lunes, octubre 30, 2006

Por-venir

Esta semana en Saint-Gervais

Lecturas de Octubre / J D´Artagnan

Peras al Vino / Doc L

La Tercera Silla / Lya

domingo, octubre 29, 2006

Semillas en Noviembre - y VIII


VIII

Supo que lo acontecido los días que siguieron fue demasiado para Morgan, y no se lo reprochó en absoluto, aunque él ya lo intuía desde hacía tiempo. Claro que le hubiera encantado emprender con ella el viaje, ayudarla con la contabilidad en los primeros años de negocio, pero de pronto hizo aparición en escena una tercera persona, y eso el no lo esperaba. Se sentía de más y decidió no embarcar en el último momento, aunque prometió visitarla.
Se levantó una fuerte ventisca y el agua salada le golpeó en las mejillas, humedeciéndole los labios. Pensó en lo difíciles que habían resultado las cosas para ella hasta ese momento, y deseó que todo cambiase en ese inesperado giro que tomaba su vida, aunque en el fondo sabía que por muy lejos que se marchara de casa, las personas, en el amplio sentido de humanidad que implica el término, eran las mismas, y funcionaban igual en todas partes. La intolerancia, los prejuicios, la incomprensión procedente de la profunda ignorancia la habían acompañado en numerosas ocasiones. William fue el único que la apoyó siempre en ese sentido, a pesar de lo que opinaban de ella algunos de sus amigos. Para Darell siempre habían resultado difíciles las relaciones humanas, dada su condición y su concepción sobre los dos géneros. Ellas, compañeras fieles e incondicionales, ellos barcos zozobrando a la deriva. Claro está que lo de la amistad era otra asunto. Con ellos se podía contar casi para cualquier cosa, eran sinceros y leales. De ellas no podía decirse lo mismo… Al menos según lo que le dictaba su propia experiencia.
El temporal amainó y el sol se dejó ver un momento ocultándose tras el horizonte. Avanzaban hacia el oeste, Nueva Orleans les esperaba al otro lado. William le había dicho que probablemente ése era el mejor sitio para abrir el club; quién sabe, con un poco de suerte y si prospera el negocio quizás incluso pueda contratar a verdaderos artistas, pensó. Quién sabe, quizás William decidiera algún día seguirla a través del océano.
La cubierta crujió a sus espaldas y se dio la vuelta despacio para contemplarla una vez más. Su cabello rubio, sus bonitos ojos negros… Margaret era una bendición caída del cielo.

Enviado por Lya
Ilustración: Antonio Murado. Untitled

sábado, octubre 28, 2006

Almacén de Artefactos - uno

Una mirada sin pre-juicios a la cacharrería del arte contemporaneo,
a sus multiformes lenguajes expresivos.
Arte y artificio en la frontera.



NICOLA CONSTANTINO
Rosario, Argentina, 1964. Arte como provocación.
Galería Blanca Soto. Madrid.

Savon de Corps
Los jabones puestos a la venta contienen un 3% de grasa corporal extraída de la artista (en el cartel) mediante liposucción. Las pastillas y las jaboneras parecen representar el contacto - fusión de dos cuerpos.
Higiene intima.


Animal Motion Planet
Caja de metal con nonato.
Hierro cromado y aluminio

...

MUNTEAN / RONSENBLUM
Austria 1962 / Israel 1962
Representación ácida de los jóvenes y adolescentes a la manera de los clásicos
Vacuidad de maniquies, recortes de revistas de moda
MUSAC Castilla León

It´s only...


Untitled
Nos miramos unos a otros sin vernos.
Nos escuchamos unos a otros sin oir mas que una voz en nuestro interior



Agranda los cuadros con un click

viernes, octubre 27, 2006

Semillas en Noviembre - VII

VII.













Con manos temblorosas sujetó aquel trozo de papel que había de canjear en el banco. No podía creer que hubiera estado tantos años pasando penurias con semejante herencia. Si su padre no confiaba en su esposa, ¿por qué no dejó que Morgan administrase el dinero hasta su mayoría de edad?
Pasaron buena parte de la madrugada charlando sobre todo aquello, mientras se servían una taza de té tras otra. La mirada de Morgan era triste y seria a la vez, como si supiera cosas que no quería desvelarle en ese momento por temor a hacerle daño, y al mismo tiempo, le pidiese un poco de comprensión. Darell suspiró hondo y clavó la vista en la lámpara de pie, y le pareció que le devolvía una clara luz tenue y compungida. Según las vagas explicaciones de Morgan, su padre heredó en tiempos unos doscientos acres de explotación agrícola y mil cabezas de ganado. Cuando se separó de Eileen, se dedicó durante unos años a trabajar la tierra, hasta que la enfermedad irrumpió de pronto sin previo aviso. Darell sólo tenía entonces doce años, y no creyó propio para una niña de su edad el dedicarse a tales asuntos, sobre todo en lo que respectaba a eliminar a garrotazo limpio a todo aquel ovino que tuviera alguna tara física y que por tanto, no fuera apto para la venta o el trueque. Si hubiera llegado a conocerla mejor, probablemente no hubiera pensado lo mismo.
Con un gesto de aplomo, fue recomponiéndose poco a poco de la irrupción en su vida de aquel suculento cheque bancario, y fue tomando forma el proyecto que había estado barruntando durante los últimos años. Sus ojos brillaron al tiempo que una leve sonrisa se dibujaba en sus labios. Morgan ya se temía cuál iba a ser la propuesta aún antes de ser formulada; su ceño fruncido albergaba serias dudas al respecto.

Enviado por Lya

jueves, octubre 26, 2006

CIEN

DE SAINT GERVAIS A LA BOHEMIA


Damas, Caballeros, en pie.
Descúbranse; la mano izquierda sobre el corazón.

Es de La Bohemia de quien les hablo.

De La Bohemia y de Cesar Vicente, el artífice del sueño: una librería que consiguió crear un espacio de encuentro y discusión en sus entrañas, que impulsó una tertulia, la revista Odradek, la Factoría ODK, relatos, blogs y camaradas de lecturas y letras.
Hoy reducida a franquicia bebedero de impostado estilo neocolonial.

Es esta la razón para el rescate, desde un blog ya centenario, de un testimonio fotográfico que se creía definitivamente perdido.


César, maestro de ceremonias en la presentación del primer número de Odradek en La Bohemia



Isabel Alvarez acompaña a Doc L en la presentación de la revista



Y este es el garito que ocupa lo que fuese La Bohemia.
Jóvenes talentos literarios(JB y JL D´Artagnan) discuten sobre
el abuso de la metonimia en la obra de Marcel Proust
bajo la atenta mirada de A el Políglota



A todos aquellos/as que con indulgencia leen y apasionadamente escriben sus comentarios en el blog, decirles: es vuestro este humilde y zozobrante navio.

miércoles, octubre 25, 2006

El Resbalar de las Balas


Silencio: continúas vigilando.
Las estrellas son un aporte mínimo de luz
en la negrura infinita del cielo.
Se rompe la noche: disparos.

