Adopción - 8, 9 y 10.
Del acuario y otros juegos
Son nudos.
Cuerdas que se cruzan.
Tropiezas y caes, como un niño.
Experiencias que no encajan y permanecen flotando, aisladas unas de otras. Deben tener sentido, un significado que se oculta. Esperas alguna forma de revelación, de conocimiento.
Una noche te despiertas asustado. No es un ruido. Te levantas y en pijama diriges tus pasos al salón. Una claridad azulada ilumina el cuarto. Lucía ha encendido la luz del acuario, que reverbera en su cara como las ondas reflejadas de un estanque. Sentada frente a él, lo observa en una especie de trance, quizás sonámbula. Siguen sus ojos las oscilaciones de un pez en aquel silencio burbujeante. Está despierta, ahora lo sabes, concentrada, absorta en su contemplación. Te sientas junto a ella y le cantas, para serenarte, una canción recién aprendida: zhu ni sheng ri kuai le / zhu ni sheng ri kuai le / zhu ni sheng ri kuai le Lucía / zhu ni sheng ri kuai le.
Lucía tiene puesto un kimono de grullas y bambúes bordados.
Y con Lucía descifras los densos movimientos del luchador de Siam. Sus aletas como velos color violeta lo envuelven. Y le cuentas, en un susurro, sin despertar a mamá: es un betta splendens..., un animal hermoso y violento, por eso está solo en el acuario, -como en un cuento, y una burbuja de palabras os arropa-, míralo, que despacio se mueve, parece moldeado con aceite azul..., en los ríos de Tailandia, donde viven los betta, se alimentan de larvas de insectos…, aquí, en su pecera, mamá le da trozos de carne picada..., - continuas, en la iluminada oscuridad del cuarto, con tus necias explicaciones de documental- …los betta macho, como este, recogen en la boca los huevecitos que pone la hembra y los esconden en un nido de burbujas..., uno a uno..., a veces el pez termina tan cansado que pierde su color, flota como muerto... y si tiene mucha hambre se come a los alevines... – un cuento, te dices, de extraño final-.
Y si os vieran esta madrugada pensarían no sin razón que algo no va del todo bien.
Dos días antes.
Tu mujer os observa desde la puerta de la cocina: estáis jugando, Lucía y tú, a un juego que no entiendes. Sobre un taburete de madera habéis extendido un mantel –cuadritos azules y blancos-; en simétrica formación, colocáis en el mantel unos pedazos de pan, unas piezas de fruta, unas monedas. En los azulejos, con unos pedazos de cinta adhesiva, pegáis un dibujo hecho por Lucía. Aparece, toscamente pintado, un monigote que cabalga sobre una serpiente o un dragón. Es absurdo creer que podríais estar celebrando un rito sagrado, una ceremonia, por qué no, trascendente.
Sus juegos son maniobras mecánicas que se repiten sin aparente sentido. Te dejas llevar por ellos. Y captas en los ojos de tu mujer una preocupación honda y sin palabras a la que solo puedes responder con el silencio.
Ha llegado bruscamente, como un viscoso tsunami que no te deja respirar.
Ella te dice, en voz alta, te grita, (no puedes equivocarte, los gritos son muy claros), enfadada, asustada quizás, te increpa, incluso finalmente te insulta: desde que llegamos de China –dice- no haces más que estupideces, te comportas como un imbecil, te estás desquiciando y nos vas a volver locas. Y tú piensas, agachando los ojos, hundiéndote un poco más, en las palabras que escondisteis durante aquella ya lejana entrevista; continuan, al fondo, los gritos - ¿es que no quieres a la niña? –; recuerdas los juegos malabares y las mentiras edificadas, sólidas y duraderas como una muralla, para proteger su deseo, su necesidad, de la mirada inquisitiva de un extraño. ¡Lucía no se relaciona con otros niños, apenas habla…, y todo, te grita, puedes ver los empastes de sus muelas, todo por tu culpa!
[Los hijos que llegan e iluminan como arcángeles agujeros negros. Los hijos que llegan desde fuera para ser tallados a nuestra imagen y semejanza. Los misteriosos hijos del oriente. Los hijos que nos hacen buenos y nos bendicen.]
Pero nada de esto dices, no tienes valor, eres cobarde, no estás seguro, ella es tan fuerte - tan buena y las libélulas y los dragones han colonizado tu horizonte.
