miércoles, noviembre 29, 2006

Anomalías, 3 de 4

Relato Sci-Fi por entregas

(Sinopsis: Un desconocido ha visitado una entrada de la dalembertpedia que habla sobre las propiedades emergentes en biología; Jake Hawklook, inspector de Internet, se encuentra estudiando el artículo cuando recibe aviso de que algo más ha ocurrido: alguien ha publicado un artículo sin firma que proporciona apreciables ventajas para la humanidad)

Miraron la pantalla. La dalembertpedia mostraba su curioso icono azul parpadeando: el artículo acababa de ser actualizado. Boghiovic hizo un histérico clic. Como casi esperaban, no había constancia del remitente. El texto era idéntico al original, salvo un nuevo epígrafe, un añadido final:

Los planos de la estación filtradora están debidamente registrados siguiendo la legislación internacional vigente; las patentes se encuentran en curso para todos los países implicados. La construcción de la planta piloto ha sido concedida al consorcio de empresas enumeradas en el anexo. Los beneficios que se espera obtener a partir del segundo año de explotación serán destinados al diseño y construcción de componentes electrónicos, siguiendo las futuras publicaciones de la dalembertpedia”.

- ¿Qué coño es esto, Jake?

- Un folleto de instrucciones, jefe. No sé para qué, pero es un puto folleto de instrucciones.

Pero no se pudo parar el proceso. Todo era perfectamente legal. Los inmensos beneficios que para la humanidad en conjunto suponían las plantas convencieron a los más suspicaces. Ni los lobbys más poderosos, ni las potencias nucleares más quisquillosas pudieron atajar la evolución. Regularmente, la dalembertpedia era actualizada sin firmas: un nuevo juguete electrónico era diseñado, patentado y construido. Se iban alternando diseños útiles para todos, que aumentaban los beneficios del consorcio y la calidad de vida del planeta, con otros que en apariencia no servían para nada ni para nadie. En la oficina de la policía de Internet se investigaba cada caso, pero nunca pudo probarse una mala intención, más allá de la que los poderosos suponían al anonimato. Lo más raro del asunto es que había que construir periódicamente algunos componentes que no tenían utilidad alguna. Tras seis años, hasta Jake Hawklook dejó de preocuparse por la autoría de los artículos. El dinero no iba a las arcas de nadie, no había enriquecimientos personales, ni de empresa: todos los beneficios se reinvertían en el diseño de nuevas ventajas y nuevos aparatos. Lo que parecía incuestionable es que la sociedad humana salía ganando.

Quince años después los mares estaban limpios y los hombres tenían energía gratis para todos, renovable e ilimitada. Pero un gran número de componentes electrónicos acumulaban polvo en varios almacenes, distribuidos por todo el mundo. Quince años después…

(Próxima y última entrega: domingo, 3 de diciembre)

lunes, noviembre 27, 2006

Almacen de Artefactos - tres

Chema Madoz
Fotógrafo
Madrid 1958


Siguiendo el rastro de migajas dejado por un amigo sin rostro, los pasos nos conducen a Chema Madoz. Y en su laboratorio de imágenes nos topamos con poemas visuales que ofrecen una visión distinta de los objetos cotidianos, de sus posibilidades metafóricas. Remiten a la creación irónica de los dadaístas o a los universos paralelos de las greguerías.
Fue Premio Nacional de Fotografía en el año 2000.













Pequeños desplazamientos (una forma de pensamiento o de visión lateral) nos permite tomar conciencia de lo nuevo en lo reconocible, lo absurdo en lo más cercano, la anomalía en lo habitual. No muy lejos del concepto de lo siniestro en Freud (pero sin sus connotaciones de amenaza), las imágenes de Madoz despiertan el sentimiento de extrañeza sobre lo familiar.
Las fotografías generan una apertura radical de la mirada; el espectador se siente fácilmente seducido y cómplice. Los atributos, escalas y propiedades de los objetos se trasforman provocando un cambio en la lectura de la realidad, en la percepción del ámbito doméstico (domesticado).
Sorpresa y juego, creaciones que remiten a las imágenes oníricas de un geniecillo perturbador.













Otra conexión que evoca la obra de Madoz es la de las correspondencias de los poetas simbolistas: la naturaleza, el mundo objetal, contiene símbolos que requieren ser desentrañados, conexiones ocultas a cualquier mirada que no sea la poética.
Hay una suerte de rescate, de salvación de la dignidad de objetos desechables, pobres o melancólicamente insignificantes. Y se ofrecen a sí mismos como paradojas, ideas en frágil equilibrio, limpias y brillantes. Menos es más. simplicidad ascética del producto fotográfico final, elegantes jeroglíficos conceptuales.













¿Algo que alegar en contra de la obra de Madoz? Si. Quizás un exceso de perfección formal, un abuso de la exactitud pulcra de estos objetos fotográficos, sometidos a la tirania de una idea estética que pugna por expresarse. Achacable a Madoz: una ausencia de anomalía, un borrón, un gesto fuera de lugar.

Fotografías: Chema Madoz
Texto: Leopoldo Elvira



Las imágenes se agrandan con un click

viernes, noviembre 24, 2006

Anomalías, 2 de 4

Relato Sci-Fi por entregas

(Sinopsis: Un desconocido ha visitado una entrada de la dalembertpedia que habla sobre las propiedades emergentes en biología; Jake Hawklook, inspector, se encuentra estudiando el artículo cuando recibe aviso de que algo más ha ocurrido)

Boghiovic le esperaba, con gesto impaciente. Tomó el informe sin apenas mirarlo: su atención estaba fija en una de las pantallas de la sala central. Pero al cabo miró el papel, lo leyó con rapidez y sonriendo levemente, dijo:

- Muy interesante, Jake. Pero no es nada comparado con lo que tenemos ahora, te lo aseguro.

- ¿Qué pasa, jefe? ¿Otro visitante que no deja rastro?

- No. Un artículo nuevo. Sin firma. Sin rastro alguno del autor.

