miércoles, enero 24, 2007

La exasperante lentitud del silencio

“El tiempo de que disponemos cada día es elástico;
las pasiones que sentimos lo dilatan,
las que inspiramos lo encogen
y el hábito lo llena.”

MARCEL PROUST



Decidí encerrarme en el dormitorio al reconocer la veracidad en todo aquello. Para ser franco, no fue una decisión, acaso meramente un hecho. Me desnudé espaciosamente y me puse pijama y bata. Pasé más de una hora echado en la cama, con mis pupilas fijas en las manchas grises del techo y en la opaca bombilla de la lámpara. Después de arrojar el reloj contra la pared, y observar la catarata metálica de sus piezas en la alfombra, empujé la mesilla de noche hasta la puerta y, no contento con eso, acabé apilando mis tres docenas de libros sobre ella. Bajé la persiana hasta no sentir el más mínimo resquicio de luz, y volví a la cama, esta vez bajo las sábanas. Ese primer día hube de dormir muchísimas horas; pues al despertar ya no tenía ninguna certeza del tiempo que pudo haber transcurrido desde que cerré los ojos. Caí en la cuenta: todavía no estaba adecuadamente hecho al sufrimiento, con lo que volví a dar luz a la habitación, abriendo de par en par la ventana. Estaba lloviendo. Pasé mucho tiempo observando , en el edificio de enfrente, cómo las gotas resbalaban por el caño y entre las tejas, y cómo las palomas se guarecían bajo el alero, ateridas. Un gato rojo me miraba, pleno de lluvia. Me alcanzó el pánico de constatar la compasión de sus ojos verdes y cerré precipitadamente los postigos, creyendo en mi soberbia que el tiempo iba a adecuarse a los nuevos pulsos de mi vida, cuando ahora sé, bien lo sé, que fue mi realidad la que acompasó su caminar a los latidos del tiempo. A los pocos días descubrí que el hambre y la sed no son en verdad necesidades, sino sólo estados del alma, y que una férrea disciplina y costumbre de ayuno pueden alejar de nuestro cerebro. Aprendí a respirar con la cadencia del aire, a dormir con el ritmo de lo infinitesimal. Llegué a tal estado de quietud que las fases de la luna me parecieron simples diapositivas que el enemigo proyectaba continuamente. Los días de lluvia se alternaron con los soleados; los hielos y las escarchas con los espejismos en la calle. El mismo día en que las estaciones me parecieron suspiros, mis manos se partieron en dos, como enseguida lo hicieron mis piernas. El vello se endureció, las articulaciones fueron descoyuntadas sabiamente. Mi cuerpo viose reducido a la mínima expresión. En aquel instante que sentí apetitosas las moscas en mi enorme boca, completé la metamorfosis. Decidí descolgarme por la ventana para urdir mi tela.


José L. Muñoz Expósito, 2007

4 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

El monológo que planea en este relato me gusta, me recuerda mucho a aquel libro de Llamazares, "La lluvia amarilla". Lo que no se ya es como tomarme el final; me suele pasar con los finales de tus relatos. Realidad metafórica o fictícea? Traspaso de conciencia entre seres vivos?

7:29 p. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

CREO QUE ES UNA MAGNÍFICA IDEA, MUY BIEN RESUELTA, PERO ESTÁ ESCRITO DEMASIADO APRISA Y DESCUIDADAMENTE. AUN ASÍ NO ENTIENDO COMO HA PASADO DESAPERCIBIDO PARA LOS VISITANTES.

UN AMIGO DE SUDAMERICA...

12:23 p. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Me gusta el relato.-Deseo?realidad?
El tummbao

2:05 p. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

"...creyendo que mi soberbia que el tiempo iba a adecuarse a los nuevos pulsos de mi vida"
Cuando ando confusa, nada mejor que agitarse del todo y ahí está Cioran:

"El tiempo mismo no transcurre más que porque nuestros deseos engendran este universo ornamental.
Una pizca de clarividencia nos reduce a nuestra condición primordial: la desnudez..."

Las ideas que hierven en este escrito han sufrido intensa evaporación en su estadío final.
En la mente del escritor se ha quedado gran parte de la esencia y del aspecto de un suculento plato para saborear.
Desde mi diletantismo humilde por los escritos ajenos....

7:28 p. m.  

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