martes, enero 30, 2007

Almacén de Artefactos

JULIAN OPIE


Mónica, Rachel y Phoebe entran en un museo.
Mónica: - Me encantan los museos; se respira cultura por todas partes.... ¿Por dónde empezamos?
Rachel: - Por la tienda de regalos.
Todas: - ¡Si!
Phoebe: - Y luego comemos algo.

Friends. 6ª Temporada.


La obra de JULIAN OPIE (Londres, 1958) se ha convertido en marca reconocible y valorada. Artista de indudable éxito, todos quieren a Opie en sus galerías, estudios de diseño gráfico, portadas de CD, en las paredes de los salones de moda y contar con opie-merchandising en las tiendas de los museos.
Hasta el 18 de marzo, su obra permanecerá instalada en el CAC de Málaga, colgando de la fachada del museo, en las paredes, pasillos y vitrinas acristaladas.


Opie posee la mirada de un clásico contemporáneo. Sus retratos nos remiten a los parámetros ideales del renacimiento, elegantes y hieráticos. Hay algo nuevo en su obra, aunque los ingredientes sean reconocibles: el pop en todas sus dimensiones, el minimalismo, el comic franco belga de línea clara. Influencias que son recreadas en el soporte de las nuevas tecnologías. Pantallas de plasma, enormes LCD, impresiones en vinilo, bucles cinemáticos asistidos por ordenador en los que OPIE captura el movimiento de sus estilizadas figuras.

El objeto de la mirada de Opie es la gente común, retratos de la épica cotidiana, el sujeto reducido a sus trazos elementales, la línea común mínima que lo define.
En los paneles de plasma se muestran en interminables loopings el movimiento de solitarios caminantes y stripers esquemáticas; una cinética simple y elegante que parece hipnotizarnos. Los retratos guiñan un ojo, sonríen levemente o arquean las cejas. Nos interpelan y parecen jugar con nuestra “interacción involuntaria”: frente a la obra nos sentimos impelidos a tomar posición, tenemos que refrenar una imitación involuntaria de la postura y el gesto, en una suerte de ecopraxia inconsciente.

Línea y ritmo circular que remiten a las estructuras musicales.

La obra de Julian Opie es sin duda “atractiva”: limpia, breve, esencial, seductora, elegante, misteriosa, fría. Pero quizás poco perdurable, de fácil consumo, anecdótica, insustancial, destinada a colonizar las tiendas de los museos y los fondos de escritorio o los salvapantallas del ordenador.


Leo Elvira

sábado, enero 27, 2007

Ciudades

La bruma, al levantarse bruscamente, animó al barquero a seguir bogando a la vista de las dos ciudades, a izquierda y derecha, en las dos márgenes del ancho río. La ciudad de la derecha era un conjunto ordenado de líneas curvas, amontonándose círculo tras círculo, óvalo tras óvalo, esfera tras esfera. Alternados, podían distinguirse dos tamaños en los edificios: muy grandes o muy pequeños, ninguno intermedio, adosados unos a otros muy levemente, casi en una suerte de caricia. La ciudad de la izquierda, sin embargo, era un conglomerado casi caótico de ángulos y filos, de aristas y caras regulares, de paralelepípedos y rombocaedros, de cubos e icosaedros, de diagonales férreas y balcones como celdas de abeja. Las casas eran de todos los tamaños y de todas las edades, y aparecían esparcidas disimétricamente, ora muy apretadas, ora solitarias o semienterradas. El barquero quiso atracar en el muelle de la derecha. Una pescadora que arreglaba sus redes le advirtió que estaba prohibido y que lo intentara al otro lado. Pero me gusta más la ciudad redondeada. La otra es… no sé… oiga, ¿no tienen puentes? Ella sonrió y dijo: Nunca hubo ni habrá puentes sólidos entre las ciudades de Marte y Venus. El barquero contestó: No sorprenderá, entonces, el número de ahogados.

miércoles, enero 24, 2007

La exasperante lentitud del silencio

“El tiempo de que disponemos cada día es elástico;
las pasiones que sentimos lo dilatan,
las que inspiramos lo encogen
y el hábito lo llena.”