El sorprendido fue entonces el inspector. Que un tipo burlara la seguridad de la dalembertpedia y visitara las páginas sin ser registrado, pase. No había sucedido antes, pero pase. Que el artículo visitado fuera inextricable, vale. Pero que alguien publicara un artículo sin acreditar su historial y su currículum era algo en apariencia imposible, que no había ocurrido nunca, se decía que no podía ocurrir. Jake Hawklook respiró hondo y lanzó su batería de preguntas:

- ¿Tiene algo que ver la entrada publicada hoy con el artículo consultado hace tres días?

- Aparentemente no. Nada los relaciona. Únicamente el anonimato del lector del otro día y del autor del nuevo artículo.

- Es decir, que tanto da decir que se trata de la misma persona, como de dos distintas, como que se trata de un fallo del sistema, ¿no? Que no hay endemoniada manera de saberlo.

- Los técnicos de dalembertpedia han hecho funcionar sus betatesters automáticos desde el primer momento. No hay fallos apreciables en ninguna parte de la enciclopedia.

- Ya. Pero me atrevería a decir que el error pudiera ser todo el sistema, todo esto en conjunto, si eso no constituyera en sí una blasfemia. ¿Cuál es el título del nuevo artículo?

- Agentes contaminantes del mar como fuente renovable de energía”.

- ¿Lo ha leído?

- No me pagan por ello. Es tu trabajo, chaval.

Y lo hizo. Varias veces. Y venía a decir que puede ser posible, técnicamente, construir grandes plataformas marinas que barrieran las desembocaduras de los grandes ríos para filtrar el agua de mar, con el objetivo de extraer tanto los metales pesados como los nobles, y además quemar los contaminantes de alto poder energético. Sacar el oro de la mierda, pensó Hawklook.

Al día siguiente la reunión con el jefe se desarrolló en un ambiente tenso. Instantes antes de comenzar había llegado la comunicación del asesor científico del ministro de defensa diciendo que lo descrito en el artículo era perfectamente factible, y lo más curioso, abrumadoramente rentable. El jefe Boghiovic comentó:

- ¿De quién estamos hablando? ¿De un benefactor? ¿O de un revolucionario? ¿Un loco con suerte? ¿Un terrorista? ¿Cuáles son sus intenciones? Quiero ideas, chico. Y buenas.

- No creo que sea un terrorista. Si ha sido casualidad, entonces se trata de un loco con suerte. Sin embargo, si existe premeditación, si todo esto está hecho a idea, planificado, diré que al haberlo publicado para todo el mundo, libremente y sin… espere… ¡Dios santo, mire la pantalla!

Próxima Entrega: miércoles, 29 de noviembre.

miércoles, noviembre 22, 2006

Tankas - 2


No se fue el sueño,
solamente aguardaba
la primavera
de tu cuerpo de bosque
para poder ser árbol.

---

Con sutileza
tu amor anega el hueco
de mis temores
y tu mar es ya mi verso
libre de todo ayer.

Fco. Javier Benítez Morales

powerart-DocL

lunes, noviembre 20, 2006

Anomalías, 1 de 4


(Relato Sci-Fi por entregas)

I

Jake Hawklook era nuevo en el gremio, había finalizado los estudios en la academia de policía sólo dos meses antes. Inspector de Internet, sí que suena bien, se dijo, mientras empujaba la puerta del flamante despacho y encendía el ordenador. Repasó el correo del día, buscando las primeras instrucciones. El único mensaje que tenía le convocaba a una reunión con Stefan Boghiovic, su jefe, para hacía seis minutos. Cosas del tráfico, pensó decirle.

- ¿Qué tenemos, Stefan?

- Algo gordo para tu primer día, colega.

Gordo tiene que ser cuando no repara en la tardanza, pensó Hawklook. Boghiovic ni lo había mirado, seguía pendiente de otro monitor, uno de los veinte que había en su despacho.

- ¿Qué tenemos? – repitió Jake.

- La primera visita sin registrar en diez años.

Sí. Hacía ya diez años que la famosa enciclopedia virtual dalembertpedia funcionaba sin errores (policiales, se entiende). Diez años en los que cada visita era convenientemente identificada, tomándose los datos del navegante para conformar una ficha secreta que era recogida automáticamente en los archivos de la policía de Internet. Eso servía, entre otras cosas, para ir construyendo perfiles psicológicos para detectar posibles delincuentes. Pero una visita sin registrar era una novedad.

- ¿Cuál ha sido el artículo visitado, jefe? – dijo, mientras Stefan Boghiovic se le quedó mirando con fijeza.

- Tenían razón los que te recomendaron desde la academia, chico. Eres el primero (de quince) que no preguntas en qué ha fallado el sistema.

Apenas se permitió Hawklook sonreír antes de repetir su pregunta. Boghiovic se movió hacia su derecha para leer en voz alta:

- “Saltos cualitativos y cuantitativos en evolución: propiedades emergentes”.

- ¿Me lo pasas a mi terminal, Stefan? Voy a ponerme a trabajar en ello inmediatamente.

- Enseguida. Espero noticias, Jake. Y pronto. Hay gente que se ha puesto muy nerviosa.

Lo leyó treinta veces durante los tres días siguientes y no sacó demasiadas conclusiones. Hizo un sucinto resumen para presentarlo a Boghiovic:

Los mecanismos evolutivos de los seres vivos no son una simple acumulación de adaptaciones, que cuantitativamente dan lugar a nuevas especies, sino que en realidad se produce la emergencia de nuevas propiedades que no eran poseídas por el estadio evolutivo anterior. Estos saltos son esencialmente cualitativos”.

Lo cotejaba con el artículo original en pantalla justo antes de llevárselo al jefe. Vaya tela, pensó, qué galimatías. Pero se quedó mirando fijamente el ejemplo que ilustraba el artículo. Cinco cuadrados son cinco cuadrados. Pero colocados de una manera especial, forman el signo de la suma. Sigo teniendo, cuantitativamente, cinco cuadrados, pero cualitativamente, ha emergido una propiedad nueva, “signo de la suma”, que no estaba ni en cada cuadrado por separado ni en el conjunto, salvo en esa conformación determinada. O sea, concluyó Hawklook, que el todo es más que la suma de las partes.