El resbalar de las balas por entre los estratos aéreos
asusta en la trinchera de los sueños terminados.
El negro enemigo, enfrente, no existe:
un espejo intangible refleja nuestro ocaso.

Hace frío: tienes miedo.
Los abetos mueven sus ramas pavorosamente,
guardan un rumor de vientos antiguos en la nieve.
Amanece: estás solo.

Empezó como el sordo rumor de la tormenta lejana;
pronto degeneró en la inhumana voz de los tanques.
La vida es un acto de voluntad en la procreación.
Mas la muerte una mera cuestión de azar.

Llueve: quieres purificarte.
Un bautismo virtual que limpie los pecados de otros,
que lave la certeza de ser otro por querer olvidar el yo.
Anochece: quieres morir.

Lo levanté con el fusil para saludar los de enfrente,
y me contestaron alzando el mismo casco.
Entonces disparé rabiosamente, hacia delante;
contemplé como en una pantalla mi propia muerte.

El suelo: masticas su esencia.
La luna reflejada en los charcos manchados,
tus ojos distinguen colores extraños.
Roja la luna: pero tuya es la sangre.

martes, octubre 24, 2006

Semillas en Noviembre - VI


Prevamente en "Semillas en Noviembre":
Dublín, años cincuenta. Darell es una chica de barrio que se ha visto obligada por las circunstancias a madurar antes de tiempo. Tras un grave incidente, decide separarse de su madre y dejar el trabajo para trasladarse a casa de su tutor, animada por éste último. Transcurrida una temporada comienza a replantearse de nuevo su situación.



VI

Las nubes plomizas iban pasando lentas ante la ventana, mientras Darell contemplaba distraída el ajetreo de la calle. Mordisqueó un lápiz intentando inútilmente concentrarse en sus ejercicios. Demasiadas cosas se le agolpaban en la cabeza, insistentes martillazos imposibles de ignorar. La sensación de pérdida de tiempo la atormentaba de un modo insoportable. Sí, estaba recibiendo una buena educación, pero al margen de circuitos oficiales. Hasta Morgan se daba cuenta de que no le iba a ser fácil quedarse quieta sin hacer nada, mientras iban pasando los días. Ya llevaba una buena temporada dedicada al estudio y ahora se preguntaba de qué le serviría todo aquello. Por el amor de Dios, había estado trabajando y valiéndose por sí misma desde que tenía uso de razón. Además estaba ella. La culpabilidad por haberse desasido de su madre y haberla abandonado la corroía por dentro. Pero tenía que hacerlo.
Con ella siempre se había sentido como varada en arenas fangosas, luchando por no hundirse. A menudo se había preguntado quien era la madre y quien la hija, y se sentía furiosa por intuir el motivo por el que su padre acabó marchándose de casa. Demasiado frágil, demasiado débil, a veces incluso se preguntaba si tendría voluntad propia, qué extraña clase de magma vital la hacía tomar una decisión y no cualquier otra. Y luego estaba lo de aquellos tipos que se echaba por novios…
Confundida y cansada, pensó que ya era hora de marcharse y emprender un nuevo camino. Morgan lo entendería.


Colaboración enviada por Lya

lunes, octubre 23, 2006

Vida de Bunny - 3 (final)


III

Marta no quiere que nadie venga a casa; su actividad social se desarrolla ajena al domicilio conyugal. Cuando he invitado a alguno de los pocos amigos que conservo, ella encierra al animal en el dormitorio y allí permanece, a oscuras y en secreto. Suele mostrarse seria y ausente hasta que los invitados se marchan.
Otras veces se recluye sin aparente motivo con el cobaya, y puedo escucharla hablar en susurros contenidos. Yo, por mi parte, me limito a imaginar repugnantes escenas de bestialismo que prefiero omitir aquí.

Le dije:
- Cariño..., un animal tan grande puede ser peligroso.
- Ummmm –señala Marta, mientras ojea una revista.
- He leído que los castran y así se vuelven más tranquilos, menos hostiles...
- Atrévete – aun sin mirarme.
- No duele, les ponen anestesia, el veterinario...
- ¡Atrévete! -furibunda mirada.

Bunny se come mis libros y mi espacio, me desaloja, tan sereno e indiferente, de mi territorio. Podría cortarme una mano limpiamente con un mordisco de sus dientes de sable, con esos incisivos amarillentos, grandes como hachas de carnicero.
Pronto su colosal tamaño no le permitirá atravesar las puertas y se quedará para siempre encerrado en mi dormitorio, intruso, vigilante, vencedor.

Desde aquella breve conversación no hemos vuelto a intercambiar una palabra. Sigo pensando lo mismo, sería lo mejor, limitaría su crecimiento. Sedarlo y extirparle esos testículos arrugados y azules que campanean entre los pelos de su vientre.

Hoy, me he dicho, has cargado con el último saco de pienso alimenticio para perros, con el último saco de arena Clinkat para gatos. Me siento cansado, envejecido, irritable; y ella cada día más lozana, radiante y joven. Me atemoriza su presencia fantasmal y arrastrada, su rabo desnudo, el ruido de los dientes royendo, el roce de las uñas en el suelo, la humedad obscena de su hocico, descubrirlo reptando cerca de mí en su enorme triunfo de foca peluda.

Acabar con Bunny es acabar con ella; tengo pocas alternativas: una maleta o el crimen. He pensado en degollarlo, verter generosamente su sangre en una orgía de venganza y tripas. O machacar aspirinas en la comida, súbita hemorragia intestinal, agonía de heces rojas. O, por último, hacer discretamente el equipaje y abandonarlos a su felicidad de zoológico desquiciado.

Aquí viene ese reptil de sangre caliente y piel velluda, tan sereno, observándome mientras escribo. Marta lo llama desde la cocina. Gira la cabeza.
Me levanto...

domingo, octubre 22, 2006

De Anima Bestiarium

(De la Fauna y Flora de los estados del alma)

XVII El Cangrejo Perseverante.

