jueves, octubre 12, 2006

Enemigo Invisible, IV

(Con anterioridad en Enemigo Invisible: el doctor Cortaira se encuentra en el atolladero de su carrera: un niño que soporta a un visitante invisible, a un padre especialmente brutal y a una madre demasiado amorosa y protectora)

IV

- Así que esto es todo, compañeros. Y, en serio, no sé qué puedo hacer ahora.

Me separé de la mesa y crucé los brazos sobre el pecho. Las expresiones de los rostros de mis colegas mostraban un gran abanico de pensamientos. Unos cuantos, los más, parecían decir algo así como que menos mal que este no es mi problema. Giscardó me sonreía, pero sin bondad. La jefa del equipo, Lourdes Gil, parecía sinceramente preocupada. Papá y mamá. Ella rompió el silencio.

- ¿Alguien tiene una idea sobre qué puede pasarle a este muchacho?

No se refería a mí, por supuesto. Giscardó se revolvió nervioso en su asiento para finalmente decir:

- No lo entiendo. Todo lo que describe el compañero Cortaira me hace pensar en el caso clásico del amigo inexistente. No me parece nada grave, aún sin nuestra ayuda, lo más normal es que desaparezca con la edad.
- No es tan sencillo – dijo Lourdes en mi lugar -. Cortaira nos ha dejado claras las otras… ramificaciones. El niño no considera al invisible un amigo, precisamente.
- Ya, ya. Pero ahí está la clave – continuó Giscardó. El niño no considera, eso quiere decir que si hacemos desaparecer al invisible, nos va a dar igual que sea amigo o enemigo. Es un simple producto de su mente.
- Pero Manolo – intervine -, si de algo estoy seguro es que no es un simple producto de su mente. A la última consulta vino con los brazos repletos de arañazos. Y eso no me parece nada simple.
- Vale, autolesiones. ¿Qué cambia eso?
- Eso lo cambia todo. Debemos darnos algo más que prisa en solucionar esto.
- ¿Por qué dices eso? –preguntó Lourdes.
- Os haré un breve resumen de esta última entrevista – dije.