Estuvo tentado de seguir investigando en la dalembertpedia acerca de los mecanismos evolutivos que llevaban la historia biológica a través de todos estos siglos desde el aminoácido hasta el cerebro humano, pero la señal de correo entrante le hizo cambiar de idea. Era el jefe. Se había producido una segunda anomalía.

Próxima Entrega: viernes, 24 de noviembre

sábado, noviembre 18, 2006

El mejor cuento de la historia - II


INFORME PARA LA ACADEMIA

Estimados señores/señoras:

A la espera de nuevos participantes en la propuesta de Saint-Gervais “El mejor cuento de la historia”, este blog desea agradecerles su participación y hacerles conocedores del resultado hasta este momento.

Las expectativas de esta convocatoria podrían sintetizarse en las siguientes preguntas:
  • ¿Qué autor sería el más influyente como cuentista en la historia (personal) de la literatura?
  • ¿Cómo concluiría la fratricida batalla entre los cortazarianos y los borgistas?
  • ¿Podrían en su conjunto los cuentistas norteamericanos con los europeos?
  • ¿Qué papel en esta disputa tendrían los cuentistas latinoamericanos?
  • ¿Se colaría en la lista algún cuentista español?
La dispersión de electos en el caso de los cuentos no permite tajantes conclusiones, que si pueden considerarse más firmes para el caso de los cuentistas.

Tras un arduo procesamiento de datos los resultados son los siguientes:

Los mejores cuentos de la (nuestra) historia serían:


  1. LA CAÍDA DE LA CASA USHER. (Poe) (15)
  2. LOS MUERTOS (Joyce) (11)
  3. LA COLONIA PENITENCIARIA (Kafka) (10)
  4. BARTLEBY EL ESCRIBIENTE (Melville) (7)
  5. CARTAS A MAMA (Cortazar) (6)

Los mejores cuentistas de la (nuestra) historia son los siguientes:
  1. CORTAZAR (30)
  2. KAFKA (23)
  3. POE (20)
  4. BORGES (12)
  5. JOYCE (11)
  6. LONDON (7)
  7. MELVILLE (7)
En cuanto a zonas geoestratégicas:
  1. EUROPA (75)
  2. NORTEAMÉRICA (53)
  3. SUDAMÉRICA (52)
Por tanto, el cuentista más influyente para los lectores de Saint-Gervais es sin duda Cortazar (aunque no existe un claro acuerdo sobre el mejor de sus cuentos); el autor argentino se situa por encima del genio absoluto de Kafka. No se si Kafka escribió algún cuento propiamente dicho, pero las narraciones cortas, sus prosas fragmentadas, no tienen rival en el universo (aquí se cuela la subjetividad del informante, rogamos disculpas)
Cortazar noquea a Borges, situado en un cuarto puesto. Parece que la emoción, los juegos y rayuelas literarias de Cortazar se imponen al clasicismo cerebral de la prosa perfecta de Borges.
En su conjunto, los cuentos europeos superan a la tradición norteamericana.

Y algunas preguntas que el informante plantea a los académicos:
  • ¿Dónde está Chéjov, el padre del cuento europeo y norteamericano modernos?
  • ¿Es Vázquez Montalbán el mejor cuentista entre los españoles –es el único que aparece en la lista? ¿Nadie recuerda algún cuento de Clarín, Baroja, Galdós, Valle Inclán, Aldecoa, Cela o Benet?
  • ¿Tan lejos nos pilla como lectores las culturas orientales o africanas como para no incluir ni a un solo autor? ¿Nadie echa de menos algún cuento de Kawabata, de Mishima?
  • Y, ejem.... ¿dónde andan las escritoras? ¿Es esta una lista macha, violentadora de género?
Esperando sus opiniones, se despide atentamente






Doc L.

jueves, noviembre 16, 2006

De Anima Bestiarium

(De la Fauna y Flora de los estados del alma)

XVIII La Ardilla Meticulosa.

Es entre los grandes bosques de Renania donde una vivaz ardilla ha hecho de los inmensos pinos negros un hogar. El agujero donde nace -para ser inmediatamente abandonada por sus progenitores- está siempre a pocos palmos del suelo; todo su vivir es un peregrinar hacia la altura. Mide cada rincón del árbol con sus saltos pequeños y fugaces, va descubriendo cada rama, cada piña, cada aguja, cada brote, cada piñón. Toda línea de la corteza del melánico tronco es estudiada en sus más ínfimos detalles con el objeto de memorizar las rutas arbóreas. Y sólo cuando se siente absolutamente segura de cada uno de los pasos que ha dado – y eso pasa muy raramente – decide avanzar la longitud de una aguja del pino hacia la lejana copa. Abandona la meticulosa inquisición de lo cien mil veces explorado únicamente por tres razones: para comer, dormir y aparearse. En este último caso, se marcha del árbol para que sus descendientes continúen la tarea; ella busca un nuevo pino en las cercanías para recomenzar el proceso. Las ardillas mueren cuando por fin alcanzan la copa: la belleza insoportable del sol naranja poniéndose tras unas lejanas montañas le muestran un mundo que ella misma se ha negado, un mundo que ni ella ni nadie de su progenie alcanzarán jamás. Entonces le llega la caída.

martes, noviembre 14, 2006

El mejor cuento de la historia

Es la humilde intención de Saint-Gervais elegir el mejor cuento de la historia. El mejor relato de nuestra vida. Para ello será imprescindible la colaboración generosa de los visitantes de este blog, su participación a través de un ejercicio de memoria literaria.

Surge una primera cuestión ¿de qué hablamos cuando hablamos de “un cuento”? ¿Es una simple cuestión de páginas?

Sabemos desde el sobrevalorado y ocurrente Monterroso, que un cuento podría caber en una escueta línea (tengo mis dudas). Son muchas las antologías y concursos que priman los microrrelatos, la literatura hiperbreve, tan corta en longitud como en calidad en la gran mayoría de los casos. Más cercanas a la ocurrencia símpática, al garabato de servilleta, que a la creación literaria, discurren estas breverías.