En el códice griego encontrado en la Gran Cisterna de Constantinopla en los tiempos de los commenos se dice que en las playas que rodean la divina isla de Creta vive un extraño cangrejo. Este minúsculo decápodo tiene el color del bronce moteado en blanco, como repujado por un dios; presenta rostro humano y está armado de defensas en dos de sus patas y en su testa. Cuando la bajamar aleja la línea de agua de las crestas de las dunas, el animal construye, con sus patas delanteras a guisa de palas, una deleznable muralla de arena, endurecida por innumerables conchas y engalanada por algas marrones y verdes. Se parapeta en ella, vigilando el océano, cuna y seno de las olas, hijas del tiempo y obreras de la destrucción. Monta guardia, con sus pinzas en alto, mientras Helios y Selene completan el ciclo de las mareas, encargo que hacen por mandato de Cronos desde el albor de la existencia, cuando el mundo era fuego y los dioses jóvenes. Las olas se van acercando poderosas, fatídicas, con el matar suave que es el peor morir, y el cangrejo las mira. En la pleamar, cuando todo ha sido sumergido y disuelto, sale de entre las ruinas a buscar su sustento, para cuando de nuevo baje la marea seguir su lucha de antemano perdida contra el tiempo. Pues muchos siglos después, Lorentius Silvanos, escriba hispano, dijo que al fin y al cabo, el tiempo no tiene otra misión comprobada que destruir lo que contra él se levanta.

sábado, octubre 21, 2006

Vida de Bunny - 2


II

¿Cuánto puede crecer un cobaya? ¿Durante cuánto tiempo? Veinticinco centímetros, kilo y medio, 7 años...

Bunny rebasó largamente cualquier expectativa.
El peluche amable de titilantes bigotes fue un día, súbitamente, un cerdo peludo, voraz y silencioso. La jaula de barrotes blancos y rueda de ejercicios se hizo pronto insuficiente; pasó a una caja de cartón de embalar televisores, también colmada en pocas semanas por su grasiento cuerpo. Y de la caja, a deambular libremente por la casa sobre unas minúsculas patas. Arañando el suelo con sus uñas traslúcidas. Un leve siseo al arrastrase por el piso. Mi mujer está encantada con el crecimiento de Bunny. Hasta que le fue posible, lo pesaba todas las semanas en la báscula del baño.

Al principio con guantes y pinzas, directamente con los dedos desnudos ahora, Marta se dedica a retirar sus excrementos, repartidos por las esquinas de la casa. Oscuras e inodoras croquetas que observa sobre la palma de su mano como examinaría un médico las heces de un paciente o una pitonisa escrutaría el futuro en los restos del té.

Bunny..., ¿cómo seguir llamando así a un cobaya de 25 kilos?
Lo veo deslizarse lento, como un felpudo, arrastrando el vientre, silencioso. No parece inmutarse por nada. Sé que me observa de reojo, con turbio disimulo. Y para Marta, todo esto es normal.
Por las noches el animal se acoge al calor de los pies de nuestra cama. Prefiero pasar la noche en el sofá del cuarto de invitados. No soporto su contacto. Desde hace meses duermo allí. Algo natural. Y Marta tan radiante, feliz. No discutimos, soy invisible excepto para los torcidos ojos del bicho. Ella le recrimina paciente y cariñosa cuando lo descubre royendo las patas metálicas de la mesa de la cocina.
Lo veo atravesar el pasillo, de habitación a habitación, y no me atrevo a patearlo.

¿Cómo describir a esta babosa gigante disfrazada de conejo panzudo?
A esta anomalía que se desliza sin ruido, que alza la cabeza ensimismado en un rastro de olor, en un ruido inaudible que solo él percibe, mientras hace temblar su rosado y húmedo hocico. Recoge señales que flotan en el aire y a mí se me escapan. Un bulboso radar viviente.

viernes, octubre 20, 2006

Enemigo Invisible, VI y final

(Con anterioridad en Enemigo Invisible: Alberto, de siete años, tiene un vistitante invisible. El doctor Cortaira es incapaz de abordar el problema, toda su profesionalidad se derrumba cuando observa heridas en los brazos del niño que conforman las palabras griegas amor y muerte. En una desesperada reunión de equipo, pide ayuda a sus compañeros del hospital)

VI.-

La expresión en el rostro de mis compañeros abarcó desde la más absoluta incredulidad hasta la más patética conmiseración. Pero fui capaz de crear un ambiente aún más adecuado para mi destrucción cuando dije:

- Se impone la necesidad de dar parte a la policía. Puede ser que los padres estén dentro de una secta de ritos satánicos o algo por el estilo.

Fue Lourdes la que me contestó, atajando la furibunda respuesta que, de seguro, Giscardó me tenía preparada:

- Abel, dinos, ¿cómo puedes estar tan seguro de que en los brazos del niño se leía eso? … Ah, ¿y que tal te va con tu mujer?

Entonces me pareció entenderlo todo. Pero al pasar esos sentimientos por mi debilitado filtro, lo hice de tal manera, con la cara de Águeda, mi mujer, taladrando mi yo, que acabé por pensar que quizá eros y thanatos eran sólo un producto de mi mente. Y así lo reconocí en voz alta. Mis colegas parecieron respirar aliviados. Me aconsejaron tomarme el caso con más calma y adelantar las vacaciones. Les prometí que así lo haría, en cuanto tuviera controlado a Alberto con los fármacos adecuados. Finalizó la reunión de equipo; sonrisas y parabienes.

Pero llegó el día de la siguiente consulta. Alberto, que solía llamar quedamente a la puerta aún agarrado de su madre, no apareció. En su lugar, me pasaron a ella, al teléfono. Y con voz taciturna henchida de ronquera alcóholica me dijo:

- Hola doctor. He encontrado a Alberto esta mañana en su cama, llena de sangre. Muerto. La policía sospecha de su padre.

Casi un minuto después sólo pude contestar:

- ¿Y usted? ¿De quién sospecha usted?
- ¿Yo? Yo sé que toda la culpa es mía.

La culpa, la culpa, nuestra gran culpa. Con sentidos golpes de pecho. Intuí, y casi intuyo todavía, que la culpa no es de nadie, y que nunca lo ha sido. Pero ni fui capaz de decirlo entonces, ni de demostrarlo ahora. Y eso me hace sentirme culpable.

jueves, octubre 19, 2006

Vida de Bunny -1


I

Un cuchillo en una mano; en la otra una caja de aspirinas.

Comenzaré por el principio.

Entiendo que a veces sufra, que se sienta sola (no tenemos hijos ni edad para tenerlos), que añore compañía frente a las interminables horas que permanece en casa. Comprendo su lánguida desesperación frente a un espejo que le devuelve manchas y arrugas donde no hace tanto la piel lucía pulida y blanca. Pero no es vieja (yo tampoco), apenas 40 años, y aun es tiempo de iniciar proyectos, lanzarse a la incertidumbre de lo nuevo.
Hay instantes en la vida en los que, de golpe, cae sobre nosotros un saco de años, un accidente de la edad, como un brusco tropezón que te parte una pierna o la nariz. Y aunque nadie pueda explicarlo, un halo de recién estrenada vejez te envuelve...

Algo así debió ocurrirle a Marta. Y entonces decidió que quería una mascota.

