lunes, septiembre 11, 2006

Asistente Social, V

Desde luego no se correspondía el personaje que entreví cuando se abrió la puerta con la idea que me había hecho de él. Me dije entonces que le debería haber investigado como hice con sus vecinos denunciados. Días después comprobé que no estaba fichado. Sujetando la puerta con una pelosa mano llena de manchas se encontraba un anciano pequeñito, con gafas redondas y una calva prominente. Calzaba unas chanclas de playa y un pantalón de mil rayas bajo la barriga sobresaliente, que - como el viejo no llevaba camiseta - se mostraba en todo su esplendor.

- Buenos días – le dije.
- Buenos.
- Mire, vengo del ayuntamiento, por lo de la denuncia.
- Ah. Pase.

Nos sentamos en una mesa de camilla sobre la que, a pesar de ser casi mediodía, todavía descansaban los restos del desayuno. No había televisión, solo una radio Sanyo que sintonizaba radio-olé. El señor Méndez, que así se llamaba el viejecito, la apagó con brusquedad y me invitó a tomar asiento.

- Perdone el desorden. Pero Fátima sólo viene a limpiar los lunes.
- Soltero, ¿no? – le dije.
- No. Viudo.
- Disculpe. ¿hace mucho de eso?

Es obvio que la pregunta no se relacionaba para nada con el asunto, pero mi objetivo estaba claro: quería indagar acerca de los motivos que le habían llevado a denunciar que algo raro pasaba en casa de sus vecinos. Es información vital todo lo relacionado con las circunstancias personales coadyuvantes de la persona que denuncia. Un breve perfil psicológico del denunciante pone muchas veces sobre aviso al inteligente funcionario acerca de su trabajo, y le da pautas para continuar la indagación. Me contestó:

- ¿Qué coño tiene eso que ver con mi denuncia?

Me estaba bien empleado. Así que fui un poco más directamente al grano.