¿Podríamos delimitar una extensión máxima para un cuento? Preferiría no hacerlo. Richard Ford incluye a “Bartleby el escribiente” de Melville en su Antología del Cuento Norteamericano. A mí, como respuesta, me basta.

Definir un cuento en función de su longitud es tan insuficiente como inevitable.
Creo más interesante revisar las ideas de Poe sobre los elementos constitutivos de un cuento, teorías apoyadas por autores como Somerset Maugham cuando dice que un cuento es “una línea recta dotada de unidad de efecto y unidad de impresión”.
Poe insistió en que la longitud del cuento debía permitir que fuese leído de una sentada, en un único acto de lectura; en el relato, la estructura formal debería someterse a la unidad de efecto, estar a su servicio; y el cuento debería causar impresión y satisfacer al lector, dejando en él una imagen perdurable.
A partir de Poe otros elementos se han ido añadiendo a este listado de características del buen relato: su concreción y precisión, la proporcionalidad, el control del autor sobre el texto, la naturaleza de artificio destinada a impactar y dejar una impronta en el lector (como definitiva prueba del algodón literario).
Actualmente puede estar llevándose demasiado lejos la necesidad de impacto. El efectismo se reduce a ejercicios de vano funambulismo y prestidigitación. Algunos libros de cuentos son un recetario de trucos de cacharrería que sólo buscan la complicidad inmediata con el lector, tan insípidos como vanamente urgentes.

Un exceso de apego a cualquier definición habría imposibilitado la génesis de cuentos de autores como Kafka, creador de textos marginales, desproporcionados, borrosos en sus límites narrativos. Por esto, uno de los problemas del cuento podría ser la estrechez y restricciones de sus fronteras, el sometimiento manso a la estructura clásica de la obra en pequeño formato. Creo que las definiciones no resisten el empuje creativo de los genios, y se desploman como inútiles murallas.

Y también creo que un buen cuento debe aspirar a ser perfecto.
Es su objetivo absoluto. No puede permitirse desfallecimientos ni tropezones. Y tiene que sortear los problemas inherentes a cualquier narración corta: la falta de matices, la parcialidad de sus indagaciones exploratorias, la apariencia de marionetas de sus personajes, el recurso a las soluciones fáciles de cocina rápida, la insipidez pasajera que huele a taller y a falta de talento.

Los cuentos son reconocibles, no definibles. Tendremos que fiarnos de nuestra intuición de experimentados lectores con mucho mundo entre líneas.

Espero disculpen esta disquisición que solo pretende introducir la propuesta inicial de Saint Gervais: elegir entre todos (y todas) el mejor cuento de la historia. Un divertimento más interesante que rumiar los deméritos de una definición.

Para ello necesitamos que ustedes nos manden 5 cuentos en orden de preferencia, con una única limitación: el autor debe estar muerto. Los multinikers se limitarán a enviar una sola lista, consensuándola previamente con sus múltiples heterónimos. Saint-Gervais procesará los datos para ofrecer la lista final. Los cuentos seleccionados podrían ser objeto de análisis, comentarios, reescrituras u otros juegos posteriores. A alguien se le puede ocurrir una banda sonora para los cuentos que proponga, las canciones que idealmente podrían acompañar su lectura, o un lugar priviliegiado para leer esos cuentos.
Esperamos sugerencias.

Yo abro el fuego con mis 5 cuentos
1. “La colonia penitenciaria”. Kafka.
2. “Casa tomada”. Cortazar.
3. “El corazón delator”. Poe.
4. “Bartleby el escribiente”. Melville.
5. “La pequeña Roque”. Maupassant.

Esta lista puede pecar de clásica. Lo asumo. Otros muchos se han quedado en la punta del lápiz, y podrían suplantar a cualquiera de los previos: los cautivos en la arena de Kipling, “Maud Evelyn” de H James, “El nadador” de Cheever, “Catedral” de Carver, cualquier cosa de Borges, “Una rosa para Emily” o tantos otros de Faulkner, Chéjov, Bierce, London, Onetti...

El juego merecerá la pena si logramos reconocernos o reencontrarnos en estos cuentos y descubrir territorios aun vírgenes a nuestra mirada.
A fin de cuentas, y siguiendo a Ford, el objetivo de un relato sería devolvernos a la vida con más de lo que teníamos cuando empezamos su lectura.


domingo, noviembre 12, 2006

El Secreto, 2 de 2





Sinopsis: Juan Méndez y Diego Florido están conversando en la biblioteca. Detrás de su discurso acerca del autocontrol, Méndez oculta un secreto. Todos los intentos de Florido para desentrañarlo han sido infructuosos. Pero en la última declaración parece existir una rendija en la cerrazón secular del terrateniente.

II

Es la primera vez que Juan hace una confesión sobre sí mismo, aunque aparezca velada e incluso hermética. Siempre limita sus conversaciones a generalizaciones, a discursos más o menos comprometidos pero siempre ajenos a sí mismo. Florido deja de mirar el fuego para mirar otra llama: los ojos de Juan se encienden mostrando una fiereza que sólo puede estar debida a algo que Diego, en su juventud, adivina enseguida. Pero antes de pedir confirmación, se levanta y pasea largamente por entre los anaqueles de la biblioteca, mientras los ojos de Juan Méndez se van apagando y cubriendo de una tristeza infinita. Al darse cuenta, Diego no tiene ánimo de preguntar. Prefiere seguir conversando de manera superficial sobre el control de los sentimientos.