La acompañé a una tienda de animales escondida en las entrañas de una “gran superficie”. Los perros se hacinaban en acuarios de cristal, como anestesiados contra sus paredes trasparentes. Olía a excrementos de pájaro y a pienso de animales, un olor dulzón y penetrante. Desde su percha, un enorme guacamayo nos siguió con un ojo amarillo y frío hasta que salimos de la tienda. Era tan reducido el espacio que los movimientos más leves generaban una desagradable algarabía de trinos y chillidos en las jaulas cercanas. Tras rechazar una hermosa iguana de noble cabeza y a una pareja de estáticos periquitos que parecían disecados dentro de la jaula, Marta se decidió por un cobaya. Un cobaya blanco, macho, pequeño como un hámster, de pelo blanco con dos manchas azul grisáceo en torno a los ojos. Me pareció un animalito estúpido y perezoso. Supongo que el aspecto y quietud de peluche del roedor sedujeron a mi mujer. Yo hubiese preferido un perro. Incluso la iguana de la cresta verde.

La mascota produjo en Marta un rápido efecto de control y sosiego. Más tranquila y animada, consiguió trabajo como administrativa en una inmobiliaria del barrio y su humor volvió a ser el de siempre: cambios cíclicos de euforia e irritabilidad al ritmo regular de sus hormonas. La familiar montaña rusa que yo echaba de menos. Como añoraba nuestros perdidos juegos de cama. Escaramuzas amorosas que parecieron retomarse con cierto interés, pero que no pasaron de ser la cumplimentación de un ritual desgastado por el uso. Durante los esporádicos encuentros solía mostrarse ausente, mirando fija y quieta un pliegue de la sábana.

Soy devoto aficionado a los “puntos de inflexión”, fechas exactas como nítidas fracturas en los huesos del destino. Una de esas noches de sexo desganado, prescrito por la costumbre (dos viejos amigos que todos los martes juegan su tradicional partido de tenis, cada vez más torpes y aburridos), esa noche, decía, encerró un minúsculo episodio al que vuelvo con frecuencia: me afanaba diligente entre sus piernas, intentando arrancarle algún eco estremecido de placer, cuando Marta exclamó, como saliendo de un sueño:
- ¡Comida para Buny!
Fue el principio del fin. El punto de inflexión.
Buny. O Bunny –nunca hasta ahora estuvo su nombre escrito-. Vaya nombre idiota para un animal de orejas pequeñas.

Diré quien es Bunny.
El inmenso lugar que ocupa en nuestras vidas.

miércoles, octubre 18, 2006

Personajes Imposibles

II Cósimo el Escritor

Pues sí, Cósimo es escritor. Nunca ha publicado nada, pero le da igual. Es asimismo tertuliano en un par de grupos de su ciudad, y es conocido por su mesura y su bisturí, objeto con el que se siente capaz de reducir cualquier literatura a un simple conjunto de sistemas, órganos, aparatos y tejidos semánticos, simbólicos e incluso alegóricos. Es un apasionado de la metaliteratura, de la deconstrucción en la poesía, de las nuevas formas del lenguaje, de la literatura madagascarí de entre – guerras, que conoce al dedillo porque es el único usuario del blog del ministerio de cultura del país africano. Pero Cósimo va mucho más allá: cree que el verdadero escritor no debe leer, incluso que no debería publicar, pues todo eso contamina su creatividad. Mark Twain dijo de los aficionados a la literatura que pensaban que se encuentra[n] ante la presencia de una profesión que no requiere aprendizaje alguno, ni experiencia, ni entrenamiento; únicamente, un talento seguro de sí mismo y el valor de un león. Y con esto estaba de acuerdo Cósimo (no con lo que decía Mark Twain, sino con lo que pensaba el aficionado, claro). Además, Cósimo siempre dice que escribe mejor cuando se ha bebido un par de gintonics y fumado un petardo, pero todo el mundo sospecha que entonces es cuando únicamente se olvida de su mediocridad. Se siente contento cuando vomita un poema o un relato que le ha salido de dentro, se siente literato porque ha hecho un escrito en carne viva, un trozo de experiencia, un testimonio de su dura lucha. Pero en cuanto recupera la sobriedad, se da cuenta de que no es nada más que un esclavo de su personaje, y se siente incapaz de abordar seriamente su vida, incluso de cometer el sacrilegio de corregir lo escrito. Mira la estantería, vacía de libros, y se da cuenta que su realidad está carcomida desde los cimientos.

(Se barajaron los subtítulos: “Hurgando en la herida”,“Mirando el espejo con fijeza”, o incluso “Tribulaciones del Mediocre”)

lunes, octubre 16, 2006

Alfa y Omega de un escritor


En los últimos días, por dos diferentes e inescrutables caminos, cayó en manos de este impertinente la revista Alfa y Omega, Semanario Católico de Información, que al parecer se distribuye desde las entrañas del ABC. Lo edita la Fundación San Agustín del Arzobispado de Madrid (puede usted dirigir sus aportaciones a cuatro cuentas corrientes que se detallan en la contraportada). El impagable número 515 (!) de la revista es un monográfico titulado "Fe y política".

Pero como este es un blog eminentemente literario, nos limitaremos a consignar la presencia en esta revista de un insigne escritor español, el señor don Juan Manuel de Prada (ver imagen).
No obstante, el conjunto de la publicación no tiene desperdicio ("Los políticos de cataluña piden un voto reflexivo"; "Evangelizar no es viable sin los medios de comunicación"; etc). En un artículo titulado "En un ambiente hostil, nuestro compromiso es mayor", se solicita la respuesta de destacados personajes (católicos) de nuestra sociedad a dos sencillas preguntas:
1. ¿Cómo cree que los católicos pueden, en general, expresar en la vida pública su fe?
2. En concreto, ¿cómo lleva sus convicciones a su profesión y su vida diaria?
Insisto, lo nuestro es la literatura, por tanto, veamos que contesta un fino literato a estas preguntas (extractos).
Sr de Prada, tiene usted la palabra:

1. "Es cierto que la expresión pública de la fe se ha tornado escandalosa en esta sociedad que no acepta la verdad, pero por eso mismo debemos ser más conscientes de nuestra obligación, a sabiendas de que puede conducirnos a nuevas formas de martirio: desprecio, ostracismo, etc. Creo que es muy importante, en esta época de tribulación, que los cristianos estemos unidos..."

2. "... creo que la mayor tragedia de la literatura contemporanea es el destierro de Dios; por eso no brinda grandes personajes ni historias memorables. Porque extirpado de Dios, el hombre se convirter en una criatura mutilada; y con personajes incompletos no se pueden hacer grandes libros".

Recomendamos la lectura de Alfa y Omega y, sobre todo, animamos a los escritores de España a crear la gran literatura de esta escandalosa época de tribulación y martirio, un Quo Vadis contemporaneo, un Ben Hur postmoderno en el que desfilen memorables personajes injertados de divinidad.
La buena nueva literatura.

