Adopción - 5
La despedida. Noches de hotel
Un último paseo con vuestra hija y la directora por las dependencias del orfanato, una demorada despedida de la institución tutelar que hasta ese momento cumplió fríamente sus funciones paterno-administrativas. Un último acto de cordial propaganda.
La niña no suelta la mano de la celadora. Te repugnó su pelo corto y graso, la cabeza encogida de piel arrugada en un rostro inexpresivo. No te costó imaginarla propinando castigos, restringiendo comida, aseando bruscamente a las niñas. Lucía no la soltó hasta que, entre forcejeos, la depositaron en los brazos de tu mujer.
Cruzando un patio interior, pasáis junto a una construcción hexagonal de dos pisos y tejado en alero que recuerda vagamente a una pagoda. Tiene las ventanas cubiertas de rejas. Pequeños dragones decoran las esquinas del tejado. En la brisa oscila un farol rojo, rozando la pared. Un grupo de raquíticos cipreses rodean el templo y entre los árboles descubres una tosca estatua de piedra gris: una mujer tumbada sostiene, con los brazos rígidamente extendidos, una criatura sobre sus piernas.
…
La primera noche en el hotel Lucía no quiso comer. Escuchaba las canciones de cuna con una atención ausente. La viste recoger sus cosas en la mochila y plantarse frente a la puerta de la habitación, sobre el enmoquetado pasillo rojo. Parece a punto de llorar, pensaste, pero no lo hizo. La observas en silencio mientras tu mujer le susurra palabras que procuran trasmitirle ternura y sosiego. La pequeña niña: invisible larva del futuro que durante meses deambuló transparente por las habitaciones de tu casa. Espectro luminoso que hoy, la espalda apoyada contra la puerta del hotel, rechaza la nueva vida que le ofreces.
La segunda noche aceptó un biberón caliente de cereales. Desmadejada sobre los brazos de su madre, se dejó alimentar pasivamente. El pelo negro como un manto brillante cayendo lacio sobre el brazo del sillón. Tu mujer vestía un camisón blanco de seda y aun llevaba en torno al cuello su collar de perlas. El pelo recogido en un moño con un pasador plateado. Qué hermosa, pensaste. Con que delicadeza le daba el biberón. Lucía no apartaba sus grandes ojos de ti. Una mirada directa, un foco de luz negra que te ciega.
Inclinándote ligeramente puedes ver la rojiza marca de nacimiento que tu hija esconde tras la oreja. Más tarde sabrás que es un angioma congénito sin importancia. Pero en ese momento te recuerda al signo que dejaste impreso en la escayola. Algo fuera de sitio, una mancha de sangre junto a una pálida caracola.
De la tercera noche conservas el hábito de soñar libélulas, insectos de aspas plateadas y fosforescentes cuerpos de luciérnaga. En tus sueños se mueven con inusitada rapidez, cambiando bruscamente de dirección, borrones relucientes en la oscuridad de las pesadillas; a veces tus libélulas zumban estáticas como colibríes sobre un estanque congelado.
La niña no suelta la mano de la celadora. Te repugnó su pelo corto y graso, la cabeza encogida de piel arrugada en un rostro inexpresivo. No te costó imaginarla propinando castigos, restringiendo comida, aseando bruscamente a las niñas. Lucía no la soltó hasta que, entre forcejeos, la depositaron en los brazos de tu mujer.
Cruzando un patio interior, pasáis junto a una construcción hexagonal de dos pisos y tejado en alero que recuerda vagamente a una pagoda. Tiene las ventanas cubiertas de rejas. Pequeños dragones decoran las esquinas del tejado. En la brisa oscila un farol rojo, rozando la pared. Un grupo de raquíticos cipreses rodean el templo y entre los árboles descubres una tosca estatua de piedra gris: una mujer tumbada sostiene, con los brazos rígidamente extendidos, una criatura sobre sus piernas.
