Asistente Social, VIII
Empezó la entrevista nerviosa, casi no hablaba, se limitaba a contestar mis preguntas con leves susurros monosilábicos. Más tarde, cuando todo acabó, caí en la cuenta de sus razones: Lucía no sabía con qué palo le iba a dar. Por un lado el horrible fin de sus padres, el asunto de su hermano, el de… de todo había. Y aquella mujer no sabía por donde le iba a soplar el viento. Ni yo tampoco, la verdad. Pero ella estaba indudablemente más asustada que yo.
La visita al señor Méndez había dejado tocado mi sentido profesional: ni yo era capaz de realizar las preguntas adecuadas, ni ella de decir nada que me permitiera hilar la historia. Tras un buen rato de titubeos, de no sacar nada en claro, perdí todo rastro de prudencia y le dije:
- Mire, Lucía. Estoy aquí porque su vecino, el señor Méndez, les ha denunciado.
Pena, más que sorpresa. Dejó de mirar el patio y pude leerle los ojos. Suspiró profundamente, bajó la mirada y se revolvió en la silla. Pero no despegó los labios. Tras unos minutos de inquietante silencio, miré el reloj: las dos y cuarto. Hora de irse, me dije, quería huir de todo aquello a toda prisa. Ella lo notó y casi esbozó una sonrisa de alivio: hoy al menos me libro, creo que pensó.
La visita al señor Méndez había dejado tocado mi sentido profesional: ni yo era capaz de realizar las preguntas adecuadas, ni ella de decir nada que me permitiera hilar la historia. Tras un buen rato de titubeos, de no sacar nada en claro, perdí todo rastro de prudencia y le dije:
- Mire, Lucía. Estoy aquí porque su vecino, el señor Méndez, les ha denunciado.
Pena, más que sorpresa. Dejó de mirar el patio y pude leerle los ojos. Suspiró profundamente, bajó la mirada y se revolvió en la silla. Pero no despegó los labios. Tras unos minutos de inquietante silencio, miré el reloj: las dos y cuarto. Hora de irse, me dije, quería huir de todo aquello a toda prisa. Ella lo notó y casi esbozó una sonrisa de alivio: hoy al menos me libro, creo que pensó.
Hice amago de levantarme pero el movimiento no llegó a completarse. Del patio llegó un alarido quejumbroso con una tesitura fuera de todo lo humano. A medida que crecía en volumen y en agudeza, pasando por todas las notas de todas las escalas, los ojos de Lucía iban agrandándose por el miedo. Caí pesadamente de nuevo en el sillón. No me repuse hasta que el grito acabó por desaparecer. Sin pensar mucho lo que hacía, me levanté con decisión hacia la puerta del patio. Lucía se interpuso en mi camino, suplicándome. Cuando intenté hacerla a un lado, la demanda se deshizo desesperada: quiso quitarse el vestido. Dios santo.
4 Comentarios:
Bien, no hay límite al patetismo de estos seres. El funcionario que se encuentra con algo más grande de lo que puede mascar, la chica que inspira a una compasión inmediata, ese final en el que ella se brinda con lo único que le da un cierto poder, su única posesión real, para evitar que se descubra lo que sea que mora y aulla en los confines de la casa... Esto va tomando forma y, sobre todo, sustancia.
Ahora sólo tienes que rematarlo...
Bien. Creo haber conseguido que la catarsis este diluída en varias páginas, no dejarlo todo para la última frase. Ese era el objetivo, y estoy contento con el resultado.
(Todo esto no significa que ya estén todos los cohetes tirados en el relato, ni mucho menos)
Un abrazo
Como siempre, yo haciendo de Pepito Grillo del estilo: ¿no sobrará algún "ella" en el primer párrafo?
Pot otro lado la estructura recuerda a la de Negro: funcionarios más o menos grises que se terminan encontrando en sus investigaciones retos (tenebrosos) que los superan y los enfrentan con terrores primigenios (el canibalismo, lo demoniaco, el incesto, lo que se esconde en los sótanos del miedo...)
Corregiré lo de las "ellas" en instante, es un desliz imperdonable. Gracias.
En cuanto a los parecidos con Negro estoy muy de acuerdo. Pero Negro tiene un trasfondo fantástico clarísimo. En cuanto a esto... ya veremos.
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