Enemigo Invisible, V

(Con anterioridad en Enemigo Invisible: El psiquiatra infantil Abel Cortaira está desbordado: se encuentra ante el caso de un niño que ve un fantasma que dice quiere hacerle daño. Los compañeros del hospital muestran una general incredulidad)

V

Conté a mis compañeros cómo Alberto había señalado la presencia de su enemigo tras mi sillón y cómo relató que se había ido a esperarle en casa. También les referí el resto de aquella última sesión…

- Alberto… ahora que… estamos solos, me gustaría preguntarte una cosa – comencé.

El niño me miró con sus grandes ojos muy abiertos. Ojos en los que ni una sola vez contemplé en aquellos meses el más ligero quark de esperanza. Continué:

- ¿Tienes miedo?
- No, doctor, no me das miedo.
- Me alegro –sonreí -. Pero me refiero a… ya sabes.
- Ah. De ese sí que tengo miedo. Mira lo que me ha hecho.

Alberto Gómez se remangó el jersey. Desde el codo hasta la muñeca un batiburrillo de arañazos de color rosa trasformaban en un bosque salvaje sus antebrazos.

- ¿Estás seguro que te lo ha hecho él?
- Sí. Ayer por la noche. Y me dijo que era sólo un aviso. Que la próxima va a matarme.
- ¿Confías en mí, Alberto?
- Sí, doctor, eres muy bueno conmigo.
- Pues entonces… dime la verdad. ¿No ha sido papá, o mamá, o… tú mismo?

Alberto comenzó a llorar. Pero no como un niño, con berreos, pucheros o temblores, sino con el llorar quedo de los viejos, con las amargas lágrimas de lo inevitable. Y tampoco entonces supe qué hacer. Pero volví a fijarme en sus brazos. Los caminos rosados de aquellas heridas no me parecieron azarosos. En el brazo izquierdo, se leía eros. Y en el derecho thanatos. Demasiado griego para un niño de siete años. O para un padre o una madre sin estudios.

domingo, octubre 15, 2006

Memorias en la pared


En el centro de la plaza una fuente de piedra y un kiosco donde venden novelas de segunda mano. Novelas arrugadas con vaqueros en la portada, novelas de color celeste en las que una mujer en camisón se deja besar lánguidamente por un musculoso galán de larga cabellera; al fondo pasta un caballo, se distingue borroso un castillo.
La plaza está situada en la confluencia de calles que descienden hasta ella en extraños ángulos. Una plaza sin forma que recorro tres veces a la semana. Hace frío, unas gotas heladas de agua me resbalan por la cara. Sobre una valla metálica se empapa y arruga un cartel del concierto de los Smashing Pumpkins, dos niñas que sonríen desteñidas en un sueño paralelo.
...
Arriba, en la sala de espera, dejo pasar el tiempo mirando los cuadros que cubren las paredes.
Frente a mí una joven de líneas salmón toma la mano de quien imagino su padre. Un enorme padre que con la otra mano sujeta un ramo de flores. Quizás aquellos cuadros se confundan en mi memoria. Pero es nítida la imagen, la meticulosidad del trazo, la trenza perfectamente espigada de la pequeña, labrada en el recuerdo como en un bloque de piedra.
...
Tumbado me remuevo inquieto en este útero de espinas. Mis palabras no reciben más respuesta que un silencio prolongado y caro. Navego a la deriva, con ganas de vomitar por la borda del diván. Buscando respuestas, encontré un cofre vacío y la convicción de que no hay nadie que pueda librarnos del dolor y la angustia.
Miro de reojo el reloj, escucho mis palabras en el aire congelado. A ella no la veo, sentada tras de mí. Procuro escuchar su respiración, el rumor de su cuerpo al cambiar de postura.
Otro cuadro, en el despacho, frente a mí. Un niño sostiene un helado a la puerta de una dulcería. Lo creo asustado, solo con su hambre, con su deseo, mirando desde el lienzo sin ver a nadie. Ojos negros como pozos.
Mi perdido gemelo en un sueño siamés.

sábado, octubre 14, 2006

De Anima Bestiarium

(De la Fauna y Flora de los estados del alma)

XVI El Murciélago de las Pesadillas

Claudio Timoteius, médico que fue en la augusta ciudad de Prosoiea, explica en su Systema Naturae el origen de las pesadillas que pueblan las noches de los hombres. En los rincones más oscuros de todas las domus, tras los arcones o colgado boca abajo por dentro de las vigas, habita un pequeño murciélago, el somnumchyropterius, del color gris de las noches sin luna, al que gusta morder los durmientes arrimando sus dientes al bulbo de una oreja y desparramando sus alas de pergamino por la almohada. La sangre es absorbida por entre sus labios de liebre, pero su aliento es ponzoñoso: la esencia del mal se introduce en la sangre, envenenándola, provocando tales extrañas efervescencias en los humores que acarrean las pesadillas más amargas. Timoteius acierta cuando afirma que no toda la culpa es del murciélago; al fin y al cabo, la gravedad de lo soñado depende en exclusiva de los adornos que añaden las vivencias terrenales del que duerme.

viernes, octubre 13, 2006

Poetas del Empalago

Una mirada impertinente

Ser nombrado Excelso Poeta de Portada de Suplemento Literario tiene indudables ventajas comerciales y un insignificante precio: ser víctima del escrutinio de una mirada impertinente. Hoy le toca, señor poeta, aguantar con estoicismo un tenue chaparrón de lluvia ácida, un humilde homenaje a los poetas del empalago.

Homenaje a vosotros, poetas protegidos, acunados, encumbrados y editados por el grupo mediático - crítico de turno; ausente todo el incómodo resplandor de lo turbio y lo desordenado; ausente el impreciso fulgor de la palabra situada en los márgenes de la escritura.

Poetas de tertulia y sentido común, de columna semanal en periódico progresista, poetas que van engordando sus carnes a medida que su discurso se adelgaza, insípido hasta el empacho.

Poesía de y para ciudadanos, dicen, tan correctos en su verbosidad política, irreprochables, tolerantes y ecuánimes, aburridos e ilustres. Educación canónica en tapa dura y título académico.
En las fotos promocionales, tras el poeta satisfecho, nobles estanterías de madera vieja, repletas de antiguos y decorativos lomos, estatuillas y recuerdos. Cada cosa en su sitio, con cuidado descuido, desprendiendo la escena el aroma justo de erudición estética y tranquila, como el efecto de un ambientador literario escondido entre los libros. Poetas ecuménicos y enciclopédicos, informales, de clase cultural alta, sanos demócratas desde la cuna.

Poetas de la experiencia (propia), aleccionadores y educativos, ready-to-read con un cucurucho de palomitas entre las piernas; poemas fluorados, altos en fibra, que aportan en una sola dosis el 50% de buen gusto diario recomendado por el ministerio de cultura.

Siempre hubo poetas de corte, lo sabemos. Y no todos fueron malos, es un hecho. Que la sombra del poder no tiene por qué terminar con la poesía, es cierto. Nada de esto los hará mejores o peores. Pero, al leer estos poemas neo-cortesanos: qué falta de emoción; qué ausencia de anomalía y escalofrío, de estremecimiento arrancado al desconcierto, la duda y los límites formales.