Miras la casa, ella señala con firme dedo los pedazos de papel, los dibujos de Lucía y tus garabatos, las marcas del sello, los trazos que repiten una y mil veces la mancha roja de la piel de Lucía, desperdigados por el suelo, metidos en carpetas numeradas. Y miras tu caja lacada, donde guardas el sello y un bote de tinta roja; suave al tacto la tapadera agrietada, el río en la bruma.
Has dejado de ir a las reuniones del grupo; sé lo que piensas, no lo digas: [iluminados que se congregan en torno a sus buenas acciones, apóstoles de la bondad que sonríen e intercambian sus agridulces experiencias.] Frente a ellos, tus patéticos silencios, tus dibujos en las manos, insectos zumbando insistentes en tu cabeza.
Has sido invadido, lo sabes, no te resistes. Dejas que el invasor fluya, que un flujo de incomprensibles conexiones te inunde. Encontrará el camino.
Tus palabras caen de la boca como piedras, puedes cogerlas con las manos, sopesarlas, admirarte de su forma y color.
Hombre débil, sobrepasado por nimiedades, estúpido, incapaz de reaccionar y adaptarte. Pero, te dices sin convicción, me han sido revelados signos nuevos, conozco a los dragones voladores de cobre y he visto sus nidos, puedo dibujarlos.
Te van a echar de casa, lo sabes y parece no importarte.
Mírate, los demás te observan, te consideran un idiota, con tu cajita en las manos. Necesitas un profesional que te ayude; tú los desprecias.
Mírate, confuso aprendiz del wu-wei, arrollado por una niña o un ángel.
Solo te queda la inmovilidad de los insectos.
El adoptado
Eras tú el adoptado.
Adoptado por una legión de signos llegados desde muy lejos.
... perdido, adoptado por unos fantasmas que no eran los míos.
6 Comentarios:
Inpresionante.
Detalle 1: Los niños que vienen a mostrar los agujeros negros...
Detalle 2: Eres tú el adoptado.
Choque de culturas, choque de emociones, piedras de toque (choque)
Una lectura fragmentaria cansa, todas las entradas seguidas dan otra visión...
Magistral final para esta adopción inversa. Los pequeños detalles y sucesos que describes hacen que la narración se fortalezca. El kimono y la pecera de Lucía, ese extraño juego en el mantel, los empastes de la madre...
Pero por qué su mujer le hecha de casa así sin más? Es evidente que está enfermo y necesita ayuda, me parece un poco cruel por parte de su esposa ponerle de patitas en la calle con una caja china lacada como única pertenencia.
En fin, c'est la vie.
Agradezco vuestros comentarios.
Sois buenos compañeros de aventura (es práctica de riesgo compartir lo que uno escribe).
JL --> esa era la intención, una adopción inversa, una invasión de significados extraños que le (nos) superan.
Aquitania --> No se si ella le echa o no de casa, no está tan claro... de todas formas, parece que el personaje está ya muy fuera de todo, al menos de ese todo común al que llamamos "casa".
Feliz septiembre
Desde la inexistente objetividad puedo decirte que me ha sorprendido y fascinado.
Impresionante descripción pausada, de la profunda inmersión -pez- del protagonista en un espacio nuevo. Jeroglífico, signos y juegos que su hija comparte. Ahora, el personaje práctico, adaptado con reglas realistas, se queda fuera, no entiende un lenguaje ajeno.
Maravilloso. Lo quiero por escrito.
Me sumo a la petición de Gela. Quiero copia firmada. Pero no de este relato. Del libro entero.
Un abrazo, y gracias por estremecernos de este manera.
"Son nudos.
Cuerdas que se cruzan."
Hermoso guiño los piolines de Cortázar y al Odradek de Kafka.
De nuevo, un hombre al que los signos lo superan, que parece estar encontrando en las formas una revelación que quizás sólo sea fruto de su progesivo hundimiento en la locura. O quizás no, tal vez está llegando a algo dificilemte accesible y compartible, a un nivel de realidad cuyo único vehículo de expresión son esos retazos de sueños con insectos, esos juegos infantiles sin aparente lógica.
Su desubicación le ha brindado la oportunidad de ver el mundo desde una perspectiva distinta, no obstante, la parte más prosaica de la vida, cuya principal representante es la esposa, empieza a recharzarlo: desde que llegamos de China eres un desastre, un inútil, un loco.
Creo que nuestro protagonista se ha "descentrado para buscar el centro", como el querido Horacio Oliveira, y por ello tendrá que pagar un precio muy caro: su vida cotidiana, su seguridad.
Su nuevo territorio es ese cielo nocturno en el que las libélulas marcan el camino.
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