MARCEL PROUST



Decidí encerrarme en el dormitorio al reconocer la veracidad en todo aquello. Para ser franco, no fue una decisión, acaso meramente un hecho. Me desnudé espaciosamente y me puse pijama y bata. Pasé más de una hora echado en la cama, con mis pupilas fijas en las manchas grises del techo y en la opaca bombilla de la lámpara. Después de arrojar el reloj contra la pared, y observar la catarata metálica de sus piezas en la alfombra, empujé la mesilla de noche hasta la puerta y, no contento con eso, acabé apilando mis tres docenas de libros sobre ella. Bajé la persiana hasta no sentir el más mínimo resquicio de luz, y volví a la cama, esta vez bajo las sábanas. Ese primer día hube de dormir muchísimas horas; pues al despertar ya no tenía ninguna certeza del tiempo que pudo haber transcurrido desde que cerré los ojos. Caí en la cuenta: todavía no estaba adecuadamente hecho al sufrimiento, con lo que volví a dar luz a la habitación, abriendo de par en par la ventana. Estaba lloviendo. Pasé mucho tiempo observando , en el edificio de enfrente, cómo las gotas resbalaban por el caño y entre las tejas, y cómo las palomas se guarecían bajo el alero, ateridas. Un gato rojo me miraba, pleno de lluvia. Me alcanzó el pánico de constatar la compasión de sus ojos verdes y cerré precipitadamente los postigos, creyendo en mi soberbia que el tiempo iba a adecuarse a los nuevos pulsos de mi vida, cuando ahora sé, bien lo sé, que fue mi realidad la que acompasó su caminar a los latidos del tiempo. A los pocos días descubrí que el hambre y la sed no son en verdad necesidades, sino sólo estados del alma, y que una férrea disciplina y costumbre de ayuno pueden alejar de nuestro cerebro. Aprendí a respirar con la cadencia del aire, a dormir con el ritmo de lo infinitesimal. Llegué a tal estado de quietud que las fases de la luna me parecieron simples diapositivas que el enemigo proyectaba continuamente. Los días de lluvia se alternaron con los soleados; los hielos y las escarchas con los espejismos en la calle. El mismo día en que las estaciones me parecieron suspiros, mis manos se partieron en dos, como enseguida lo hicieron mis piernas. El vello se endureció, las articulaciones fueron descoyuntadas sabiamente. Mi cuerpo viose reducido a la mínima expresión. En aquel instante que sentí apetitosas las moscas en mi enorme boca, completé la metamorfosis. Decidí descolgarme por la ventana para urdir mi tela.


José L. Muñoz Expósito, 2007

sábado, enero 20, 2007

El poeta del frío



Hay luz dentro de la sombra, cunde
la centella bajo sus alas inmóviles.


Son mortales las médulas
ocultas en la luz.


Antonio Gamoneda (Oviedo 1931).
Poeta desmarcado de su generación, desmarcado de cualquier generación y, en todo caso, de la triunfante poesía de la experiencia cotidiana.
Poeta del frío, de lo situado un paso más allá de la experiencia sensible, de lo apenas expresable.
Poemas en el límite de la comprensión, que pulsan oscuras y graves cuerdas.

Ante las viñas abrasadas por el invierno, pienso en el miedo y en la luz
(una sola sustancia dentro de mis ojos),


pienso en la lluvia y en las distancias atravesadas por la ira.

Podemos creer que los versos y sus símbolos invitan a la adivinanza, al aforismo.
Al contrario: evitar el desciframiento y el subrayado, abandonarse al enigma, dejar que las palabras resuenen en el sótano.
Llegan como subterráneos gavilanes hasta donde sólo el lenguaje poético alcanza.
Al centro de la sombra y sus venenos.

Vigilaba la serenidad adherida a las sombras,
los círculos donde se depositan flores abrasadas,

la inclinación de los sarmientos.

Algunas tardes, su mano incomprensible nos conducía al lugar sin nombre,
a la melancolía de las herramientas abandonadas.


Orfandad, miseria y guerra, ruina y resistencia: triste lugar de nacimiento. En su obra “Mortal 1936” los poemas de Gamoneda, acompañados de unas serigrafías de Barjola, vuelven la mirada hacia la matanza de la plaza de toros de Badajoz.