Poetas ciudadanos del mundo, tan ornamentales, tendidos en la mesa acristalada del salón, un punto de distinción elegante, el Ferrero Roché intelectual que adoran las visitas.

Poetas que sin haber cumplido los 50 pueden editar lustrosos tomos de 700 páginas, acompañados de prólogo, epílogo y aparato crítico. Que más pronto que tarde nos recordarán sus ilustres amistades (¿ha dicho Sabina..., Alberti...?), que enseñarán con modestia sus laureles y con orgullo las lecturas que hicieron de ellos lo que hoy pudieron haber sido (Althuser, Lacan, Focault, pequeños clones de L. M. Panero), hijos adoptivos (y descarriados) de Cernuda. Les oiremos relatar, quizás sin venir a cuento, en una suerte de trance: “...estaba con Alberti en mi casa de Granada cuando....” y parecen convocar en una sesión de espiritismo poético al ectoplasma zombi de un poeta fusilado.

En las entrevistas desgranarán sus respuestas como un catecismo de sentencias gastadas. Colección de aforismos con agujeros en los bolsillos y olor a naftalina. Máximas de pelo graso que apenas si pueden disimular una incipiente calva.

Poetas de menos de 50 años que sufrieron los rigores intelectuales de la dictadura y participaron de las libertarias influencias de los años 60 (todo ello, antes de cumplir los 10 años de edad).

Poetas funcionariales del empalago, voraces y dominantes desde la atalaya de las instituciones.

Ah, poetas de la experiencia, dueños del vacío.



Saint Gervais no se identifica necesariamente con los contenidos del blog
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Para saber más, léase la entrevista del Babelia del 07.10.06

jueves, octubre 12, 2006

Enemigo Invisible, IV

(Con anterioridad en Enemigo Invisible: el doctor Cortaira se encuentra en el atolladero de su carrera: un niño que soporta a un visitante invisible, a un padre especialmente brutal y a una madre demasiado amorosa y protectora)

IV

- Así que esto es todo, compañeros. Y, en serio, no sé qué puedo hacer ahora.

Me separé de la mesa y crucé los brazos sobre el pecho. Las expresiones de los rostros de mis colegas mostraban un gran abanico de pensamientos. Unos cuantos, los más, parecían decir algo así como que menos mal que este no es mi problema. Giscardó me sonreía, pero sin bondad. La jefa del equipo, Lourdes Gil, parecía sinceramente preocupada. Papá y mamá. Ella rompió el silencio.

- ¿Alguien tiene una idea sobre qué puede pasarle a este muchacho?

No se refería a mí, por supuesto. Giscardó se revolvió nervioso en su asiento para finalmente decir:

- No lo entiendo. Todo lo que describe el compañero Cortaira me hace pensar en el caso clásico del amigo inexistente. No me parece nada grave, aún sin nuestra ayuda, lo más normal es que desaparezca con la edad.
- No es tan sencillo – dijo Lourdes en mi lugar -. Cortaira nos ha dejado claras las otras… ramificaciones. El niño no considera al invisible un amigo, precisamente.
- Ya, ya. Pero ahí está la clave – continuó Giscardó. El niño no considera, eso quiere decir que si hacemos desaparecer al invisible, nos va a dar igual que sea amigo o enemigo. Es un simple producto de su mente.
- Pero Manolo – intervine -, si de algo estoy seguro es que no es un simple producto de su mente. A la última consulta vino con los brazos repletos de arañazos. Y eso no me parece nada simple.
- Vale, autolesiones. ¿Qué cambia eso?
- Eso lo cambia todo. Debemos darnos algo más que prisa en solucionar esto.
- ¿Por qué dices eso? –preguntó Lourdes.
- Os haré un breve resumen de esta última entrevista – dije.

martes, octubre 10, 2006

Personajes Imposibles

I Alfonsita la modelo

La niña tiene diez años, le encanta la tele y quiere ser modelo. Se acurruca en el sofá empapándose de anuncios de colonias, sonrisas profidén y delgadeces made in bisturí. Lee con avidez los suplementos de belleza de El País, y se pone a escondidas las pinturas de su madre. Está deseando crecer, tener dieciocho para escapar de casa y apuntarse a una agencia de modelos francesa, tan chic. A Alfonsita le gustan las cosas a lo grande. Ha cogido las mejores fotos del verano y ha hecho un book con tijeras, un cuaderno viejo y un tubo de pegamento imedio. Alfonsita pesa ochenta y un kilos, pero su maestro del cole le ha dicho que eso da igual, que no importa lo que los demás piensen de sus sueños, lo único importante es que lo que deseamos fervientemente. El profesor debió de aprender esto en una película de Disney. Pero Alfonsita sufre, y le queda mucha mili.

lunes, octubre 09, 2006

Entropia y 2


Reflexiones de género (esto no es un relato)

El mascado chicle del tiempo sabe rancio y familiar; más que estirarse parece ir encogiéndose a medida que masticas y masticas, perdiendo su químico sabor.
Añoras unos días de soledad en el domicilio conyugal, disfrutar del espacio perdido, para finalmente encontrarte con la languidez confusa de un tiempo que se desgasta en actividades vacías.
Eremita que encuentras tu reflejo en los pasillos de la casa y te descubres parado, en calzoncillos, vestido con una camiseta arrugada de Tintín, y en la mano un cuenco de cereales, decidiendo si emprendes el camino del ordenador o el de la cama. Como un paseante en la mediana de la autopista, sorprendido por la velocidad de la circulación, indeciso, suicida.
La ducha se prolonga innecesariamente placentera, frecuentas solitarios vicios y algunas habitaciones dejan de ser transitadas. El flujo vital parece escurrirse por el desagüe y una lánguida melancolía atraviesa la ventana.
Y al mirarte en el espejo no ves a un romántico ermitaño presa del desamor: descubres a un naufrago, a un confuso naufrago que parece desasido del mundo, invadido por un cansancio habitualmente oculto al escrutinio de los otros y que ahora se expresa sin trabas. Sin más límite que una cierta dignidad de la que decides no prescindir.
Sería tan fácil abandonarte, descuidar tu higiene, ir tirando de pasta cocida con tomate, dejar el trabajo, envolverte en una sábana rodeado de libros, leer en griego la Odisea, ver a todas horas videos porno, desenterrar una piedra de hachís y un viejo paquete de Camel, desconectar los teléfonos y dejar que se agoten las baterías.

Animal insocial y misógino, envuelto en una burbuja sucia, quizás profundamente convencido de que alguien vendrá a tu rescate.

sábado, octubre 07, 2006

Enemigo Invisible, III

(Con anterioridad en Enemigo Invisible: Alberto, de siete años, se encuentra en la consulta del doctor Cortaira porque ve un ser extraño que le acompaña. El doctor Cortaira se debate entre la paciencia y la receta fácil.)

