Enemigo Invisible, VI y final
(Con anterioridad en Enemigo Invisible: Alberto, de siete años, tiene un vistitante invisible. El doctor Cortaira es incapaz de abordar el problema, toda su profesionalidad se derrumba cuando observa heridas en los brazos del niño que conforman las palabras griegas amor y muerte. En una desesperada reunión de equipo, pide ayuda a sus compañeros del hospital)
VI.-
La expresión en el rostro de mis compañeros abarcó desde la más absoluta incredulidad hasta la más patética conmiseración. Pero fui capaz de crear un ambiente aún más adecuado para mi destrucción cuando dije:
- Se impone la necesidad de dar parte a la policía. Puede ser que los padres estén dentro de una secta de ritos satánicos o algo por el estilo.
Fue Lourdes la que me contestó, atajando la furibunda respuesta que, de seguro, Giscardó me tenía preparada:
- Abel, dinos, ¿cómo puedes estar tan seguro de que en los brazos del niño se leía eso? … Ah, ¿y que tal te va con tu mujer?
Entonces me pareció entenderlo todo. Pero al pasar esos sentimientos por mi debilitado filtro, lo hice de tal manera, con la cara de Águeda, mi mujer, taladrando mi yo, que acabé por pensar que quizá eros y thanatos eran sólo un producto de mi mente. Y así lo reconocí en voz alta. Mis colegas parecieron respirar aliviados. Me aconsejaron tomarme el caso con más calma y adelantar las vacaciones. Les prometí que así lo haría, en cuanto tuviera controlado a Alberto con los fármacos adecuados. Finalizó la reunión de equipo; sonrisas y parabienes.
Pero llegó el día de la siguiente consulta. Alberto, que solía llamar quedamente a la puerta aún agarrado de su madre, no apareció. En su lugar, me pasaron a ella, al teléfono. Y con voz taciturna henchida de ronquera alcóholica me dijo:
- Hola doctor. He encontrado a Alberto esta mañana en su cama, llena de sangre. Muerto. La policía sospecha de su padre.
Casi un minuto después sólo pude contestar:
- ¿Y usted? ¿De quién sospecha usted?
- ¿Yo? Yo sé que toda la culpa es mía.
La culpa, la culpa, nuestra gran culpa. Con sentidos golpes de pecho. Intuí, y casi intuyo todavía, que la culpa no es de nadie, y que nunca lo ha sido. Pero ni fui capaz de decirlo entonces, ni de demostrarlo ahora. Y eso me hace sentirme culpable.
VI.-
La expresión en el rostro de mis compañeros abarcó desde la más absoluta incredulidad hasta la más patética conmiseración. Pero fui capaz de crear un ambiente aún más adecuado para mi destrucción cuando dije:
- Se impone la necesidad de dar parte a la policía. Puede ser que los padres estén dentro de una secta de ritos satánicos o algo por el estilo.
Fue Lourdes la que me contestó, atajando la furibunda respuesta que, de seguro, Giscardó me tenía preparada:
- Abel, dinos, ¿cómo puedes estar tan seguro de que en los brazos del niño se leía eso? … Ah, ¿y que tal te va con tu mujer?
Entonces me pareció entenderlo todo. Pero al pasar esos sentimientos por mi debilitado filtro, lo hice de tal manera, con la cara de Águeda, mi mujer, taladrando mi yo, que acabé por pensar que quizá eros y thanatos eran sólo un producto de mi mente. Y así lo reconocí en voz alta. Mis colegas parecieron respirar aliviados. Me aconsejaron tomarme el caso con más calma y adelantar las vacaciones. Les prometí que así lo haría, en cuanto tuviera controlado a Alberto con los fármacos adecuados. Finalizó la reunión de equipo; sonrisas y parabienes.
Pero llegó el día de la siguiente consulta. Alberto, que solía llamar quedamente a la puerta aún agarrado de su madre, no apareció. En su lugar, me pasaron a ella, al teléfono. Y con voz taciturna henchida de ronquera alcóholica me dijo:
- Hola doctor. He encontrado a Alberto esta mañana en su cama, llena de sangre. Muerto. La policía sospecha de su padre.
Casi un minuto después sólo pude contestar:
- ¿Y usted? ¿De quién sospecha usted?
- ¿Yo? Yo sé que toda la culpa es mía.