Veo el mercurio en las pupilas, líquidos
negros, la fertilidad
de los cuchillos y las sombras; veo
los agujeros y los párpados.

Siento la herida musical, el llanto
multiplicado por el viento, el sol
en la pared de los agonizantes.


Edad (1987): compilación revisada de los poemas escritos hasta esa fecha.
Libro del frío (1993)
Libro de los venenos (1995)
El cuerpo de los símbolos (1997)
Arden las pérdidas (2003)

Premio Castilla y León de las Letras en 1985
Premio Nacional de Poesía en 1988 por «Edad»
Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana XV Edición por el conjunto de su obra
Premio Cervantes en 2006.

jueves, enero 18, 2007

El Sueño

(Divertimento Dantesco)


Qual è coluí che suo dannaggio sogna,
che sognando desidera sognare…
Inferno, Canto XX


Desperté el primer día de la creación, sintiendo que el universo era de mi propiedad o al menos estaba hecho para mi exclusivo deleite. A mi alrededor la frondosidad era lúbrica y excitante, casi obscena, los árboles parecían inclinarse a mi paso, los arroyos corrían poderosos, rumorosos, cantarines. Cuando me acercaba a una cualquiera de estas corrientes, excelsos puentes de piedra se desplegaban paulatinamente bajo mis pies desnudos. Las flores exhalaban el olor de la eternidad, ese olor que no se pierde entre las tumbas. La mañana de ese día la ocupé en ejercer la más importante de mis prerrogativas: fui dando nombre a cada piedra, a cada hierba, a cada fiera. Comí después de las generosas ramas de los árboles, que pugnaban por ofrecerme sus retoños. Observé que, como en una suerte de botánica hidra, en el mismo instante de arrancar un fruto, otro crecía en su lugar. Cuando el hambre fue saciada, sentí entonces necesidad de apagar la sed. Escuché un rumor de cataratas escondidas entre las anfractuosidades del bosque. Hice nacer un sendero, los árboles se abrieron y allí estaba ella, bañando su cuerpo moreno bajo una cascada, en la que las gotas de lluvia, al caer buscando el suelo, eran como lágrimas que anhelaban escapar de la quemazón de aquella piel nueva, exuberante y viva. Me acerqué a ella y la tomé. Salimos del agua y me tomó ella. A nuestro alrededor comenzaron a jugar nuestros hijos. Cansado, acabé por echarme entre las hierbas de la orilla. Al despertar, sentí que había tenido un extraño sueño: en él, viajaba con la Mujer dentro de un árbol en movimiento cuyos embates yo mismo dirigía, entre otros innumerables troncos llenos de gente, sopor y miedo. Desperté justo tras dejarla frente a una enorme casa de piedra. Me dijo: hasta la tarde, cariño.

lunes, enero 15, 2007

De Anima Bestiarium

(De la fauna y flora de los estados del alma)

XIX El Lagarto Poeta.

En la vieja biblioteca de Squamatóbriga, entre los más que amarillos pliegos de una Historia Naturalis de Cayo Plinio Segundo, se encontraron - garabateadas por un amanuense anónimo - las únicas líneas conservadas que dan noticia del calamosaurus. Se trata de un lagarto del tamaño de la comadreja, del color brillante de los lapislázulis egipcios, con tan larga cola que el animal la curva ante sí para admirar con arrobamiento su belleza. Es en los alrededores de la ciudad de los Vatitas, más allá de los desiertos páramos donde van a morir las Musas, donde habita este reptil, el cual, entre sueños, en las frías alboradas que preceden a los idus de marzo- infausto recuerdo manchado por la sangre de Julio César-, entreve un poema digno de ser cantado por todos los coros del Olimpo. Cuando el sol empieza a calentar, busca su piedra, su pared, su solana, e intenta versificarlo. Pero justo en el instante en que las primeras rimas parecen encajar, de los más altos estratos baja el milano; el lagarto ha de buscar la salvación en su escondrijo bajo tierra y todo lo olvida.

viernes, enero 12, 2007

El poeta de la ignorancia


Crónica de una cita con Corredor-Matheos en el Aula Díaz Canedo
Enviada por Lanegor ©

Su apariencia es la de un viejo samurai. La melena gris desciende lacia desde las sienes de un cráneo pelado. Permanece inmóvil. Una rasgada mirada escruta las palabras del presentador. Muy pronto, la voz ronca del poeta carraspea y vibra en su deseo de trasmitir el antiguo proceso de la creación.

