Estación de servicio
I. luces
Las señales rojas del salpicadero se reflejan en los cristales de mis gafas. Observo el paso fugaz de los brillos intermitentes, la línea discontinua que divide en dos la carretera. Los faros halógenos despiden conos de luz azul y hacen destellar las señales de tráfico como peces abisales, por un instante fosforescentes en la noche cerrada. El ronroneo del motor me adormece. Mi mano se apoya fláccida sobre la caja de cambios sintiendo las vibraciones que trasmite el asfalto rugoso de la autovía. Viajo en una pecera de sueño y fatiga.
II. desvío
Tomo el primer desvío, en busca de una gasolinera, un lugar donde poner combustible, beber algo, ir al baño, estirar las piernas en el frescor de la noche. El cartel indica una estación de servicio cercana. La bacheada carretera serpentea entre unas colinas sin árboles. Tras unos minutos de curvas, atravieso un pueblucho mal iluminado y doy con la gasolinera. Me siento cansado.
III. estación de servicio
El anuncio luminoso no funciona, una pedrada parece haber roto los fluorescentes. Sólo una hilera de surtidores en la penumbra. Un tenue resplandor ilumina el interior del destartalado edificio sobre el que cuelga un rótulo: “Tienda”. Aparco el coche pero no abro la puerta. Escucho el silencio; el cristal de la ventana baja con un suave zumbido. La máquina de refrescos está encendida. No se oye más que el rumor de la máquina expendedora y algún grillo lejano.
IV. surtidor
Un coche con la puerta del conductor abierta y la luz del habitáculo encendida tiene conectado un surtidor a la boca del depósito. Su dueño podría estar en el cuarto de baño, o pagando. Espero dentro del coche, vigilando la tienda y mi reloj de pulsera, pero nada ocurre. Decido salir y en ese momento tengo la certeza de que algo no está en su sitio. Aun así pongo un pie en el suelo resquebrajado de la estación. La manga verde de gasolina sin plomo cuelga como un tentáculo, la trompa de un animal metálico absorbiendo los fluidos del motor.
V. dolor
Empujo la puerta acristalada. Se vende pan. Llamar al timbre a partir de las 24 horas. Abierta. El interior de la tienda está pobremente iluminado por el resplandor de una nevera llena de botellas y latas. Desde una puerta entreabierta, junto al mostrador, me llega un sonido extraño, agitado. Súbitamente estoy en el suelo, retorciéndome de dolor. Ha salido desde detrás de un estante y me ha golpeado en el estómago. Caigo al suelo, sin aire, mareado. Aunque delante de mis ojos centellean manchas de luz amarillas, puedo ver la espalda de mi agresor mientras abandona la tienda. Viste un mono sucio, sin mangas. Unas líneas tatúan su antebrazo izquierdo. No puedo contener el vómito.
VI. alguien
Salgo del aturdimiento y del dolor, del ácido sabor del vómito, desperezado por el ruido inquieto que llega a través de la rendija de la puerta. Desde el suelo puedo ver unos tobillos desnudos que se agitan en el interior de la habitación. Escucho un gimoteo sordo y doloroso. A cuatro patas, conteniendo nuevas arcadas, sorteo el mostrador y me arrastro hasta el cuarto. Está a oscuras. Dentro hay alguien. Una mujer desnuda, en el suelo, amordazada, con las manos atadas a la espalda.
VII. sangre
Es una mujer joven. El pelo castaño, revuelto sobre la cara. Le sangra la nariz, hay regueros en su cara y manchas rojizas en el suelo. Las sombras de la mordaza podrían ser de sangre. Está llorando, quizás aliviada por la huida, por mi llegada. No digo: he venido a salvarte, ya pasó todo. No digo eso, ni nada parecido. La observo. Algunas gotas de sudor le humedecen la piel, que brilla tenuemente. El tórax se expande en una respiración agitada y las costillas se marcan paralelas bajo su costado. Me aproximo despacio, no quiero asustarla. Las piernas vuelven a agitarse y dibujan la musculatura de los muslos. Continuo, despacio, acercándome a gatas hasta su cara. Los pezones azulados parecen pequeños animales en equilibrio sobre el pecho.
VIII. saliva
Me mira con los ojos enrojecidos, mordiendo la mordaza que aprieta la comisura de sus labios. Destella un diente blanco sobre el trapo mojado. Estoy ahora junto a ella, de rodillas. Le susurro palabras dulces al oído, mi nariz le roza el cuello y un violento olor a sangre y sexo me aturde un instante. Veo la línea del hombro rasguñado, la curva paralela de los pechos, las rodillas. Tranquila, no pasa nada, susurro. Noto saliva en mi boca. Y mi mano se posa como un cuerpo extraño sobre su vientre.
5 Comentarios:
¿Estás seguro que este relato no lo he hecho yo en otra vida? Es de los míos, de las historias que me gusta contar.
Bueno, la verdad es que, formalmente, es distinto, mi lenguaje es, para este tipo de relatos, menos metafórico y más brutal, más cortante. Pero tus usos estilísticos aumentan considerablemente la atmósfera y el efecto brutal (y por tanto, tan humano) del relato. Me ha encantado.
Dos pequeñas cosas. En primer lugar, puede que la frase "Le han golpeado" sobre, queda claro antes con la sangre en la nariz. Por otro lado "muslos musculados", ¿no queda un poco cacofónico?
En definitiva, enhorabuena, y saludos.
Suprimiré "Le han golpeado". En cuanto a "musculatura de los muslos" ¿cacofonía o aliteración? - quería dar una impresión de elongación...
Saludos y thanks
Todo lo que escribes tiene la cualidad de poseer una atmósfera inquietante, como si los pasillos de tu mente estuvieran permanentemente en penumbra... Este relato se disfruta desde el primer momento, porque hay en su atmósfera un matiz de anticipación, y, como en la (buena) literatura de terror, se masca en el ambiente la presencia ya cercana del "monstruo"... En ese sentido, prefiero la parte del "antes", demorarse en esa carretera somnífera, en ese desvío que promete serlo hacia el infierno, en la tensa espera en el coche frente a la estación mal iluminada... Lo que viene después me deja un poco frío, o, en cualquier caso, no se corresponde con mis expectativas como lector. No es que quiera ver aparecer un monstruo "real" detrás del mostrador, ni en general nada "de otro mundo"... Pero el giro hacia la sordidez y los estados mórbidos de la mente no figuraba en mi plan como lector.
Aún así, un relato estupendo. Enhorabuena (once again).
Coincido con Abelenda en el preludio abisal que permite paladear tensión y desajustes.
Segundo tiempo del relato: la víctima trasductora se convierte en la fuente de extrañas pulsiones.
Me gusta el nexo común de ciertos escritos que hemos seguido: giros paradójicos, inversión de posiciones, caleidoscopio de posibilidades (como el de adopción).
Me gusta mucho la fragmentación del relato, como va desarrollándose la acción sin perder el hilo argumental bajo cada epígrafe. También me seduce la idea del cambio en la trayectoria del protagonista. De víctima, a indiferente, y de el atisbo a una posición quizás de agresor...
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