Ironías del destino
WILDE, O., "El Crimen de Lord Arthur Saville".
Llama poderosamente la atención la aceptación por parte del protagonista, Lord Arthur, de la existencia e inevitabilidad del fatum, del destino. Mr. Podgers, quiromántico, le anuncia que sus manos cantan a los cuatro vientos que el joven aristócrata es un asesino. Se encuentra éste en una difícil situación: está prometido y a punto de casarse con Sibila, nombre nada azaroso, desde luego. Y decide acelerar el proceso, asesinar a alguien para acabar con la incertidumbre - que es mucho peor que el crimen e incluso el castigo - y poder casarse con su amada.
Aquí aparece la paradoja que hace de este relato una obra maestra. El destino no existe, realmente es una cuestión de fe: el lord se convierte en asesino cuando “sabe” que lo va a ser. Si no lo hubiera sabido, no aparecería el deseo de matar, y no existirían indicios en la palma de su mano.
Uno de los detalles – periféricos respecto a la acción, importantísimos en la novela romántica – es la estética del crimen: “[el veneno] era inofensivo, seguro, silencioso y actuaba sin necesidad de escenas penosas, por las cuales sentía él profunda aversión, como muchos ingleses”. Más estética: el veneno, un derivado del acónito, metido en una capsulita dentro de una preciosa bombonera.
Pero el futuro, a pesar del destino, es siempre sorprendente. La víctima elegida es Lady Clementine, tía de Arhur, enferma crónica del estómago. Pero Lady decide fallecer por causas naturales, dejando intacta la bombonera. Ya no es – técnicamente - un asesino. ¿Y la estética? A la mierda con ella. Del bombón de aconitina a la bomba de dinamita. Arthur sostiene una entrevista con un dinamitero profesional que es un monumento a la ironía y a la mala leche. Ahora el artista de la muerte es el alemán Herr Winckelkopf – cabeza bizarra, cabeza cuadrada, traducción libre: “No trabajo por el dinero, vivo exclusivamente para mi arte”. Sólo cobra el coste de los materiales. El dispositivo elegido es un despertador – con una figura tallada en madera de la libertad con gorro frigio – que debe explotar su carga de dinamita cuando se llegue a una determinada hora. La víctima elegida es un eclesiástico, de nuevo tío de Arthur. Pero también falla. El alemán, celoso de su prestigio profesional, promete unas bombas de nitroglicerina, a su propio cargo.
¿Cómo se siente Arthur a estas alturas?: “Intentó cumplir su deber [por dos veces] pero parecía que el destino le traicionaba.” Yo diría que más bien el destino se traicionaba a sí mismo, se autonegaba. Pero es un círculo que se va cerrando. Lord Arthur Saville camina desesperado por las calles de Londres… ¿a quién encuentra apoyado en la barandilla del Támesis? Al quiromántico Mr. Podgers. Arthur lo arroja al río. En los periódicos: “Suicidio de un Quiromántico? Lord Arthur ya es una asesino: resuelto el problema, sólo queda una larga vida de felicidad con Sibila.
¿Quién es el verdadero culpable? ¿El iluso que cree a pie juntillas que es un asesino porque lo ha dicho un tipo como Mr. Podgers y entonces se deja llevar por la fatalidad? ¿O lo es el que anuncia, el mensajero, el evangelista, el quiromántico?
Nos deja Wilde el mensaje: elimina de tu vida todos tus Mr. Podgers. Vive el presente. Carpe Diem. Saber los hechos nefastos del futuro no los previene, incluso los puede llegar a provocar. Que nunca sepamos el futuro, sigamos ciertamente libres.
Todo esto da un relato de veinticinco páginas. Y mucho más. Ironías del destino.
Aquí aparece la paradoja que hace de este relato una obra maestra. El destino no existe, realmente es una cuestión de fe: el lord se convierte en asesino cuando “sabe” que lo va a ser. Si no lo hubiera sabido, no aparecería el deseo de matar, y no existirían indicios en la palma de su mano.
Uno de los detalles – periféricos respecto a la acción, importantísimos en la novela romántica – es la estética del crimen: “[el veneno] era inofensivo, seguro, silencioso y actuaba sin necesidad de escenas penosas, por las cuales sentía él profunda aversión, como muchos ingleses”. Más estética: el veneno, un derivado del acónito, metido en una capsulita dentro de una preciosa bombonera.
Pero el futuro, a pesar del destino, es siempre sorprendente. La víctima elegida es Lady Clementine, tía de Arhur, enferma crónica del estómago. Pero Lady decide fallecer por causas naturales, dejando intacta la bombonera. Ya no es – técnicamente - un asesino. ¿Y la estética? A la mierda con ella. Del bombón de aconitina a la bomba de dinamita. Arthur sostiene una entrevista con un dinamitero profesional que es un monumento a la ironía y a la mala leche. Ahora el artista de la muerte es el alemán Herr Winckelkopf – cabeza bizarra, cabeza cuadrada, traducción libre: “No trabajo por el dinero, vivo exclusivamente para mi arte”. Sólo cobra el coste de los materiales. El dispositivo elegido es un despertador – con una figura tallada en madera de la libertad con gorro frigio – que debe explotar su carga de dinamita cuando se llegue a una determinada hora. La víctima elegida es un eclesiástico, de nuevo tío de Arthur. Pero también falla. El alemán, celoso de su prestigio profesional, promete unas bombas de nitroglicerina, a su propio cargo.
¿Cómo se siente Arthur a estas alturas?: “Intentó cumplir su deber [por dos veces] pero parecía que el destino le traicionaba.” Yo diría que más bien el destino se traicionaba a sí mismo, se autonegaba. Pero es un círculo que se va cerrando. Lord Arthur Saville camina desesperado por las calles de Londres… ¿a quién encuentra apoyado en la barandilla del Támesis? Al quiromántico Mr. Podgers. Arthur lo arroja al río. En los periódicos: “Suicidio de un Quiromántico? Lord Arthur ya es una asesino: resuelto el problema, sólo queda una larga vida de felicidad con Sibila.
¿Quién es el verdadero culpable? ¿El iluso que cree a pie juntillas que es un asesino porque lo ha dicho un tipo como Mr. Podgers y entonces se deja llevar por la fatalidad? ¿O lo es el que anuncia, el mensajero, el evangelista, el quiromántico?
Nos deja Wilde el mensaje: elimina de tu vida todos tus Mr. Podgers. Vive el presente. Carpe Diem. Saber los hechos nefastos del futuro no los previene, incluso los puede llegar a provocar. Que nunca sepamos el futuro, sigamos ciertamente libres.
Todo esto da un relato de veinticinco páginas. Y mucho más. Ironías del destino.
2 Comentarios:
Amigo JL:
ahora si te has lucido con tu lúcida visión del relato de wilde. Estupendo acercamiento al contenido del relato y su tono de profecia autocumplida, tan querida de los psicólogos de la comunicación. Algo más de la técnica de Wilde nos podías haber contado, de la estructura formal del relato. En todo caso, fine.
Sobre el blog: en ocasiones no se actualiza solo es necesario refrescarlo desde el navegador. Tambien podríamos activar el aviso automático de nuevas entradas editadas.
Un abrazo.
Yo tengo activado ese aviso, a mi me llegan todas las notificaciones, puedes intentar poner tras mi email, el tuyo separado por una coma y del q. detrás, nos debería llegar a todos. Lo de refrescar no es problema del blogo, sino de que el navegador guarda la página en el caché, y esa es la que pone. Nada más entrar, recarga y ya está.
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