martes, septiembre 26, 2006

Semillas en Noviembre

IV.

Pasaba el mediodía y Darell ya lo tenía todo resuelto; sus cosas empaquetadas en la puerta de casa a la espera de abandonar su hogar por una buena temporada. Echó un último vistazo y cerró la puerta.

Morgan estaba al corriente de la situación desde hacía tiempo. Una mañana, entre la clase de latín y la de matemáticas, le propuso mudarse a su casa. Eileen estaría de acuerdo, le dijo sonriente mientras los ojos de Darell se debatían entre la expectación y la duda. Desde que era niña nadie había cuidado mejor de ella tras la desaparición de su difunto padre. No se trataba solo de que Morgan se sintiera obligado a hacerse cargo de ella como amigo íntimo que había sido en vida de Eduard, proporcionándole una educación y algo de sustento cuando le era posible. El mutuo afecto y complicidad existente entre ambos crecía por momentos; más que conocerla la intuía, siempre la dejó llevar esos ropajes holgados de chico que su madre detestaba sin poner objeción alguna.

Después de caminar un buen rato llegó a la casa de Morgan, un bonito y amplio piso con vistas al río Liffey. El buzón del Sr. Parnell estaba a rebosar, hacía un par de semanas que pernoctaba en su despacho del Trinity College, rematando la tesis entre clase y clase. Dudó en abrirlo y ojear la correspondencia por si tenía algún mensaje urgente, pero finalmente lo dejó estar, quizás la intrusión le resultara excesiva pese a la confianza.

Abrió la puerta despacio y depositó sus maletas en el hall de entrada. Una ráfaga de viento frío ululaba por el pasillo, Morgan debió haberse olvidado de cerrar alguna ventana. Se dirigió hacia el salón y se recostó un rato en su sillón favorito, meditando despacio acerca de su nueva situación. Algo tenía aquella cálida y acogedora estancia que la invitaba a la reflexión y la llenaba de paz y sosiego. El suelo enmoquetado, las paredes llenas de estanterías con libros, el rincón del gramófono con todos esos discos desparramados espontáneamente por aquí y por allí… Y ella en su sillón, agazapada bajo los amplios ventanales que se adentraban hacia la calle en un pequeño semicírculo, como en las casas inglesas. Como en las casas inglesas…

El cielo se encapotó súbito de hielo. El granizo golpeaba el pavimento y estallaba en raudales sobre los adoquines de la calzada. El iris de Morgan se estampaba con violencia contra el cemento. Sus cuentos, sus historias, huían horrorizadas del cristalino roto. Cascabeles de vidrio fracturados antes de tiempo. Las lágrimas regaban los escombros. Darell suspendida de una cornisa lloraba de rabia e impotencia. Se oyó un aullido y la corriente arrastraba el cuerpo inerte de William.

La esfinge la miraba impávida desde el otro extremo de la calle, aferrada al brazo de otro hombre. Se resquebraja la esfinge y el rostro de la madre se deshace en barro. Los pájaros anidan sobre la débil criatura licuada, y picotean las historias naúfragas que nunca serán contadas.

Despertó sobresaltada y miró hacia la ventana. Los últimos rayos de sol bañaban la fachada del edificio; se había vuelto a quedar dormida. Otra vez aquellos sueños. Oyó la llave en la cerradura y suspiró aliviada. Morgan había vuelto a casa.

Cuarta entrega del relato enviado por Lya

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Comparto la impresión de un ritmo lento que introduce un escrito largo.
Descripciones salpicadas que invitan a esperar más referencias.

Esa Diana felina, dispuesta a despejarse el camino, desafiante, aproxima el carácter inicial de la protagonista.

Me ha gustado mucho ese fragmento onírico disruptivo:... "los pájaros andan sobre la débil criatura licuada y picotean historias naúfragas que nuncan serán contadas".
Esperando la continuación....

10:42 p. m.  
Blogger L Malaletra dijo...

Las imagenes oníricas son muy poderosas, como en algunas otras entregas que hemos leido en factoria ODK. Es como si te quitases la faja y el corsé (ejem) literarios y desplegaras todos tus encantos...
Saludos

11:06 p. m.  

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