De Anima Bestiarium
(De la fauna y flora de los estados del alma)
XIV El Perro Airado
XIV El Perro Airado
En la Gran Biblioteca de Alejandría, junto a los rollos de la Anábasis de Jenofonte, se guardaba un papiro atribuido al mismo escriba que rasgó la retirada de los diez mil. En él se recogía la historia de un animal desgraciado que habitaba a las orillas del Tigris. Cuando los griegos se arrimaron al río para hacer la aguada, vieron un pequeño perro atado a un sicomoro por una monstruosa cadena. El can, con el lomo de color canela y los ojos ardiendo como dos lapislázulis, masticaba despacio sus propias tripas, que iban rebrotando en la misma medida que él las devoraba. Los soldados pensaron que el hambre desesperada de muchos días sería la causa de todo aquello y, debido quizás a las maravillas del oriente que saturaban su entendimiento, ninguno pareció sorprendido del crecimiento continuo de los intestinos. Decidieron atajar el sufrimiento del perro. Pero cuando el hoplita más brutal o más piadoso le clavó la larga lanza en el cuello, el bronce se consumió hasta su engaste en la madera, mientras la herida del animal se restañaba con rapidez. Aquel monstruo ni siquiera se quejó, siguió masticando su propia esencia. Sonaron los cuernos de la partida, y el gran ejército se puso en marcha, dejando al perro de la ira seguir mascando eternamente su razón de existir y su condena.
3 Comentarios:
Fantastico. Reconozco mi debilidad por tu bestiario.
Enhorabuena.
Estos seres del bestiarium es lo que podría imaginarme detrás del Muro.
Cada vez hace más frío, nos vamos a tener que mover por las "gusaneras" para no exponernos al hielo afilado.
Es estupendo reencontrarte.
A ti si que te echaba yo de menos por aquí. Hace frío a este lado del muro.
El invierno no se acerca; ya está aquí.
Un beso
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