El Archivista
por Agustín Lozano
Ocurrió a raíz de mi último descubrimiento. Un hallazgo en verdad nada relacionado con el Archivo, sino debido a mi breve ausencia al frente del mismo. No debí hacer uso del permiso de vacaciones concedido por la Autoridad. En dos décadas de servicio continuado jamás había sentido la necesidad de ascender al Exterior. Prefiero permanecer en el Archivo, los raros permisos me sirven para profundizar en la investigación acerca de la caída de las Ciudades Oscuras. Esta ocasión fue diferente, un vago recuerdo del aire fresco secaba mis viejos pulmones.
Decidí dirigirme a la Metrópoli Superior siguiendo la ruta trazada por Asterión en la copia ilustrada que, sin motivo aparente, presidía mi escritorio desde que tomé posesión como Primer Archivista. El mapa, desprendido con sumo cuidado de su soporte, me llevó por pasajes en ruinas todavía practicables. Los escombros aumentaban a medida que me acercaba al Sol.
Una vez en el Exterior, deambulé por calles demasiado luminosas para mis lastimados ojos. Envuelto en la muchedumbre, disfruté de la ausencia de identidad que me proporcionaba la multitud. Nadie que pudiese reconocer al Primer Archivista, nadie que demandara consejo o solicitara mi guía. Me detuve para levantar la mirada con el esfuerzo de un titán herido. Veloces aeroplanos cruzaban el cielo en un caos que sólo podía proceder de un cierto orden. En lo más alto, un dirigible estático coincidía con el dibujo de Asterión, aunque se echaba de menos la silueta de las dos lunas pintadas en los extremos del pergamino. No existía propósito alguno en mi viaje. De modo que, con la vacilación propia del diletante, me vi impulsado a seguir el rastro del plano que me había conducido hasta allí.
Tras dejar atrás lo que debía haber sido un zigurat cubierto de pálidas enredaderas pero se erigía ahora como una interminable carretera serpenteante, sofocado como estaba por el omnipresente tráfico, hice alto ante una mole de cinco plantas que emergía con el orgullo propio de los gigantes. El Edificio aparecía señalado en el mapa mediante un conjunto de runas que no supe descifrar. A salvo del ruido y la polución, ya en el interior del Edificio, me dejé llevar por un artefacto de rara factura que, a modo de acantilado móvil, transportaba a los visitantes por un pasadizo vertical. Las paredes de cristal permitían observar los relieves de las columnas y del techo abovedado, así como el contenido de las grandes salas a medida que se pasaba sobre ellas.
La distribución del Edificio obedecía a un patrón clásico: en las plantas inferiores se apilaban relucientes juguetes, cachivaches electrónicos e instrumentos de tortura musical. Las plantas cuarta y quinta se encontraban repletas de libros y más libros; en una disposición que, pese a resultarme familiar, no pude desentrañar por completo. Hallé ejemplares que me eran conocidos, aunque en ediciones minúsculas de ínfima calidad. Las cubiertas se doblaban fácilmente y el papel casi translucía. Avancé fascinado por los múltiples anaqueles hasta quedar atónito: lo encontré sin haberlo buscado, a la vista de cualquiera, al comienzo de la sección Mitos y Leyendas. No cabía duda, estaba ante uno de mis informes, el concerniente a las Ciudades Oscuras. Desde luego no era mi manuscrito, sino una edición facsímil reproducida en varios volúmenes. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Cómo había tenido acceso la Autoridad a mis informes? Y más aún, ¿cómo podía presentarse impreso un informe inconcluso?
Con ánimo febril mis dedos buscaron las hojas finales y hallaron lo inverosímil: en la última página, justo antes del colofón, se advertía de la naturaleza ficticia de los lugares allí descritos. En realidad tal era la única adición a mi trabajo, pues todo lo anterior parecía intacto, tal y como lo había dejado aquella mañana en el estudio. Desesperado, volví sobre mis pasos con toda la rapidez que mis torpes piernas me permitían: el artilugio automático me devolvió a tierra firme, dudé entre rugientes vehículos de vuelta a los niveles inferiores. Descendí trabajosamente por túneles y pasadizos. Seguí las indicaciones de Asterión a la inversa, en un recorrido que no preveía el camino de regreso. La confusión se apoderó de mí como la locura hizo presa en Prometeo. Aun sabiéndome perdido, me obstiné en seguir adelante hasta salir de nuevo a la superficie. Debía encontrarme mucho más al sur porque el aire llegaba cálido y puro. De repente, el anhelo de llegar al Archivo desapareció por completo, llevándose consigo la ansiedad de resolver el enigma de la imposible violación de mis informes. Atravesé un arco de piedra y enseguida sentí el embate vital de la vegetación que rodeaba el estrecho sendero. El canto de un sinfín de aves traía al oído memoria de tiempos desconocidos.
La tarde caía en un cielo sangriento, producto de la batalla entre los dioses. En lontananza, por encima de las copas de los árboles y de las dos lunas recortadas contra la esfera celeste, se divisaban las marmóreas torres de la más antigua de las Ciudades Oscuras.
6 Comentarios:
Alguien me podría hacer un breve resumen?; o bien, su autor, podría aportar alguna clave de lectura de su interesante Archivista?.
Estoy algo perdido.
Gracias.
profundidad = complejidad= calidad ?
El relato tiene un fuerte componente simbólico-alegórico, como es evidente, y ahí es donde buscar respuestas. No soy muy amigo de dar pistas, pero digamos que se trata de un viaje del interior al exterior y, al mismo tiempo, de la realidad de un mundo mecanizado hacia su trasunto fantástico. En paralelo a todo ello, se superpone la paradoja de que el informe del Archivista haya sido tomado como ficción para convertirse luego en algo tangible (al menos, para la mente de nuestro esforzado Archivista).
Espero que estas notas sean de ayuda.
Ah, y gracias al buen Doctor por las ilustraciones, son extraordinariamente apropiadas.
mensaje encriptado de difícil penetración -!!!!!-
Cuando dejas de buscar y no te importa tu desorientación ni la ficticia mirada de los demás hacia tu obra, acabas topando con una especie de paraíso personal....
No me ha soplado Coelho, lo prometo.
Dificil factura la de este relato. Me quedo con la idea de la permeablidad entre ficción y realidad, dando como resultado un entresijo entre el mundo interior y el de allá afuera; el interior a su vez parece navegar entre el inconsciente y la funcionalidad pragmática... o eso me parece a mí.
A mí también me atrae el mundo imaginado como reflejo del único mundo real: el propio. Es mi principal fuente literaria y lo que suelo buscar y apreciar cuando leo.
Pero hay una cosilla en este relato que no acaba de convencerme: el mundo exterior reflejado está lleno de clichés fantásticos y/o sci-fi, y eso, a mi entender, le hace perder feurza. Llegas a pensar que la dirección de la creación fue la contraria: de fuera a dentro.
Pero en todo caso, bienvenido, querido Agustín, a Saint-Gervais.
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