Descansando, IV
Qué manera más tonta de contar las horas, ver correr el gotero. Me di cuenta de que recopilar el tiempo es perderlo. Además, ni siquiera era un método fiable, esa maldita rueda reguladora me hacía perder el hilo de todos los cálculos. Ya casi al final logré correlacionar los dedos de la enfermera con su hora de salida y ajustar la medida con el menor margen de error. Tuve tiempo, en todos esos meses, de establecer asimismo una asombrosa relación entre el color de los botecitos del gotero, mi tiempo de sueño y la necesidad de calmantes. Aquel maldito sabor metálico, el del bote rosa. Tuve que decirle al doctor, cuando no estaba María delante, que parara de una puta vez, que yo no era una farmacia ambulante. Él me dijo que todo se meaba. Pero yo sabía que lo que de verdad quería mear no sólo se quedaba dentro sino que crecía y crecía.
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