jueves, septiembre 28, 2006

Enemigo Invisible, I

-¿Qué hace ahora?
-Me mira desde detrás de ti y sonríe.

Veinte años de profesión y estuve en un tris de volver la cabeza. Conseguí dominarme a pesar de sentir el escalofrío casi como una caricia que empezó en la nuca y bajó por toda la espalda. Contemplé con detenimiento la cara de mi paciente de siete años y pensé: joder, habla totalmente en serio. Acabé, con infinita dificultad, por sonreír. Enseguida empecé a balancear el sillón giratorio de cuero negro, primero a la izquierda, luego a la derecha. Mientras, el paciente dejó de mirar la pared que estaba a mi espalda para contemplar, de nuevo, la lámpara del techo.

-Qué, ¿se ha subido a la lámpara?
-No, doctor, se ha ido. Sí. A esperarme en casa.
-¿Cómo lo sabes?
-Me lo ha dicho.
-Yo no lo he oído.
-Pero lo ha dicho.
-Sí, pero… ¿cómo explicas tú que yo no lo haya oído?
-No sé, doctor, ¿estabas escuchando?
-Ya sabes que yo siempre te escucho.
-A mi sí, a él no.

El niño se llamaba Alberto Gómez; mi nombre es Abel Cortaira. Por entonces era psiquiatra en el hospital de la ciudad. Ahora, me dispongo a escribir todo lo que recuerdo sobre aquello.

13 Comentarios:

Blogger L Malaletra dijo...

Me engancha más este inicio que el de el Asisente social. Los niños raros que se resisten a abandonar el cuerpo adulto son mi debilidad.
Ahora toca esperar.
Saludos.

8:21 p. m.  
Blogger José L. Muñoz Expósito dijo...

Lo complicado será saber si es el niño o el psiquiatra el que se resiste a crecer... o es obligado a hacerlo... o ninguno somos capaces de algo así... ¿el crecimiento es una renuncia?... ¿o una nueva oportunidad?...

8:32 p. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Apertura estimulante.
Este contacto inicial, extraño, desafiante, me ha gustado.
Dispuesta a escuchar mas allá de lo escrito.
Un beso

7:47 a. m.  
Blogger L Malaletra dijo...

Justo JL
son los niños camuflados en cuerpos adultos lo que me interesan, o los niños que los adultos construimos para explorarnos y reconocernos, para hacer la arqueología del dolor y las pasiones.
Saludos

8:57 a. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

El paralelismo de niño y adulto es díficil de llevar, si se entrecruzan, ¿dónde termina uno y dónde empieza el otro?.
De niño deseas ser adulto, cuando eres adulto sueñas con volver a ser niño.
Psiquiatra/niño, ¿son uno?, ¿dos en uno? Existe un tercero que contempla a los dos (o al uno), sin edad, sin deseos y sin sueños. El que espera en casa ... (contempla y espera)

8:47 p. m.  
Blogger L Malaletra dijo...

Adulto vs niño: quizás vagos términos sujetos a un cronograma social. Yo al menos llevo dentro de mi toda una guardería...

10:44 a. m.  
Blogger José L. Muñoz Expósito dijo...

El adulto como un conglomerado consistente de niños en su adentro... que simplemente ha aprendido a aceptar unas reglas etiológicas útiles para la buena convivencia y su propio simulacro de felicidad. Suscribo, doc, aunque no sé si llevo demasiado allá tus propias conclusiones.

10:49 a. m.  
Blogger L Malaletra dijo...

Seguiremos en tu relato el juego de espejos entre el niño, el médico y su fantasma (el fantasma de quien).
El paso de la infancia a la vida adulta puede consistir en una aparente domesticación del pequeño perverso polimorfo que nos habita.

10:57 a. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Amigos, veo que para cada uno de vosotros la infancia es algo distinto: una etapa, un cronograma, lo extraño, la resistencia al abandono, la pérdida,...
Y lo que nos hace felices? O dignos de ser felices? Recuerdo la savateriana cita de Baudelaire: el genio es la infancia recuperada a voluntad. Es ese genio el que buscamos? El de nuestras ideas y acciones o el de la lámpara maravillosa? Porque sobran pruebas de que todos buscamos algo en eso que llamamos infancia.
Para Bierce la infancia transcurre bajo el cielo, y depués de una temporada empezamos todos a transcurrir bajo la tierra (o algo así). Es tan larga o tan corta la infancia?
A mi me gusta identificar infancia y felicidad. Mis hijas me lo confirman a diario.
Beg your perdon.

1:34 p. m.  
Blogger José L. Muñoz Expósito dijo...

Querido Diego, estoy de acuerdo contigo en identificar infancia y felicidad. Por eso me parecen tan terribles los casos (demasiado numerosos, bien lo sé, soy profesor) donde resulta imposible realizar la identificación. En este relato pretendo hablar de todo esto, aunque sea subliminalmente.

Con el tema del psiquiatra me ha pasado una cosa muy curiosa. Sólo buscaba que el doctor estuviera trastornado también, igual que los profesores caemos, con el tiempo y la falta de vigilancia, en cantidad de niñerías y pataletas. Esa fusión médico-paciente (o docente-discente) me atrae mucho y la considero una faceta explorable literariamente. ¿Qué problema tendrá un psiquiatra infantil? Es obvia la conexión, ¿no? Problemas con su infancia. Otro tema es que se me haya ido de las manos y esté dando tanto juego, pero me gusta, porque me abre cmapos de exploración literaria y, en cierta medida, supone un reto y una responsabilidad.

Un abrazo.

1:55 p. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Entonces creo que estás de acuerdo conmigo, JL. La infancia no se busca precisamente en el diván. Un psiquiatra, como un profesor,puede tener más instrumentos de exploración, de prospección, pero no necesariamente de uso y manejo. Los hay que tienen una guardería en el magín. Y los hay un poco más romos, más huecos. Como todos, en todo. Everywhere.
Hay casos de psiquiatría infantil terribles ... incluso en adultos.
Keep waiting next.

10:59 a. m.  
Blogger L Malaletra dijo...

Opino:

Psiquiatras infantiles, como profesores, peluqueros y dermatólogos, los hay buenos y malos. La cosa no da para más.

La infancia como territorio de la felicidad es una reducción un tanto ingenua o romántica que remite al mito del buen salvaje y la tabla rasa. La felicidad o su contrario no dependen de la edad, sino de la conjunción de ciertas condiciones ambientales y la dotación instrumental del sujeto. Pero en algún lugar hay que situar el paraiso: en la ignorancia de la propia desnudez, en la visión nueva del mundo, en el acto de dar nombre al universo, en el desconocimiento del dolor del parto y el sudor laboral.
La infancia como mito es el terreno de lo posible, lo inmediato y el juego. Quizás por eso añoramos no tanto "una infancia" concreta como la posibilidad de renovar el paraiso.
O algo así.
Saludos.

9:34 p. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Sí. Creo que es algo así.
Un abrazo, Leo

11:45 p. m.  

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