III

Cuando llegué a casa intenté encontrar la manera de poner todo aquel asunto en claro. Recordé la primera entrevista, varios meses atrás. Alberto entró en la consulta de la mano de su madre, los dos precediendo al padre.

- ¿Cómo te llamas? – pregunté al niño. Pero contestó la madre por él.
- Alberto, doctor.

La miré fugazmente y fijé después mi atención en el pequeño.

- ¿Sabes porque estás aquí? – le dije.
- Porque es gilipoyas – vomitó el padre.

La madre acunó aún más bajo su ala a mi paciente, mientras desafiaba al marido con las cejas enarcadas.

Toda la conversación tuvo este cariz. Pero al fin, tras múltiples y malogrados intentos por mi parte, Alberto, de una sola vez, consiguió escupir lo que pasaba:

- Me desperté ese día, y me di cuenta de que no tenía mi muñeco. Siempre duermo con mi perro. Se llama como el tío Braulio, o sea, Braulio. Y no lo encontré. Me di la vuelta para buscarlo y vi que lo tenía él. Fue la primera vez que vino a verme. Estaba acostado conmigo, en mi cama. Y me dijo que estaba aquí para ayudarme. Para que me hiciera mayor. Pero todo ha cambiado. No quiere ayudarme. Quiere hacerme daño.

No conseguí ese día sacar nada más en claro, salvo corroborar mi hipótesis inicial de un padre brutal y una madre sobreprotectora. Siguieron discutiendo todo el tiempo que duró la consulta. Desde ese día en adelante, los dejé en la puerta y yo sólo traté con Alberto.

Y pasaron tres meses, hasta que me encontré desesperado en casa, sin saber que hacer con un niño que, tras más de diez consultas, acabó por decir que un fantasma le sonreía desde detrás de mi sillón. Decidí que debería explicar todo esto en la reunión de equipo. Estaba tan desesperado que acepté someterme a examen.

viernes, octubre 06, 2006

Entropía - 1



Reflexiones de género

Desde que tu mujer se fue de casa –nada irreversible, supongo- una densa nube de entropía ha invadido el domicilio conyugal.
Sin saber cómo, la ropa se extiende sobre los muebles, se desorganizan las comidas y un torpe fantasma recorre los pasillos, tropezando con las paredes. Inseguro de la consistencia de los objetos que te rodean, procuras atravesarlos sin conseguir más que contusiones.
Parece que un virus mecánico haya atacado la maquinaria oculta de tu hogar. La arena se estanca en el reloj que tictaquea espeso en tu cabeza. La dieta bruscamente se ha transformado en una ínsipida mezcla de cereales, leche fría, yogures y bocadillos de fiambre envasado.
La languidez deja paso al desorden, y el desorden a la sosa melancolía, al abandono en un sofá con la pantalla en negro y sin música en el equipo. Tentado estás de enchufarte a un interminable juego de PC hasta que anochezca y se justifique volver a la cama revuelta, tan enorme y desangelada como una piscina vacía.
Aquellos proyectos, siempre abandonados por falta de tiempo o sosiego, se te antojan ahora sin atractivo o sólo al alcance de gigantes.

Al volver del trabajo te cuesta abrir la puerta: una masa compacta como gelatina turbia ha ocupado el espacio doméstico, es necesario arañar con los dedos, hacerse un hueco entre los bloques que deforman la visión de las habitaciones, paredes torcidas, cuadros trapezoidales y emborronados; esfuerzo de anémico alpinista por ganar la cumbre contra el viento. La recompensa está cerca, te dices incrédulo.

Tumbado en el sillón, mirando el techo, te dan ganas de fumar, cuando hace ya seis años que lo dejaste...
(Cont...)

jueves, octubre 05, 2006

De Anima Bestiarium

(De la Fauna y Flora de los estados del alma)

XV La Flor de la Femínea Belleza

A decir de los grandes viajeros, o de los que cuentan las historias sobre los grandes viajeros, o incluso de los que leen lo que se escribe sobre los viajes que buscan corroborar las historias de los grandes viajeros, hay, tras las aguas procelosas del mare nostrum - seno de naves y cuna de monstruos –un desierto de arenas rojas, tras este desierto, una selva anfractuosa, tras la selva, un ancho río. Es en sus orillas donde vive una flor de tamaño humano, tan bella como la diosa Juventud y con un aroma tal que envuelve y condena. Mientras la lluvia golpetea las hojas de su tallo, hora tras hora, día tras día, durante los seis interminables meses de la estación de las lluvias, permanece escondida en sí misma. Cuando al cabo viene el sol a contemplarla, en el corto amanecer del nuevo día en la estación seca, se levanta y se desnuda, extiende con languidez sus pétalos y esparce su perfume que invita y enloquece por entre los árboles, empapando la niebla del río. Dicen que el resto de las flores la miran y se mustian al reconocer su propia fealdad. Los pájaros asustados de la noche pernoctan, anidan y se reproducen en su interior. Se dice en los pueblos de las orillas del río que esta flor es inmortal.

(A Ana)

miércoles, octubre 04, 2006

Semillas en Noviembre

V.

Abrió los ojos pesadamente en medio de la penumbra de la habitación. Sentía el cuerpo como si le hubieran dado una paliza, y la mente y los pulmones cargados de cierta plenitud lapidaria, aderezada con algo de embotamiento. Se encontraba muy cansada, aunque calculaba que debía haber dormido bastante. Recordaba a Morgan entrando en la salita con una amplia sonrisa en los labios, que fue disminuyendo gradualmente a medida que iba comprobando su estado de salud. Los alegres saludos de bienvenida fueron dando paso a las muestras de preocupación y a alguna que otra regañina. Pero qué has estado haciendo, estás completamente empapada...

Intentó incorporarse pese a que sus párpados luchaban perezosos por volver a cerrarse un rato más. Pero no, no podía ser, había muchas cosas que hacer y de las que hablar aun. Qué molestas e inoportunas las malditas fiebres estas, se dijo. No recordaba haber estado enferma desde que tenía cuatro años, en el invierno del cuarenta y seis.

Salió despacio de la habitación y se coló rápida en el aseo. No consentiría que Morgan la viera en ese estado. Se dio una buena ducha y se puso ropa limpia. Conforme iba avanzando por el largo pasillo adivinaba los colores ocres y anaranjados del atardecer reflejados en las paredes, y una música endiablada llegaba hasta ella procedente del salón.