Dejar tan sólo el hueso,
hasta que brille

como puñal o luz
que ilumine la noche
a mediodía.

Las palabras del samurai, adelgazadas por los rigores del tiempo, se pueblan de árboles que lanzan al aire sus raíces, de estanques en los que espejean carpas negras, nubes solitarias que surcan como naves cielos despejados, perros de mirada vagabunda y moscas que ofrecen lecciones de vuelo.

Cortar de mí el tronco,
luego cortar las ramas.


La poesía emerge de la nada. Desnudarse para mirar. Equilibrio, precisión. Meditación sobre hojas en blanco. La búsqueda de un limpio espacio de incertidumbre. En la sala, un viento oriental murmura como la distante campana de un templo dormido.

Del mar, cortar las manos:
que no pueda apretar
con fuerza la garganta

Filtrar la luz de cualquier instante para perfilar un verso o nada; la confirmación de lo que nos sorprende vivos. El espejismo de la propia experiencia.
Despojado don de la ignorancia. Lo no-esencial ausente: el poema, podado hasta el último esqueleto, yace sin más abalorios que el hueso desnudo.

De la vida, cortar
lo que más duele:
los días y las noches

Turno de preguntas. Se mueve lento y ágil por la sala para mirar de frente, próximo al que habla. La incertidumbre se agita hacia la luz de un desierto que está más allá de los dioses.

De la muerte, cortar
el esfuerzo incansable
con que incita
a vivir para siempre

Nada mejor para desatar las penúltimas horas de un martes de enero.

Lanegor

martes, enero 09, 2007

La Sonrisa de Frestón


Fui llamado Briareo; y bautizado con tantos apodos como enemigos he enfrentado y vencido. Por cada uno de esos sobrenombres me ha sido añadida una cabeza; por cada caballo y caballero que refrescaron la hierba con su sangre, dos brazos. Cada vez que, riéndome, he levantado los brazos de dos leguas gritando victoria con el pie derecho sobre un cuerpo sangrante, los cronistas han querido entender las palabras como llamas arrojadas de mi boca.

Nací de la Madre Tierra, allá por los tiempos de los dioses y los héroes, en aquellas edades olvidadas en las que los humanos enemigos eran una raza débil a merced de los elementos y los hados. Ni aún mi alta cuna se ve libre de malentendidos y cuentos de alcoba; unos dicen que mi padre fue Urano; otros me hacen hijo de Neptuno. En mi primera juventud fui convocado por la ninfa Tetis- madre de Aquiles Pelida, el de los pies ligeros, vencedor de Héctor- para librar a Júpiter de las sogas divinas que le ataban por obra y artificio de su augusta esposa Juno. Pero no siempre hube de manifestar buen servicio al rey de los dioses. Uno de esos siglos mis hermanos titanes y yo quisimos reinar donde dominaba la égida del rey de los truenos. Pero fuimos arrojados Olimpo abajo, expulsados y condenados a un exilio de milenios, mientras la raza adventicia, la execrable progenie humana medraba hasta hacer desaparecer los propios dioses.

En las estancias del Averno permanecí olvidado por largas centurias, donde tuve el magro consuelo de ser el instrumento utilizado por el dios de la ultratumba para atormentar las humanas sombras más allá de la muerte, en toda suerte de infernales suplicios. Fui liberado, no ha cuatro siglos, por la pluma de Alighieri, un vate florentino que viajaba tras los pasos de Virgilio. Caminé después por los más fríos lugares del mundo, escalé las más altas montañas, navegué por sobre los más hondos piélagos, y en todo lugar y momento encontré las malhadadas huellas de los hombres. Mas donde más tiempo habité, con algunos de mis hermanos, fue en el país que los humanos llamaban Flandes. Allí recibimos los ataques de extraños caballeros, que intentaban abrir nuestras entrañas buscando la sangre real, derramada sobre una copa de oro.