-
De todas formas, Juan, pienso que perder el control en temas de amor no puede ser una falta tan grave.
- En apariencia es así. Por ejemplo, las comedias de Calderón o de Lope parecen atestiguarlo. Cuando, por ejemplo, Peribáñez asesina al comendador de Ocaña en su casa por intentar acostarse con su mujer, la bella Casilda, es perdonado por el Rey, boca del pueblo, que perdona el delito por ser una falta de amor.
- Amigo, te debe pasar algo. Es la primera vez que me das la razón tan pronto, así, sin lucha.
- Efectivamente me pasa algo, pero, lo siento, no te he dado la razón. Primero porque no la tienes y en segundo lugar, yo solo he dicho en apariencia. En la obra de Lope, el asunto entre Peribáñez y el comendador no es de celos vengados o por vengar, sino que estamos ante un asunto de honor y de lucha de clases y castas. Ante el atropello del prebendado, al labrador y cristiano viejo sólo le queda el honor, su propia fama. La verdad es que Casilda pinta poco en la decisión de Peribáñez.
- Pero si no recuerdo mal, las muestras de amor de Casilda y Peribáñez son constantes en toda la comedia.
- Lope necesitaba de ese amor para hacer sus redondillas y sonetos. El verdadero corazón de la obra es el honor afrentado y su venganza.
- Eres demasiado poco condescendiente con tus semejantes, como resumen. El amor mueve montañas. ¿No has leído a Espronceda, o a Bécquer?
- No me juzgues, por favor. Careces de suficiente información para hacerlo.

De nuevo el silencio; las palabras se apagan con el chisporroteo de la chimenea. Juan cierra los ojos, y Diego le observa largamente. Por fin, se levanta de su asiento y se acerca al terrateniente, tocándole en el hombro. Méndez enfrenta la mirada con la de su amigo, sonriéndole.


-
¿Estás seguro de que quieres saber qué me pasa?
- Sólo si tú necesitas hablar de ello.
- Gracias, lo necesito. Pero no puedo ser demasiado explícito. Principalmente porque a pesar de las tesis que hoy he defendido, yo también necesito controlar mis emociones y guardar la etiqueta.
- Entonces, ¿por qué defender lo contrario?
- También por necesidad. Hacer algo no significa no saber que está mal hecho. Pero no intentes entenderme. La justificación está bien ante la familia o el pueblo, o ante los curas, o incluso ante Dios. Pero no ante mí mismo, que creo ser consciente de mis sentimientos.
- ¿Tan profundos son?
- Tanto o más que en mi juventud.
- ¿Sospecha algo tu mujer?
- Lucía está tan ocupada en Marina, mi hija, que no ve lo que tiene ante sus narices.
- ¿Es pasión, o es amor?
- ¿Son acaso incompatibles?
- Contesta, hoy el interrogador soy yo. Aunque con la cara que estás poniendo, parezco más un sangrador que un policía. Si quieres lo dejamos aquí. Somos caballeros y nada trascenderá.
- Ya lo sé, amigo, pero tengo que decírtelo. Al menos, hasta donde la etiqueta me lo permita.
- Es decir, ¿ya se consumó?
- Si, por desgracia.
- ¿Una vez?
- No, por el contrario, se sigue produciendo muy a menudo, casi a diario.
- ¡Dios mío! ¿Es una sirvienta de la casa?
- Espera, espera un poco más. Sólo seré capaz de aliviar toda esta pena si lo hago de manera progresiva. Necesito ocuparme del cómo y no tanto del quién. Veamos... en inicio sólo hubo un amor casto y sano. Pero con el paso del tiempo llegó la pasión arrebatadora, que culminó un mal día, en el cuarto de baño. Mi cuerpo reaccionó con mucha violencia, al día siguiente fui de caza y casi, en un momento desesperado, me vuelo la cabeza. De eso hace ya cinco meses. Y hace dos de la primera vez que... Me levanté de la cama, sudando esta pasión que me quita el aliento, y decidí darme un paseo por los pasillos de esta casa. Llegué a la parte más vieja, donde ella tiene su habitación, y me asomé. Vi su desnudez a la luz de una luna traidora que me señalaba culpable. Pero entré y ... Ella no entendió, creo, qué estaba pasando. Incluso dudo que lo entienda ahora.
- ¿Me vas a decir quién es?
- No. Nunca. No podría. Control de las emociones.


Se abre la puerta. Marina, la niña, entra corriendo a abrazar a su padre, que la acoge con los brazos abiertos. A la luz de la chimenea, Don Diego Florido contempla los ojos de Juan Méndez y de la niña Marina Méndez. Luego, aparta la cabeza, horrorizado.

FIN

sábado, noviembre 11, 2006

Tankas - 1



I

Ondas de seda,
cálidas oraciones,
son tus dos manos
sobre esta piel sin mitos
que hoy comienza a creer.


II

Como un cautivo,
prisionero de los días,
canto a la paz
que arde entre tus piernas
encarnando la noche.



Fco. Javier Benítez Morales

viernes, noviembre 10, 2006

Problemas técnicos

Debido a problemas con el script en HTLM (?) se hace necesario suprimir la entrada Almacén de Artefactos - Dos. No obstante, amenazo con nuevas entregas en el futuro.
Por favor, comentad si se han solucionado los problemas que al parecer existían para cargar la página (lentitud, bloqueo, etc).
Si todo va bien, mañana en Saint-Gervais se editarán unos tankas de Javier Benítez.
Thanks

miércoles, noviembre 08, 2006

El Secreto, 1 de 2



I

La biblioteca no es grande pero sí espaciosa, de un muy definido estilo inglés resaltado por la chimenea de leña y por las alfombras rojas, por el tamaño, casi moquetas. La chimenea arde y crepita con alegría; entre sorbo y sorbo de su whisky, Méndez muestra una extraña sonrisa y descansa la mirada en las llamas. Su amigo Florido desespera de mantener una conversación coherente, las pausas melancólicas de Méndez lo imposibilitan. Así que él también hace por dedicar su atención al delicado caos del leño ardiente. Pero entonces, sin solución de continuidad, Méndez rompe el silencio.

- ¿Has pensado alguna vez en cómo controlar las emociones, Diego?

