Vida de Bunny -1
I
Un cuchillo en una mano; en la otra una caja de aspirinas.
Comenzaré por el principio.
Entiendo que a veces sufra, que se sienta sola (no tenemos hijos ni edad para tenerlos), que añore compañía frente a las interminables horas que permanece en casa. Comprendo su lánguida desesperación frente a un espejo que le devuelve manchas y arrugas donde no hace tanto la piel lucía pulida y blanca. Pero no es vieja (yo tampoco), apenas 40 años, y aun es tiempo de iniciar proyectos, lanzarse a la incertidumbre de lo nuevo.
Hay instantes en la vida en los que, de golpe, cae sobre nosotros un saco de años, un accidente de la edad, como un brusco tropezón que te parte una pierna o la nariz. Y aunque nadie pueda explicarlo, un halo de recién estrenada vejez te envuelve...
Algo así debió ocurrirle a Marta. Y entonces decidió que quería una mascota.
La acompañé a una tienda de animales escondida en las entrañas de una “gran superficie”. Los perros se hacinaban en acuarios de cristal, como anestesiados contra sus paredes trasparentes. Olía a excrementos de pájaro y a pienso de animales, un olor dulzón y penetrante. Desde su percha, un enorme guacamayo nos siguió con un ojo amarillo y frío hasta que salimos de la tienda. Era tan reducido el espacio que los movimientos más leves generaban una desagradable algarabía de trinos y chillidos en las jaulas cercanas. Tras rechazar una hermosa iguana de noble cabeza y a una pareja de estáticos periquitos que parecían disecados dentro de la jaula, Marta se decidió por un cobaya. Un cobaya blanco, macho, pequeño como un hámster, de pelo blanco con dos manchas azul grisáceo en torno a los ojos. Me pareció un animalito estúpido y perezoso. Supongo que el aspecto y quietud de peluche del roedor sedujeron a mi mujer. Yo hubiese preferido un perro. Incluso la iguana de la cresta verde.
La mascota produjo en Marta un rápido efecto de control y sosiego. Más tranquila y animada, consiguió trabajo como administrativa en una inmobiliaria del barrio y su humor volvió a ser el de siempre: cambios cíclicos de euforia e irritabilidad al ritmo regular de sus hormonas. La familiar montaña rusa que yo echaba de menos. Como añoraba nuestros perdidos juegos de cama. Escaramuzas amorosas que parecieron retomarse con cierto interés, pero que no pasaron de ser la cumplimentación de un ritual desgastado por el uso. Durante los esporádicos encuentros solía mostrarse ausente, mirando fija y quieta un pliegue de la sábana.
Soy devoto aficionado a los “puntos de inflexión”, fechas exactas como nítidas fracturas en los huesos del destino. Una de esas noches de sexo desganado, prescrito por la costumbre (dos viejos amigos que todos los martes juegan su tradicional partido de tenis, cada vez más torpes y aburridos), esa noche, decía, encerró un minúsculo episodio al que vuelvo con frecuencia: me afanaba diligente entre sus piernas, intentando arrancarle algún eco estremecido de placer, cuando Marta exclamó, como saliendo de un sueño:
- ¡Comida para Buny!
Fue el principio del fin. El punto de inflexión.
Buny. O Bunny –nunca hasta ahora estuvo su nombre escrito-. Vaya nombre idiota para un animal de orejas pequeñas.
Diré quien es Bunny.
El inmenso lugar que ocupa en nuestras vidas.
Comenzaré por el principio.
Entiendo que a veces sufra, que se sienta sola (no tenemos hijos ni edad para tenerlos), que añore compañía frente a las interminables horas que permanece en casa. Comprendo su lánguida desesperación frente a un espejo que le devuelve manchas y arrugas donde no hace tanto la piel lucía pulida y blanca. Pero no es vieja (yo tampoco), apenas 40 años, y aun es tiempo de iniciar proyectos, lanzarse a la incertidumbre de lo nuevo.