Encontró a su mejor amigo bailando con los ojos cerrados, dando vueltas alrededor del gramófono. Era una de las canciones de Dizzy, por la pinta alguna de las incluidas en su segundo disco, “Salt Peanuts”. Lo miró divertida durante largo rato en silencio, sin decir nada. Cuando Morgan advirtió su presencia, lejos de avergonzarse, voló hacia ella para asirla de la cintura y hacerla por un momento su pareja de baile. Así era Morgan. Tras interesarse por su salud le puso al corriente de sus avances con la tesis. Al fin la he terminado, pequeña. Be bop, le dijo al tiempo que le ofrecía una Murphy bien fría, y que Darell aceptó sin mayor problema.

Relato por entregas enviado por Lya


martes, octubre 03, 2006

Enemigo Invisible, II

II

Un par de horas más tarde me encontraba compartiendo una máquina de café con algunos de mis colegas. No he sido nunca muy amigo de hablar de mis pacientes, aunque no tanto por la cuestión del secreto profesional, sino más bien por miedo al cuestionamiento y a los movimientos extraños en torno de la posición relativa de todos los médicos de la unidad de psiquiatría.

- ¿Qué le recetaste, Cortaira? – me preguntó el doctor Giscardó, el menos enemigo de mis compañeros. Era una decena de años mayor que yo y le venía muy bien a mi complejo de inestabilidad post-adolescente su actitud paternalista.
- Nada. No le he recetado nada.
- ¿Cómo que nada? ¿Estás loco? – dijo, acompañando sus palabras con el gesto de Obélix - Como los padres de ese chaval vuelvan a notar que se le va la pinza, van a venir diciendo que qué hospital es éste, y que vaya mierda de psiquiatras que no recetan pastillas.
- Mira, Manolo – le dije mientras echaba la moneda y seleccionaba mi express con una raya de azúcar -, no puedo recetarle nada. Para prescribir algo, debe haber diagnóstico. Para que haya diagnóstico, debe haber trastorno. Y yo no tengo ni la más remota idea de lo que cojones le pasa a este chaval. Estoy más seguro de mi trastorno que del suyo…
- ¿De cual de tus trastornos, chavalote? No pongas esa cara, coño, que es broma. Sólo te digo que si lo drogas dejará de ver polladas, y tú tendrás menos problemas.

Y papá volvió a darme los consabidos golpes en la espalda. Y yo esperé y esperé, pero la cucharilla no salió de la maldita máquina. Por fin algo en lo que descargar…

lunes, octubre 02, 2006

Estación de servicio


I. luces
Las señales rojas del salpicadero se reflejan en los cristales de mis gafas. Observo el paso fugaz de los brillos intermitentes, la línea discontinua que divide en dos la carretera. Los faros halógenos despiden conos de luz azul y hacen destellar las señales de tráfico como peces abisales, por un instante fosforescentes en la noche cerrada. El ronroneo del motor me adormece. Mi mano se apoya fláccida sobre la caja de cambios sintiendo las vibraciones que trasmite el asfalto rugoso de la autovía. Viajo en una pecera de sueño y fatiga.

II. desvío
Tomo el primer desvío, en busca de una gasolinera, un lugar donde poner combustible, beber algo, ir al baño, estirar las piernas en el frescor de la noche. El cartel indica una estación de servicio cercana. La bacheada carretera serpentea entre unas colinas sin árboles. Tras unos minutos de curvas, atravieso un pueblucho mal iluminado y doy con la gasolinera. Me siento cansado.

III. estación de servicio
El anuncio luminoso no funciona, una pedrada parece haber roto los fluorescentes. Sólo una hilera de surtidores en la penumbra. Un tenue resplandor ilumina el interior del destartalado edificio sobre el que cuelga un rótulo: “Tienda”. Aparco el coche pero no abro la puerta. Escucho el silencio; el cristal de la ventana baja con un suave zumbido. La máquina de refrescos está encendida. No se oye más que el rumor de la máquina expendedora y algún grillo lejano.

IV. surtidor
Un coche con la puerta del conductor abierta y la luz del habitáculo encendida tiene conectado un surtidor a la boca del depósito. Su dueño podría estar en el cuarto de baño, o pagando. Espero dentro del coche, vigilando la tienda y mi reloj de pulsera, pero nada ocurre. Decido salir y en ese momento tengo la certeza de que algo no está en su sitio. Aun así pongo un pie en el suelo resquebrajado de la estación. La manga verde de gasolina sin plomo cuelga como un tentáculo, la trompa de un animal metálico absorbiendo los fluidos del motor.

V. dolor
Empujo la puerta acristalada. Se vende pan. Llamar al timbre a partir de las 24 horas. Abierta. El interior de la tienda está pobremente iluminado por el resplandor de una nevera llena de botellas y latas. Desde una puerta entreabierta, junto al mostrador, me llega un sonido extraño, agitado. Súbitamente estoy en el suelo, retorciéndome de dolor. Ha salido desde detrás de un estante y me ha golpeado en el estómago. Caigo al suelo, sin aire, mareado. Aunque delante de mis ojos centellean manchas de luz amarillas, puedo ver la espalda de mi agresor mientras abandona la tienda. Viste un mono sucio, sin mangas. Unas líneas tatúan su antebrazo izquierdo. No puedo contener el vómito.

VI. alguien
Salgo del aturdimiento y del dolor, del ácido sabor del vómito, desperezado por el ruido inquieto que llega a través de la rendija de la puerta. Desde el suelo puedo ver unos tobillos desnudos que se agitan en el interior de la habitación. Escucho un gimoteo sordo y doloroso. A cuatro patas, conteniendo nuevas arcadas, sorteo el mostrador y me arrastro hasta el cuarto. Está a oscuras. Dentro hay alguien. Una mujer desnuda, en el suelo, amordazada, con las manos atadas a la espalda.

VII. sangre
Es una mujer joven. El pelo castaño, revuelto sobre la cara. Le sangra la nariz, hay regueros en su cara y manchas rojizas en el suelo. Las sombras de la mordaza podrían ser de sangre. Está llorando, quizás aliviada por la huida, por mi llegada. No digo: he venido a salvarte, ya pasó todo. No digo eso, ni nada parecido. La observo. Algunas gotas de sudor le humedecen la piel, que brilla tenuemente. El tórax se expande en una respiración agitada y las costillas se marcan paralelas bajo su costado. Me aproximo despacio, no quiero asustarla. Las piernas vuelven a agitarse y dibujan la musculatura de los muslos. Continuo, despacio, acercándome a gatas hasta su cara. Los pezones azulados parecen pequeños animales en equilibrio sobre el pecho.

VIII. saliva
Me mira con los ojos enrojecidos, mordiendo la mordaza que aprieta la comisura de sus labios. Destella un diente blanco sobre el trapo mojado. Estoy ahora junto a ella, de rodillas. Le susurro palabras dulces al oído, mi nariz le roza el cuello y un violento olor a sangre y sexo me aturde un instante. Veo la línea del hombro rasguñado, la curva paralela de los pechos, las rodillas. Tranquila, no pasa nada, susurro. Noto saliva en mi boca. Y mi mano se posa como un cuerpo extraño sobre su vientre.