Tras un breve instante de meditación, Diego Florido responde:

- Bueno... sí..., aunque creo que eso no es un verdadero problema. Y aún si lo fuera, parece fácil de solucionar. Vivimos en esta sociedad española de finales del siglo XIX, en la que cualquier cosa que hagas en público está regida por tu clase social y por la etiqueta. Todos sabemos que es lo que debemos hacer en cada momento. Con lo que no dejamos que las emociones nos dominen. Por tanto es fácil controlarlas.
- ¿Y no crees que eso es la cúspide de la hipocresía?
- Estoy de acuerdo, lo es. Pero es necesario para mantener el estado de nuestra civilización.
- ¿Qué civilización? ¿la de tu casa? ¿la española? ¿la europea?
- La única que es viable. La sociedad moderna industrializada.
- Eso se lo cuentas a los esclavos del Potosí o a los bandidos filipinos. O, sin ir más lejos, a tus braceros asalariados.

Siempre discuten y, aunque el enfado sea mayúsculo, nunca pasan de una palmada en la mesa o de un mentís reposado. Son amigos a toda costa, incluso a pesar de la diferencia de edad o de educación. Juan Méndez frisa en los cuarenta, tiene esposa joven y una preciosa hija de nueve años. Sus padres habían sido labradores ricos, de aquellos de tierras aupadas fanega a fanega a lo largo de los siglos, gente trabajadora, avara y con ojo para los negocios. Fue el primero de su familia en estudiar más allá de lo rudimentario, y el primer habitante del pueblo que llegó a diputado sin pertenecer a la nobleza local. Se manifiesta conservador y monárquico.

Por su parte, don Diego Florido es el segundo hijo del marqués del pueblo. Apenas rebasa los veinte años y, siendo militar, ya está consignada en su historial alguna medalla por acción de guerra. Y ninguna herida, por ahora. Con dinero, guapo, alto y fuerte, sin ideas políticas. O más bien las que interesen en cada coyuntura, como buen aristócrata el caso es permanecer. Por lo que al principio cultivó la amistad de Juan Méndez por mandato directo de su padre, que eligió unirse al enemigo por el momento. Pero al cabo se encaprichó de la cultura y la inteligencia del terrateniente y diputado. Pero para Juan las conversaciones políticas con Florido no son más que un pasatiempo.

- Mis braceros cobran lo justo y no trabajan las fiestas de guardar.
- Ya, pero les obligas a ir a misa, lo que para mí no es más que otra manifestación de ese control de las emociones.
- Eso que has dicho no parece concordar demasiado con tu imagen de diputado adicto a don Alfonso XII. Y además, qué narices, es un control externo, no propio, y lo ejercen los curas por el bien de esos incultos.
- Pues no sé que será peor. Los curas tienen la culpa de la mayoría de los convencionalismos que sufrimos. Por ejemplo, nos tienen maniatados por su capacidad de control sexual.
- Otra vez el mismo cuento. Pon ejemplos.
- Bueno..., recuerdo un caso bastante público. Veamos, hace... tres meses. Una profesora de piano y un joven militar que volvía con muchos ardores de la última campaña...
- No consiento que me insultes de esa manera. Nadie, ni siquiera el padre Damián, pudo probar esa relación. Además, que la profesora quedara preñada no asegura necesariamente que el padre sea yo.
- Ya está. Fíjate. Has dicho nadie pudo probar. No te importa admitir en la intimidad -que yo represento- que la historia es cierta. Lo único que te importa es que no se puede demostrar y que por tanto cualquier murmuración es falsa. Formalismos, engaños, hipocresía, falsedad. En definitiva, control de las emociones.
- A ver si ahora vas a juzgar a la sociedad entera utilizándome a mí de chivo expiatorio.
- No, mi querido amigo, tu eres de lo mejor que he encontrado. Noble a pesar de tu hidalguía, cortés a pesar de tu afectación, bello a pesar de los afeites y los perfumes. Yo si que valgo como ejemplo.

sábado, noviembre 04, 2006

La Tercera Silla

Despertó y apenas podía moverse.
Sus terminaciones nerviosas pendían de hilos invisibles, tensados con terca obstinación por su cerebro, en un intento de hacer del cuerpo una vulgar y macabra marioneta paralítica.
Pandora casi había sido violada justo al alba, en la más estricta intimidad. Desató con furia tempestades emocionales, desafió a su propia vida con tal de mantener intacto su reducto de inexpugnable privacidad. Antes asesina de almas que permitir el impune expolio de su mente.
El dolor y la intuición la vararon en aquel ruinoso convento, a orillas de casa. Rosetones inyectados en sangre derramaban su luz en la nave central. Dos ancianas encorvadas en rigor mortis, sentadas una frente a la otra. En medio de ambas, se hallaba equidistante una modesta silla vacía, que se desplazaba en lento chirrido hacia uno de los laterales de la sala. Quien la hubiera ocupado era aquel mismo que pretendió trocar por arena sus encriptados pensamientos. No se trataba de El, no se percibía ni un átomo de misericordia en aquella tétrica estancia.
La mayor de las vejaciones no fue consumada. El coral blanquecino, su pulpa carnosa, la dotaron de una inquebrantable dignidad, guiándola a través de largos y tortuosos pasillos hasta el claustro. Desconchones de humedad en las paredes formaban siluetas y rostros. Una figura embozada en paños negros murmuraba letanías incomprensibles en una lengua que no le era conocida. No proyecta sombras.
Pandora se acercó al estanque y sus ojos bebieron agua; miró fijamente a la figura sin rostro, al tiempo que ésta se volvía hacia ella. Un sonido gutural dio bandazos de eco entre los muros del patio. Las cuentas se le escurrieron de entre las manos amarillentas, redoblando entre las piedras como repiques de campanas, fundiéndose bruscamente con la nada el rosario de lo que fue su vida. Sus hábitos se desplomaron consumidos en llamas de un azul mortecino, impregnando todo de un humus maloliente.
Un fuerte golpe de mar inundó titánico el edificio, arrasándolo todo, depurando aquella inmundicia. Cicatrices de sal.

Enviado por Lya

jueves, noviembre 02, 2006

Peras al vino


Si alguna vez dulcemente acompañado te diriges a un restaurante al que llaman “O Peixe”, en la Baixa lisboeta, un pequeño recinto de cuya entrada cuelga un tablón de madera con el dibujo desconchado de un pez espada, si vas allí, no pidas a los postres peras al vino.