Nuestro último viaje nos llevó hacia el sur, hasta una tierra amarilla a la que llegamos cuando el sol se ponía, dejando en penumbra naranja las copas de las fuertes encinas y los recios alcornoques. Y mirando ese mismo sol hemos permanecido veinte años sin mover nuestros pies, dejando nuestra vida mecerse en las olas áreas que cabalgan en el ábrego y en el solano.

Pero un día, sobre la silueta del sol se recortaron dos figuras montadas, que platicaban. La más alta me reconoció y se aprestó a enfrentarme. Picó espuelas, y al galope, se acercó en su magnífico corcel, émulo de Bucéfalo, par de Babieca, con un lanzón que brillaba como chispas en la fragua de Vulcano. Yo, que he sido acosado por los ejércitos de Júpiter, que he contemplado las mazmorras de Hades y la negra belleza de la Reina Oscura Perséfone, vime entonces atacado singularmente por un caballero de armadura. Rendí honores a su valentía, pero luego lo levanté entre mis desaforados y descomunales brazos y lo lancé contra el suelo. Acercose su escudero a prestarle asistencia, y queriendo alzarlo, le dijo, como registra Cide Hamete:

- ¡Válame Dios! ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?

El hijo de Urano y rey de los Titanes no debía dejar impune una tal afrenta. Levanté de nuevo los brazos para asestar golpes mortales, pero sólo se movieron levemente con la brisa. Mientras, un caballero lloraba, y un escudero y un sabio encantador llamado Frestón sonreían misteriosamente.

José L. Muñoz Expósito, 2007

sábado, enero 06, 2007

Lecturas de Diciembre

I Lecturas Sobresalientes.

1.- Pérez-Reverte, A., “Alatriste I, El Capitán Alatriste”. Primera entrega de la serie, la de argumento más lineal, quizá una mera presentación de personajes, lugares y momento histórico.

2.- Kapuscinski, R., “Ébano”. Posiblemente el mejor libro de viajes por el África, fruto de la experiencia de un cuarto de siglo de corresponsal y de la muy ácida mirada del gran polaco. Inolvidables el suceso de la cobra bajo la cama o el socavón de Onitsha.

3.- Pérez-Reverte, A., “Alatriste II, Limpieza de Sangre”. Quizá la más floja de todas las entregas.

4.- Pérez-Reverte, A., “Alatriste III, El Sol de Breda”. Una historia un poco deslabazada, poco más que una serie de escenas de la guerra en Flandes. Sin embargo, algunas de esas escenas son memorables: la de las caponeras y la del reducto de Terheyden.

5.- Pérez-Reverte, A., “Alatriste IV, El Oro del Rey”. Dos escenas sublimes: el velorio en la cárcel de Sevilla y el asalto a la urca flamenca.

6.- Pérez-Reverte, A., “Alatriste V, El Caballero del Jubón Amarillo”. Posiblemente, la mejor escrita de la serie; los personajes desertan de sus encorsetados roles de buenos y malos en medio de la lluvia en los bosques de El Escorial. Incluso Gualterio Malatesta es un voraz lector de Plinio.

7.- Pérez – Reverte, A., “Alatriste VI, Corsarios de Levante”. Hay que esperar 300 páginas para el combate final. Merece la pena, no tanto por la bonanza de las páginas iniciales, sino por la épica que la Mulata desagua por sus imbornales, apuntando con su proa las galeras turcas que la cercan. Se mantiene en la línea de los anteriores, ni mejor ni peor, no aporta demasiado nuevo salvo la guerra en el mar y el nuevo status de la relación entre Iñigo y el Capitán.

II Lecturas Interesantes.

