprenda tus palabras.
Paseáis en silencio, la niña de tu mano, mientras la guía ofrece explicaciones a las que apenas atiendes. Este engendro, te dices, no es más que un muro de dolor y vanidad, convertido en atracción turística, en símbolo intemporal de poder. Hermosa en aquella fría mañana. Una obra de ingeniería monumental e incomprensible. Vuestra guía os cuenta que la argamasa utilizada como cemento se fabricó con pasta de arroz. Sin saber por qué, te parece un insignificante y terrible detalle. La guía, desde que os recibió en el aeropuerto, no os abandonará un solo instante. Sus discursos y movimientos fueron los de un androide sin sexo, programado para actuar con discreción y eficiencia.
Lucía está ausente, mirando entre dos almenas unos arbustos cubiertos de escarcha.
El padre de una de las niñas adoptadas resbaló al entrar en una garita de vigilancia, donde la sombra mantenía firme la capa de hielo. Fue necesario suspender la excursión y retornar a Beijín para que recibiese atención médica. Una fractura de muñeca.
Más tarde, con la intención de darle ánimos, firmaríais sobre la blanca escayola de su brazo. Los trazos se interrumpían en el yeso aun blando.
Tú le estampaste el indescifrado sello, impregnado en tinta roja.
8 Comentarios:
Desasosegante final. Todo tranquilito, todo normal... y ese chispazo final...
Me encanta.
Se lee mal lo de "androide sin sexo programado...", parece que programado hace referencia a sexo y no a androide. ¿Podría ser "androide sin sexo, programado..."
Saludos...
Errata. Corregido.
Gracias.
Los adjetivos que empleas me desconciertan. "Estrenada" aludiendo a una hija me da como escalofríos. Luego está el detalle "terrible" refiriéndose a la pasta de arroz empleada a modo de cemento. Terrible por la cantidad de alimento necesario desperdiciado?
Por último, la definición de la Gran Muralla como un muro de dolor y vanidad. Creo que es bastante acertada, si te refieres con el primer adjetivo a los obreros que la construyeron y con el segundo
a la actitud del emperador. Por cierto, singular vida la de este hombre. No hace mucho leí una historia novelada de Ch'in Hsih Hwang Ti que estaba bastante bien, aunque tuve que dejarla a la mitad. Demasiada crueldad y locura gratuitas.
Me parece que ya sé lo que le pasa a Lucía. En la t. te lanzo mi hipótesis a ver que te parece.
El comportamiento y las actitudes de los padres hacia las hijas muy bien reflejado. La ropa de colores de Benethon lo dice todo.
esa señora no es mi mama habla muy alto aunque puedo entenderla cuando me llevan y me traen en la gran caja de las ruedas con estos señores que se afanan por darme biberones y abrigarme y meterme en la cama pero no entiendo lo que dicen y no me dejan tener mi hambre y mi sueño que siempre se adelantan y luego las cosas pasan muy rápido y yo sé quién es mi mamá que me daba el biberon y que era la mamá de todas mis otras hermanas de la sala grande de la casa donde vivo pero no les entiendo si me preguntaran yo les explicaría yo podría
La clave es la contraria: el lenguaje es intraducible, la comunicación indescifrable:
Los códigos tienen que reventar.
Nada tiene la niña que decir con el lenguaje de otros.
"Nada tiene la niña que decir con el lenguaje de otros"... Despiertas todo mi interés con esta frase. Espero que el desenlace esté a la altura de lo que prometes (esos "códigos reventados" sugieren profundas revelaciones -siquiera literarias). Intuyo que lo "aterrador" en la niña es precisamente lo incognoscible, el muro de silencio que oculta algo que no se puede definir con palabras. Al final, sí, estabas iluminando lo inefable.
Pero en esta entrega (no todo va a ser miel) tengo un serio problema con los tiempos verbales; me parece problemática la mezcla que haces de pasado, presente y futuro, a veces todo en la misma frase... Hace la lectura extraña, incómoda, y obliga al lector a restablecer sus referentes a cada paso.
Por lo demás, guíanos hasta el final...
He podido fijar más claramente una sensación que percibía en algunos momentos de este relato en segunda persona: una sutil cualidad de inducción hipnótica en el ejercicio de rememorar. La voz del narrador se enviste de cierta imposición para la mente del lector.
Me gusta especialmente la descripción de la muralla y el efecto cosificador que tiñe la relación con las niñas
Un apunte al blog en general:
Se ha producido un retraimiento de la exposición hacia la creación literaria
Me gustaba la sensación fresca de revista polimorfa.
Riesgo de dispersión? Intercambios frenéticos de egos sedientos de escaparate?
Habrá que aceptar reservas y atrincheramientos en fueros más personales ....inaccesibles?
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