Al menos no lo hagas si, como yo, has adquirido sutiles manías de orden y pulcritud, de simetría o limpieza. No es que los suelos del restaurante estén sucios, o las manos de los camareros trasieguen por lugares poco fiables; no digo que la comida sea de calidad dudosa. Tampoco te prevengo de una decoración asimétrica, de marcos inclinados, cuchillos de punta en los anaqueles, desorden en las mesas. El local es limpio y confortable, reúne condiciones óptimas, a pesar de su pequeño tamaño y anónimo emplazamiento en una calle sin nombre que huele a sal y a marisco fresco. Pasaría todos los controles de higiene a los que un carácter como el mío quisiera someterlo.
Aunque sigo en psicoterapia (una forma poco sutil de adiestramiento) aun presento síntomas que los expertos califican de obsesivo compulsivos y que yo prefiero integrar como robustos hábitos de mi estilo de vida. No entraré en detalles, es, al fin y al cabo, mi intimidad psicopatológica. Baste señalar, por ejemplo, mi necesidad de vestirme siempre de la misma manera, comenzando por la camisa, luego el calzoncillo, seguir por los calcetines, los pantalones al final; ...después engominarme el pelo, lavarme las manos con crema de jabón blanco, perfumarme un poco. Previamente, en la ducha, he de enjabonarme el pelo con un champú que siempre es el mismo, para seguir por las axilas, los brazos, el pecho, la espalda, las piernas y los pies; el aclarado ha de comenzar por el pelo, a la vez que abro el tapón de la bañera, hasta ese momento cerrado. Dejo resbalar el jabón desde mi piel mientras escapa el agua por el desagüe. Debe ser en ese orden, invariablemente.

Al entrar en “O Peixe”, precedido por la mujer que en ese momento era un prometedor germen de pareja estable, saludé con un leve gesto de cabeza a los camareros, todos entrados en años, canosos o calvos, impecables y lentos, inclinados hacia el suelo, como buscando una propina perdida entre las mesas.
Tras una comida a base de pescado a la plancha, acompañada de ensalada de tomate y aceitunas, un camarero, asombrosamente apático, nos acerco la carta de los postres. Cogí la mano de la mujer que frente a mí se pasaba delicadamente una servilleta por los labios. Me miré en su mirada limpia y me dejé llevar por su pulcra blusa de algodón azul turquesa, por el pelo bien peinado y brillante, y juré sacramentar mi pasión. Con la boca un poco seca, controlando mi deseo, le pregunté por el postre. Decidimos, como enamorados, pedir un único plato y compartirlo, a ser posible con un único cubierto, que llevaría la comida de su boca a la mía, de la mía a sus dientes.
Peras al vino.
Emoción súbita ante la sorpresa: un alma monocigota que comparte con la mía su postre favorito, peras maceradas en vino dulce.
La prolongación de aquel momento tuvo la calidad de la tortura más exquisita, la demora del instante que precede al éxtasis. La lentitud del camarero, aun invisible, generó una tensión sensual, sexual me atrevería a decir, entre ambos. Quizás yo estaba más tenso que ella, si he de fiarme del temblor comparado de las manos, de cómo mi voz se quebraba en una charla insustancial mientras la suya se mantenía firme y segura.
Al fin, y para mi desgracia, tras una columna amarillenta, apareció el inmaculado camarero, mirando fijamente el plato, avanzando sin mover los pies, en una suerte de levitación a ras de tierra, penosa marcha de caracol que se seca al calor de la tarde. En su mano derecha, en un plato de loza con un ribete dorado, traía el anciano tres hermosas peras al vino sobre un lecho de jugo color teja.
Excede a mis capacidades la descripción de esas tres peras, de su carne tierna y húmeda, de las fragancias a oporto que desprendía cada bocado entre los dientes, de las fibras vegetales que aportaban una consistencia vital a cada trozo que cortaba con mi cuchillito de plata. La anatomía de las peras insinuaba las formas estilizadas de una cadera femenina, una arcaica y fértil Venus de sabrosas hechuras.
Sólo unos instantes después de los primeros goces, del ir y venir de la punta del tenedor desde su lengua a mis labios, buscando más allá de la fruta y del vino el sabor de la saliva y sus perfumes, sólo más tarde descubrí que, sin remedio, estaba perdido.


De antemano sé que nuestra naturaleza insular nos incapacita para la comunicación, y que los torpes tanteos que la palabra permite son en el fondo una ilusión o simulacro de vínculo verbal. Por tanto renuncio a ser comprendido (ni aun por mí mismo).

Por completo perdido: sobre el plato la última pera, una para dos, rebosante de dulce zumo color Burdeos, esperando ser dividida. Podría ir partiendo pedacitos con los que continuar el juego erótico culinario que nos deleitaba y prometía otros más mullidos placeres.
No me fue posible. Titubee con el cuchillito, sin atreverme a emprender, como un viaje peligroso o una intervención quirúrgica, la incisión en su piel morena.
Soy un hombre justo y calculador, simétrico y meticuloso, equitativo hasta el absurdo. Mi incisión debería tener como resultado indiscutible dos mitades exactamente iguales, que luego trincharía en sabrosos cachitos, una mitad para ella, la otra para mí. Cualquier asimetría en ambas mitades podría tener infames consecuencias; ser acusado en silencio de deshonesto, de quedarme con el trozo más grande; o de ser mezquinamente humilde en caso contrario. Tendría ella que elegir la mitad que cada uno comería, ¿o debía hacerlo yo? Además de estas rígidas dudas morales, estarían las puramente estéticas: ambas mitades debían ser perfectas, sin otra alternativa.
Sofocado, con las manos sudorosas, el tenedor se resbaló entre mis dedos, salpicando el mantel de gotas encarnadas. La maquinaria mágica del pensamiento se puso en marcha con la gasolina inflamable de la angustia. Fuera de control, fui incapaz de detener un flujo desbocado de absurdas ocurrencias.
Una pera partida en mitades diferentes significaría:
a) ella no me ama, o
b) soy yo quien no la ama, o
c) nos ocurrirá inevitablemente alguna desdicha en la carretera, o
d) ella es una fulana que acompañaría a cualquiera en este viaje a Lisboa…

Dejé a un lado el plato. Me limpié el sudor en la servilleta, que se arrugó como papel viejo, disimulé sin éxito un rictus de ansiedad, me levanté, me fui.