Hay instantes en la vida en los que, de golpe, cae sobre nosotros un saco de años, un accidente de la edad, como un brusco tropezón que te parte una pierna o la nariz. Y aunque nadie pueda explicarlo, un halo de recién estrenada vejez te envuelve...
Algo así debió ocurrirle a Marta. Y entonces decidió que quería una mascota.
La acompañé a una tienda de animales escondida en las entrañas de una “gran superficie”. Los perros se hacinaban en acuarios de cristal, como anestesiados contra sus paredes trasparentes. Olía a excrementos de pájaro y a pienso de animales, un olor dulzón y penetrante. Desde su percha, un enorme guacamayo nos siguió con un ojo amarillo y frío hasta que salimos de la tienda. Era tan reducido el espacio que los movimientos más leves generaban una desagradable algarabía de trinos y chillidos en las jaulas cercanas. Tras rechazar una hermosa iguana de noble cabeza y a una pareja de estáticos periquitos que parecían disecados dentro de la jaula, Marta se decidió por un cobaya. Un cobaya blanco, macho, pequeño como un hámster, de pelo blanco con dos manchas azul grisáceo en torno a los ojos. Me pareció un animalito estúpido y perezoso. Supongo que el aspecto y quietud de peluche del roedor sedujeron a mi mujer. Yo hubiese preferido un perro. Incluso la iguana de la cresta verde.
La mascota produjo en Marta un rápido efecto de control y sosiego. Más tranquila y animada, consiguió trabajo como administrativa en una inmobiliaria del barrio y su humor volvió a ser el de siempre: cambios cíclicos de euforia e irritabilidad al ritmo regular de sus hormonas. La familiar montaña rusa que yo echaba de menos. Como añoraba nuestros perdidos juegos de cama. Escaramuzas amorosas que parecieron retomarse con cierto interés, pero que no pasaron de ser la cumplimentación de un ritual desgastado por el uso. Durante los esporádicos encuentros solía mostrarse ausente, mirando fija y quieta un pliegue de la sábana.
Soy devoto aficionado a los “puntos de inflexión”, fechas exactas como nítidas fracturas en los huesos del destino. Una de esas noches de sexo desganado, prescrito por la costumbre (dos viejos amigos que todos los martes juegan su tradicional partido de tenis, cada vez más torpes y aburridos), esa noche, decía, encerró un minúsculo episodio al que vuelvo con frecuencia: me afanaba diligente entre sus piernas, intentando arrancarle algún eco estremecido de placer, cuando Marta exclamó, como saliendo de un sueño:
- ¡Comida para Buny!
Fue el principio del fin. El punto de inflexión.
Buny. O Bunny –nunca hasta ahora estuvo su nombre escrito-. Vaya nombre idiota para un animal de orejas pequeñas.
Diré quien es Bunny.
El inmenso lugar que ocupa en nuestras vidas.
15 Comentarios:
¿O cómo cosificar(animalizar) las responsabilidades para descargarnos de ellas?
Buen comienzo...
Me gusta esa entrada en la tienda de animales. Es como reencontrarse con viejos códigos: la pecera, el ojo vigilante del guacamayo, la iguana exótica...
Ese olor dulzón impregna las fosas nasales del lector para el resto del relato.
La pareja reclama un revolcón entrópico con mascota-peluche incluida
Probablemente, una reactualización del tema del intruso. Los fantasmas contratacan. Ya veremos.
Y de fondo, el paso del tiempo, esa vejez prematura que cae sobre nosotros cuando cruzas cierta frontera, "como un saco de años, un accidente de la edad" (increible inflacción de narcisismo o de blogitis: me estoy citando, sufro el síndrome de Abelenda...)
Otro asunto que parece interesar al personaje: aquellos mínimos episodios que permiten visualizar la "fractura de los huesos del destino" (arggg, otra vez no...!, sal de este cuerpo....! te lo ordeno....!)
Me gusta el cambio de registro que veo en este y otros relatos. Un tono narrativo con un puntito de acidez irónica, los hechos narrados desde un prisma singular. Lo de visualzar la fractura de los huesos del destino me interesa, al igual que al personaje. A veces en la realidad ocurren esos puntos de inflexión y los percibes.