La culpa, la culpa, nuestra gran culpa. Con sentidos golpes de pecho. Intuí, y casi intuyo todavía, que la culpa no es de nadie, y que nunca lo ha sido. Pero ni fui capaz de decirlo entonces, ni de demostrarlo ahora. Y eso me hace sentirme culpable.
9 Comentarios:
Al terminar el relato me veo empujada, precipitadamente, a un abismo de soluciones que pululan en mi cabeza:
Niño traumatizado por un padre torturador...
Paciente pantalla de los conflictos del psiquiatra, que se debate entre el amor eterno a Águeda o acabar con ella definitivamente (la muerte del chico tiende un tupido velo)...
Trágica entropía de un ser casi inocente....
y al mando de esta cohorte:
Madre tripulando incansable la nave de la culpa...
¿has visto el juego que ha dado tu relato mientras me calaba hasta los huesos?
Un beso
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
No se si me he enterado bien del final de este relato, no se si hay culpables, no entiendo por qué muere el niño, pero en todo caso esperemos que el Asistente social se haga cargo del caso...
Yo tampoco entiendo muy bien el final del relato, pero el caso es que me gusta a la vez que me inquieta. Pareces dejar un final abierto a la interpretación del lector, me equivoco?
Si digo que lo he dejado abierto, lo cierro.
Epiménides el Cretense dijo que todos los Cretenses son mentirosos.
Respecto a no entenderlo, no sé puede explicar mejor, téngase en cuenta la personalidad que le he hecho tener a Abel Cortaira, su situación personal y demás, si yo doy explicaciones, me convierto en narrador omnisciente y no me vale la primera persona.
Digamos... que caben todas las interpretaciones y que todos son culpables, o ninguno.
Te dedico una canción estupenda que estoy escuchando ahora:
Ain´t nothin´you can do.
It´s too late to stop now.
Van Morrison
Me gusta la ambigüedad final. Me parece el gran hallazgo del relato, porque deja las puertas abiertas a todas las posibilidades, ¡¡incluso!! a la sobrenatural. No me convence tanto la fulgurante alusión a Águeda, creo que si el pasado del psiquiatra tiene tanto peso en su estado anímico y su interpretación de los hechos (o no, pero lo parece) debe dejarse sentir desde antes. En general veo una cierta precipitación al resolver el relato, y espero que el "formato blog" no haya pesado en ello. Creo que tenías una idea excelente, capaz de hacer sentir un amplio abanico de emociones, o, si así lo preferías, de convertirse en un excelente relato de terror/misterio. Poner el énfasis en las tribulaciones del psiquiatra era una decisión arriesgada, sólo justificable si el personaje acababa por merecerlo (esto es, si retratabas su conflicto de manera significativa y poderosa). Por eso te digo que si su pasado tiene relevancia, has pasado demasiado de puntillas sobre él. En general hubiera preferido un relato más "impersonal", con menos yo (el yo de Cortaira), porque la situación es realmente sugerente hasta sin intermediarios. Pero claro, habría sido, probablemente, otro relato.
Otra consideración (abundando): me parece que la víctima del relato, en más de un sentido, es el niño.
Queremos (quiero) saber más de él, de su situación, y, sobre todo, de sus temores. No nos (me) interesa tantas charlas de psiquiatras confrontando egos, en ellas veo más paja que otra cosa, y el lector se impacienta esperando los atisbos de horror (sea cotidiano, psicológico, sobrenatural o freudiano) que administras con demasiada contención. No (esto va por Doc Leo), no quiero un relato gore, ni ver al niño subirse por las paredes del consultorio rumiando la palabra "redrum"; sólo creo que, esta vez, has elegido un enfoque que no es el que más le iba a la historia.
En cualquier caso, un buen bocado. Otra cosa: ésta era una idea estupenda para una novela. Modelo: "Los otros", de Javier García Sánchez.
Saludos, y sigamos en la brecha.
Dos cosas:
1.- Como ya he dicho antes, toda la historia es narrada desde los ojos de Cortaira, eso limita, sí, pero da verosimilitud. No acepta su propio pasado: por eso pasa de puntillas sobre él.
2.- El hablar de otras cosas, dejando de lado lo que todo el mundo desea, lo que todo el mundo teme, ¿no es algo profundamente literario?
Reconozco, por otro lado, la precipitación blogera. Nunca he considerado los relatos publicados aquí como finalizados. Gracias por tu apoyo y tus apuntes, que siempre han sido, son y serán, tenidos en cuenta.
Un abrazo.
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