Aun recuerdo el sabor de la pera empapada en vino, el aroma imposible de sus dientes, la silueta descamada de un pez, la lentitud estática de los camareros. Impresiones que han quedado suspendidas en un cristal de mi memoria, acosadas por las mareas de la duda y el fracaso.

miércoles, noviembre 01, 2006

Lecturas de Octubre

I Lecturas Sobresalientes.



II Lecturas Interesantes.

1.- Le Guin, U. K., “Terramar I, Un Mago de Terramar”. La eterna lucha de la luz y las tinieblas, en el exterior y en nuestro interior, la búsqueda de lo negro y blanco que se encuentra en cada uno, y todo contado con exquisita corrección y un trasfondo poético y evocador alejado de los clichés del género fantástico.
2.- Le Guin, U. K., “Terramar II, Las Tumbas de Atuán”. Un mundo exterior imaginado a la luz de las experiencias interiores: experiencias no sólo cerebrales, de ahí el lirismo y la magia. Por cierto, a Borges le hubiera encantado saber del laberinto de las Tumbas de Atuán.
3.- Le Guin, U. K., “Terramar III, La Costa Más Lejana”. Al leer la obra, sentí de nuevo la vertiginosa sensación de que quizá la forma mejor de combatir el desorden entrópico resida en la aceptación, en la resignación, en la renuncia. Pero se me hace necesario guardar un poco de salvajismo y mala leche para la literatura y el amor. Un poco de energía ahorraré para ser creativo. El último capítulo es magistral.
4.- Reverte, J., “La Aventura de Viajar”. Un compendio de la historia personal del máximo exponente de la literatura de viajes en España, pero no aporta nada nuevo a los que nos consideramos conocedores del resto de su obra. No ha cumplido las expectativas. Sin embargo, daría media vida por ser un tapacubos de la furgoneta que llevó a Manu Leguineche y a Reverte por las carreteras de las guerras yugoslavas.

III Pasaron Desapercibidas.

5.- Chéjov, A., “En El Camino Real”. Obra dramática breve, muy interesante en la definición de los personajes, pero la historia está muy diluida y me parece inconsistente.
6.- Dostoievski, F. M., “Los Hermanos Karamazov”. Grandes momentos tiene esta novela, grandes de verdad, pero la satisfacción alcanzada no compensa el excesivo esfuerzo a desarrollar. Las segunda y cuarta partes me han parecido, sin paños calientes, un auténtico bodrio.
7.- Tolstoi, L. N., “Hadji-Murat”. Este escrito publicado póstumamente recoge demasiada información contextualizadora para ser una novela corta y desarrolla los hechos demasiado precipitadamente como para ser una gran novela. Sin embargo, el hecho narrado tiene unas posibilidades narrativas magníficas, de haber vivido más tiempo, Tolstoi la hubiera convertido en una obra maestra. El capítulo final es de lo más gore de lo que recuerdo en el XIX.
8.- Kadaré, I., “Tres Cantos Fúnebres por Kosovo”. Primer acercamiento personal a la obra del valorado escritor albanés. Se trata de un intento historicista de explicar las causas que hacen de Kosovo lo que es hoy; me parece arriesgado y simplista. Eso sí, el lenguaje es muy cuidado y de un efecto literario más que notable.

IV Tiempo Perdido.



V Lecturas Parciales.

    • Dickens, C., “La Casa Deshabitada”, hasta el capítulo XXI. El título ha sido clásicamente mal traducido, debería ser Casa Desolada con más propiedad. Empezó muy bien, con una fuerza dramática estupenda, pero se me ha hecho muy cuesta arriba desde el capítulo XII en adelante.
    • Proust, M., “En Busca del Tiempo Perdido II, A la Sombra de las Muchachas en Flor”, páginas 51 a 100. Perseveramos en la elaboración del índice onomástico.
    • Cervantes, M. de, “Don Quijote”, Parte II, Capítulos XXVII al XXIX. Don Quijote y Sancho abandonan la enésima venta, en medio de un ejército de sobrenombrados “rebuznadores”, a Sancho se le ocurre rebuznar. Más tarde, Don Quijote confunde aceñas con castillos, molineros con vestiglos. Cuántas veces no hemos los demás repetido su frase: “Todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más”.
    • Hierro, J., “Antología Poética”, Introducción Crítica. Me preparo para abordar mi iniciación en la poesía del reputado poeta madrileño-santanderino. Esta introducción me sirve para contextualizar, pero la palabrería que busca encajetar, encorsetar, constreñir al poeta y su obra en unas teorías estilísticas preestablecidas me subleva y, lo que es peor, me aburre.
    • Martin, G. R. R., “A Feast Of Crows”, Capítulo II, “The Prophet”. Con lo que tarda la editorial en preparar cada tomo, a lo mejor me da tiempo de acabarlo y todo. No desvelaré nada de la trama, salvo a un cierto periférico y en privado, cosas de la venganza.
    • Homero, “Ilíada”, Canto XX. Aquiles busca a Héctor, Apolo lo esconde. A cambio, el Pelida se ventila a medio ejército de los troyanos. Quiero decir que los mata, ojo. La epopeya en su punto más álgido.

VI Otros Octubres.

1999 No acabé ningún libro ese mes.
2000 Leí dos libros, ninguno sobresaliente.
2001 Leí 5 libros, destacó “Ensayo sobre la ceguera”, de J. Saramago.
2002 Leí 7 libros, destacó “Cinco Semanas en Globo”, de J. Verne.
2003 Leí 10 libros, destacaron “Diarios” de F. Kafka y “Cañas y Barro”, de V. Blasco Ibáñez.
2004 Leí 12 libros, destacó “Escritos Póstumos”, de F. Kafka.
2005 Leí 6 libros, destacó “Viaje al Centro de la Tierra”, de J. Verne.