8.- Borges, Bioy, Ocampo, “Antología de la Literatura Fantástica”. De 1940, y revisada por los antologistas posteriormente, destacan “Sola y su alma”, de Aldrich, “Vivir para siempre”, de Frazer, “El cuento más hermoso del mundo”, de Kipling, “El caso del difunto mister Elvesham”, de Wells, más los clásicos de los propios Borges y Bioy; asimismo, Cortázar, Kafka, Poe…

III Pasaron Desapercibidas

9.- Ben Jelloun, T., “Partir”. La inmigración, vista desde Marruecos. Personajes desolados, sin esperanza más allá que el cruce del Estrecho, una Europa que los clasifica, los etiqueta, los arroja de sí con la conciencia dormida dentro del “estado de derecho”, la soledad, el miedo, la sombra alargada del islamismo. Lo absolutamente actual de su temática aleja la novela de la mediocridad, con lo cual, es de esperar que envejezca mal.

10.- Barbáchano, C. J., “Bécquer”. Estudio biográfico a las obras completas del poeta sevillano; mal necesario que hay que sufrir en aras de la perfecta contextualización de sus escritos. Como dice el refrán: “hambre que espera hartura, no es hambre ninguna”. Tendremos paciencia. Acabado el ayuno, el banquete se presenta estupendo.

11.- Tolstoi, L. N., “Los Decembristas”. Sólo se conservan los tres primeros capítulos de esta inconclusa novela, que fue abandonada para escribir, entre otras cosas, la monumental Guerra y Paz; es curioso que el tono, las caracterizaciones y aún el fondo recuerden muy mucho tan magna obra.

12.- VV AA, “Antología del cuento fantástico hispanoamericano del siglo XIX”. Cuentos en ocasiones demasiado románticos de los precursores de Borges o Cortázar. Destacaron, en lo positivo, “Gaspar Blondin”, de Montalvo, “Encuentro Pavoroso”, de Othón, “La Pasión de Pasionaria”, de Gutiérrez Nájera y “Thanatopia”, del mismísimo Rubén Darío.

IV Tiempo Perdido.

13.- Conrad, J., “La Locura de Almayer”. La primera novela de Conrad, con un estilo en ocasiones ampuloso y exagerado, con una temática ambiciosa e interesante, pero mal resuelta y con páginas que se hacen interminables de puro aburridas.

V Lecturas Parciales

  • Proust, M., “En Busca del Tiempo Perdido II, A La Sombra de las Muchachas en Flor”, páginas 151 a 200. Seguimos elaborando el índice onomástico con biografías y referencias internas.
  • Cervantes, M. de, “Don Quijote”, Segunda Parte, Capítulos XXXIII al XXXV. Los duques simulan el agasajo de caballero y escudero, con un doble motivo: el nada caballeresco de la burla y entrar en la propia historia aún por escribir. Metaliteratura clásica en el siglo de oro.

VI Otros Diciembres.

1999 Leí 4 libros, ninguno sobresaliente.

2000 Leí 3 libros, ninguno sobresaliente.

2001 Leí 2 libros, ninguno sobresaliente.

2002 Leí 10 libros, destacaron “La Fiesta del Chivo”, de M. Vargas-Llosa, y “Miguel Strogoff”, de J. Verne.

2003 Leí 16 libros, destacaron “Diarios de Viaje”, de F. Kafka, “Campos de Castilla”, de A. Machado, y “El Secreto de Wilhelm Storitz”, de J. Verne.

2004 Leí 12 libros, destacó “Clío”, el primer libro de “Los Nueve Libros de la Historia”, de Heródoto.

2005 Leí 8 libros, destacó “Grandes Esperanzas”, de C. Dickens.

En total 2006 ha sido un año en el que he leído 114 libros, para un total (registrado) de 934. Si todo va bien, en el 2007 que ahora empieza, celebraremos la fiesta del Libro 1000.

miércoles, enero 03, 2007

Tankas - 5



Quise escribir
palabras de vacio,
huir de tí.
Mas tu fuego era el hálito
de este silencio a voces.

---

No soy mi imagen,
ni las bellas palabras
con las que gozo,
ni mi trabajo diario:
Quizás fugaz idea.

--

Gota por gota
viertes el universo
sobre la piedra.
Florecillas lunares
crecen ahora en lo yermo.



Poemas: Francisco Javier Benitez Morales
Fotografías: Charley Case / Paul Kooiker