Querida Gela:Lo de recclamar un revolcon entrópico con peluche(suavizas la mascota),incluido, suena bien.El termino entropico,significa: degeneracion social inevitable.Literariamente has querido ir por estos derroteros?.El intruso merece mejor tratamiento.
El tumbao.-
doc leo a DOC LEO:Desde mi saco de años ,mis fantasmas cada dia se soprenden mas con tus relatos.Y son inapaces de contraatacar.:doc leo(cada vez menos pasimista)
Nuestros fantasmas no tienen por que ser tan diferentes; creo que la galeria de espectros posibles no es muy voluminosa. Las diferencias estarán en los ángulos de visión (infinitos). Tengo la suerte de poder sacarlos de paseo y presejtarlos a los amigos.
Gracias
Estimado usuario anónimo, le aclaro mi intención con el concepto revolcón entrópico:
el paso del tiempo y la rutina cíclica que se percibe en los asuntos de esta pareja -en la voz del narrador- estan pidiendo una sacudida, que ya se anuncia.
Es un estímulo estupendo que su osamente se movilice desde una posición tan cómoda. Un abrazo, tumbao.
Estoy de acuerdo en la universalidad de los fantasmas, y totalmente de acuerdo que pueden parecer distintos "entes" según el ángulo desde donde los mires. No obstante, siempre hay alguno que otro un pelín más "rarito" que los demás, patrimonios individuales, que suelen a veces tener su origen en algún acontecimiento pasado(incluso remoto) que en su día nos caló hondo. Muchas veces el fantasma consiste en el miedo a la inminente amenaza de su simple aparición, que no por ello quiere decir que se haga repetitiva, puede que incluso no se haya dado nunca o que solo se hubiera dado en una ocasión.
Ay ay ay, que me lío. Pero sé lo que digo. Aunque de noble cuna yo también tengo mis fantasmas.
Sería divertido que todos pasareamos a nuestros espectros, que se conocieran entre sí e incluso que interactuaran entre ellos en algún relato (o tragicomedia)
Leonor dijo: "Sería divertido que todos pasareamos a nuestros espectros, que se conocieran entre sí e incluso que interactuaran entre ellos en algún relato (o tragicomedia)"
Un proyecto que recuerda a esto anda paseando la cabeza de Abelenda. Se admiten sugerencias.
Nooo! No me refiero a eso, mi hacha de guerra está enterrada. Espectros equivale a fantasmas, entes, al miedo que tenga cada cual, no a personajes metidos en su papel jugando una partida de rol y machacándose a mamporrazo limpio. Por ejemplo, el miedo a que de forma imprevisible e inesperada una serie de hechos se vayan acumulando y te impidan realizar un proyecto vital importante, que se te trunquen las expectativas, la confabulación del destino o algo así.
Jolín con las susceptibilidades... Leonor, tu semitocayo (Leo es la mitad de Leonor) se refiere a montar entre todos una historia, un relato sobre ese tema... El hacha la habrás enterrado, pero las heridas están frescas... Un beso.
ahh, vale, vale. No sé, pero se ha citado la cabeza de Abelenda, y me he puesto un pelín nerviosa. Puede que tengas razon, si es eso pues bienvenida sea la idea.
Por cierto, creo que tardareis mucho en verme en algún campo de batalla. Pensaba que estábamos jugando y nos divertiamos, yo he metido tanta caña para que me contestarais y os metiarias tambien sin piedad conmigo... En fin, dejemoslo estar.
Un beso.
Mis sinceras disculpas a los afectados. Dadme cruento escarmiento si lo creeis oportuno, si no mejor olvidar el tema
Yo me divertí mientras no se hicieron ataques personales, sino que lo que hablamos era puramente de personaje a personaje. Pero, y que conste que no lo digo precisamente por ti, a veces nos confundimos en esto. Todos. Yo, creo, estuve bastante comedido y cuando se llegó al nivel que te comento me retiré lo más discretamente que pude.
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