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La primera noche en el hotel Lucía no quiso comer. Escuchaba las canciones de cuna con una atención ausente. La viste recoger sus cosas en la mochila y plantarse frente a la puerta de la habitación, sobre el enmoquetado pasillo rojo. Parece a punto de llorar, pensaste, pero no lo hizo. La observas en silencio mientras tu mujer le susurra palabras que procuran trasmitirle ternura y sosiego. La pequeña niña: invisible larva del futuro que durante meses deambuló transparente por las habitaciones de tu casa. Espectro luminoso que hoy, la espalda apoyada contra la puerta del hotel, rechaza la nueva vida que le ofreces.
La segunda noche aceptó un biberón caliente de cereales. Desmadejada sobre los brazos de su madre, se dejó alimentar pasivamente. El pelo negro como un manto brillante cayendo lacio sobre el brazo del sillón. Tu mujer vestía un camisón blanco de seda y aun llevaba en torno al cuello su collar de perlas. El pelo recogido en un moño con un pasador plateado. Qué hermosa, pensaste. Con que delicadeza le daba el biberón. Lucía no apartaba sus grandes ojos de ti. Una mirada directa, un foco de luz negra que te ciega.
Inclinándote ligeramente puedes ver la rojiza marca de nacimiento que tu hija esconde tras la oreja. Más tarde sabrás que es un angioma congénito sin importancia. Pero en ese momento te recuerda al signo que dejaste impreso en la escayola. Algo fuera de sitio, una mancha de sangre junto a una pálida caracola.
De la tercera noche conservas el hábito de soñar libélulas, insectos de aspas plateadas y fosforescentes cuerpos de luciérnaga. En tus sueños se mueven con inusitada rapidez, cambiando bruscamente de dirección, borrones relucientes en la oscuridad de las pesadillas; a veces tus libélulas zumban estáticas como colibríes sobre un estanque congelado.
6 Comentarios:
Me gusta el intimismo que se respira, el narrador (o el protagonista) no desvelan los sentimientos de la mujer y la niña, sólo los adivinan, el único que reflexiona es el protagonista (narrador). Además, la segunda persona marca una distancia que da mucha más verosimilitud al relato. Me gusta entenderlo como Narrador=Memoria del Protagonista.
Sólo un detalle, en "La niña no suelta la mano de la celadora. Te repugnó su pelo corto...", no queda claro si te refieres a la niña o la celadora, y, aunque queda aclarado un poco más abajo, esto te hace pararte en la lectura y perder ritmo...
Saludos. Si no nos comentamos más, nos vemos(leemos) a partir del lunes-noche.
Gracias Oze
Que disfrutes de la arena
Me gusta el curso que van tomando los hechos, el cariz que va impregnando los pensamientos del narrador-protagonista. El tono del relato notoriamente más estable en esta última entrega. Parece que el padre va sosegándose poco a poco, adaptándose muy ligeramente a los comportamientos y actitudes de la niña. Ya no se presagia nada malo por el simple hecho de que la niña se plante delante de la puerta y parezca que vaya a llorar, una actitud complamente normal para un niño. Ya la mira de otra forma, "la luz cegadora de sus ojos negros".
La imagen recurrente de las libélulas y luciérnagas, insectos luminosos, me gusta.
Hábitat de insectos incubados por la memoria y los sueños -"invisible larva del futuro..."- Acierto pleno
Crisálida en transformación contemplada por un personaje hipnotizado
La mujer, autónoma del narrador, va aproximando la niña al mundo real del padre, marioneta del que impone la acción
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Gracias por tu comentario, que tiene la impresionante fuerza de lo vivido.
No lo he creido necesario, pero por si acaso, quiero asegurar que el relato de "Adopción" no pretende reflejar la realidad del proceso ni está basada en la experiencia de nadie.
Como creo que percibirá quien lo siga, su intención es reflexionar sobre la validez de ciertos códigos, su indescifrabilidad, de la posibilidad de un proceso de adopción inversa (de extrañamiento) que conlleva la fractura parcial de la realidad. Y en todo caso a quien señala el narador es a ese "tu" interpelado que se desmorona
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